FACETAS SIN SU MEJOR ROSTRO
Por: Carlos Orlando Pardo
Durante ocho años en esa aventura maravillosa que significa hacer un suplemento literario, el consagrado escritor Benhur Sánchez Suárez estuvo en esta no fácil tarea frente a la separata dominical Facetas que hace el diario El Nuevo día. Su renuncia es de lamentar para nosotros sus impenitentes lectores, porque la atención se iba tras su nombre y su criterio profesional en la selección afortunada de los materiales. La tarea desinteresada en la difusión de la cultura y en particular de la nuestra a nivel regional, deja una huella profunda y un testimonio inolvidable y consultable frente a nuestros procesos y acontecimientos literarios. Lo que fue publicándose cada domingo, será siempre una evidencia para quienes quieran mirar el proceso y el itinerario de obras y autores a lo largo de este largo y memorable período. Seguramente ahora tendremos una revista light llena de reportajes así, puesto que el trabajo de los escritores consagrados o de principiantes tuvo allí su ventana. Ahora, estoy seguro, la puerta se cerrará. Yo por lo menos me suscribí al periódico que tiene la ventaja de que se lee a la luz de un relámpago, en particular por la presencia de mi amigo escritor y su columna. Como acabo de recibir una comunicación donde se me dice que está por vencerse la suscripción que tengo, aprovecharé para no responder. Ya no me importa visitar esas vecindades donde lo único fresco era Facetas y de resto un desagradable olor a Amarulencia, como dice Germán Santamaría al referirse a ese estado espiritual donde se combina el odio, la amargura y la violencia juntas. Por fortuna queda para Benhur más libertad en el tiempo que con mayor amplitud dedicará a su pintura y a las novelas que se tejen secretamente en su entusiasmo sin pausas. Pero es necesario dejar constancia de la felicitación que debe extendérsele por el oficio cumplido casi con vocación sacerdotal, puesto que en esa faena que pocos lograrían cumplir con su estatura intelectual, está como una herencia. Celebro su libertad y le envío un pésame mental al periódico por otra de sus garrafales equivocaciones al aceptar esta  renuncia.
DIEZ AÑOS SIN GREGORIO RUDAS
Por: Carlos Orlando Pardo
Durante toda esta década que lleva de muerto Gregorio Rudas, aún nos queda su presencia recurrente en las conversaciones y tertulias porque encarnaba a un personaje bien particular. No era de aquellos seres que pudieran pasar inadvertidos sino que cumplía su protagonismo gracias a una inteligencia poco común. Desde sus tiempos de estudiante ya ejercía liderazgo y empezó a vincularse a la política donde cumplió una tarea sobresaliente en el plano ideológico y estratégico. Lo evocamos ahora no tanto por lo que hoy hace diez años supiéramos de pronto lo que estremeció a quienes lo conocieron y a quienes fuimos sus amigos cercanos, sino por lo que fue toda su vida hasta los instantes desafortunados de su trágico final, el de su esposa Patricia y el de su hijo Sergio. Nunca fue amigo de preguntar el por qué sino el para qué de las cosas, amante de contradecir y de jamás tragar entero, al fin y al cabo de la sangre y de la escuela de su primo Alfonso Palacio Rudas, el famosos Cofrade. Su paso destacado por el sector privado y público nunca fue en vano, y fue así que  logró sacar avante, con apoyo del parlamentario Germán Huertas, la benéfica Ley de fomento avícola, un fondo parafiscal que financia actividades de protección a la agricultura que hoy es vigente y benefició, y beneficia, sin duda,  a los colombianos de este renglón de la economía, preciso por el lapso en que fuera Presidente de la Federación Nacional de Avicultores de Colombia (FENAVI), desde 1993 a 1994. Con esta ley y con el hecho de haber logrado que las autoridades competentes sometieran al régimen de licencia previa las importaciones de trozos de pollo, medida ésta con la cual se le rompió el cuello a la apertura económica, Rudas consiguió que se dieran por parte del Estado firmes pasos en defensa del sector. La avicultura ocupa hoy el segundo renglón, después de la ganadería (leche y carne), en la formación del producto interno bruto agropecuario del país, lo cual indica la dimensión de su tarea. Llegar a culminar esfuerzos trascendentes en materia económica no viene de repente ni es producto de la improvisación. Lo conseguido fue el resultado de una existencia dedicada de modo casi enfermizo al estudio y a la adquisición de experiencia sobre renglones vitales de la vida nacional. De sus metas cumplidas no le entusiasmaba haber sido Senador de la República o Viceministro de Justicia, pero sí su actividad como representante de Colombia, durante cuatro años, en la primera Junta Directiva de Sofasa, haberse desempeñado como vicepresidente administrativo y financiero del Instituto de Fomento Industrial (IFI), o como gerente de una empresa siderúrgica. Acaso ese deseo permanente de investigar e ir hacia adelante le vino de su padre, un capitán de barco que navegaba por el río Magdalena, Nazario Rudas, un hombre que sabía anclar siempre en puerto seguro. Y de Adelaida, su madre, nacida cerca al río, en Ambalema, le vino el deleite de avanzar contra la corriente. El capitán y Adelaida tuvieron seis hijos, cinco de ellos nacidos en puertos: Honda, Ambalema y Girardot. Quien había nacido en Ambalema el 15 de julio de 1935 y murió el 27 de julio de 2001, tuvo una infancia que transcurrió entre las calles coloniales, el calor y la brisa proveniente del río. En Ibagué, a donde se traslada siendo todavía niño, conoce el pavimento y los carros particulares que entonces no pasaban de una docena, pero también la alegría del estudio cuando inicia su primaria en las aulas de los Hermanos Maristas. Pero es en San Simón, colegio en el que cursa todo su bachillerato, en donde vino a formarse el carácter de un hombre que desde joven llamaría la atención de personalidades como Carlos Lleras Restrepo y Darío Echandía. Allí se destacó como líder y el asunto le gustó tanto que ya iba a dejar sus entusiasmos por esta carrera. En San Simón, colegio reconocido entonces como el núcleo más importante de la cultura en la región, encabezó la actividad del centro Manuel Antonio Bonilla,   fundado por Teodosio Varela, hijo del afamado dirigente comunista Juan de la Cruz. Vuelve, pues, a ejercer el liderazgo dirigiendo y publicando el periódicoRenovación, órgano de difusión de la academia. Su destino inmediato fue la universidad Externado de Colombia, en Bogotá donde estudió Derecho y desde el primer año es nombrado miembro del Consejo Estudiantil, del cual llegó a ser poco después su presidente. A la política, que ya había anidado en su ánimo, regresó con mayor ahínco al dedicarse a combatir la dictadura militar. Siguió en ello un estilo atípico dentro de los miembros de sucesivas generaciones. Tras su paso por la Presidencia de la Corporación Colombiana Automotriz, Gregorio Rudas fue designado Gobernador del Tolima. Por varias razones rechazó inicialmente el cargo, pero la insistencia meliflua del presidente Turbay Ayala terminó por convencerlo: “Acépteme la gobernación - le dijo - que vale la pena ser presidente de Colombia para tener un gobernador como usted”. Inició el proceso de terminar con los estancos como intermediarios entre la licorera departamental y los consumidores, medida tildada de atrevida pero que arrojó resultados positivos. La adquisición de maquinaria para obras públicas mediante endeudamiento externo, la dinámica continuación de la campaña de alfabetización en el Tolima, iniciada por el gobernador Miguel Merino Gordillo y su secretario de educación que entonces era este cronista, la fundación de bibliotecas público-escolares en buena parte de los municipios del Tolima, la edición de libros de autores tolimenses y el saneamiento de las finanzas departamentales, fueron algunas de sus más trascendentes obras. Fuera del dolor que causó su partida final, a sus amigos nos correspondió su rica biblioteca y el placer de haber compartido con una inteligencia singular, sólo rota en la última noche.
LOS PERSONAJES DE IBAGUÉ
Por: Carlos Orlando Pardo
Los que bien pudieran denominarse personajes en la ciudad y que cumplieran una etapa al convertirse en parte del paisaje y el conocimiento que de ellos tenía buena parte de la población, parecen haber llegado a su acabose. Y todo por cuanto el crecimiento fue dejando que se focalizaran en grupos sociales diversos y los demás acabaran en la muerte o, de manera simple,  como una masa informe que va y viene presurosa o tranquila por calles y avenidas. Es seguro que en cada barrio y dividida la comunidad en sectores, empresas y gremios, allí broten el loco e el bobo, la loca o el místico, el ateo o el versificador, la damisela o el vivo, el peleador o el pacifista, el travesti o el marihuanero, el hablador de paja o el mentiroso y desde luego el promesero y el adivino, la prepago o la postpago, el agiotista y el lustrabotas, el tendero o el haragán y hasta algún escandaloso vendedor de minutos o de lotería. Sin embargo, desde hace no poco tiempo, existían de manera cotidiana o aparecían como los espantos cada cierta época y en puntuales momentos como las fiestas de San Juan. Es así como por días cotidianos, era fácil escuchar el aguacero de términos impropios en personajes de la calle como la Guacharaca o Badana, limosneros y deschavetados que la gente consentía o provocaba para dar oídos a sus insultos y, desde luego,  gozar con sus iras como parte de la distracción en una capital que empezaba a crecer a pesar de la abulia y su quietud de siesta colonial. Las grandes manifestaciones o los debates en el concejo o la asamblea tenían sin falta la presencia de típicos militantes como Vitelio o Mincho, por los liberales o los conservadores, el primero vestido de pies a cabeza con un rojo encendido y el término de “mamamundo” por vagabundo a los contrarios, al igual que el segundo con vivas encendidos y la bandera azul cargada con pasión como lo hace el vivandero que carga la del Deportes Tolima en los estadios. Pero al otro lado de la calle, por encima de la tipicidad, desfilaban figuras queridas y respetables al estilo de Floro Saavedra, un hombre de baja estatura, lentes pequeños, elegante, con chaleco, corbatín y reloj de leontina que paseaba lentamente por la carrera tercera examinando la transformación parsimoniosa de la Ibagué a la que tanto había ayudado en su progreso. Y casi siempre con saco y en ocasiones también de corbatín, era fácil tropezarse gratamente con un Adriano Tribín Piedrahita, cuyas devociones por el deporte, el periodismo y la política, su sentido del humor solazado y sarcástico, sus historias secretas y públicas, lo convirtieron en un obligado punto de referencia ante la mirada de los curiosos o en las conversaciones. De alguna manera ha quedado ahí, con sus ojos atentos, en la desfigurada escultura que el exalcalde y exgobernador Francisco Peñalosa dejara en el primer piso del Palacio del Mango. Era lo que se daba en la capital que tuvo por sus calles durante muchos años la presencia proverbial de los inolvidables escritores Jorge Isaac, mucho después la de José Eustasio Rivera, Martín Pomala o el mismo Porfirio Barba Jacob. El inmortal autor de María hacía su tertulia al pie de la catedral contando de las minas descubiertas cuya única riqueza extraída fue la de coleccionar sus escrituras. Igualmente el escritor de la Vorágine, antes de irse al cerro de Pan de azúcar a pergeñar los primeros poemas de su Tierra de Promisión, se estacionaba en los cafés ibaguereños a recibir iniciales noticias de los pleitos que irían a servirle para motivarse con su clásica novela. Barba Jacob, por su parte, tras caminar por la tercera, se ubicaba con Martín Pomala a gozar de la existencia bohemia y a pensar en la canción de la vida profunda. Qué no decir del corrillo de la doce con personajes como Rafael Parga Cortés, el mismo Darío Echandía y Severiano Ortiz, quienes como exministros y exgobernadores los dos primeros, generaban gabinetes, listas para el parlamento y hechos políticos de trascendencia que cambiaban la faz del territorio. Quienes han permanecido no menos de cuatro décadas parados en la misma esquina de la doce o revoloteando por cafeterías, son los hermanos Rengifo, unos gemelos locuaces y simpáticos a quienes se identifica como los matadores por su antigua afición al toreo y su pasión enconada por la fiesta brava, el coplerío español y el tono de la voz que asumen imitando a los vecinos de la madre patria. Dentro de la montonera informe que va al terminal de buses o el aeropuerto, que cruza por las avenidas, que se estaciona regularmente en los bares y musiqueaderos, que se regodea vanidoso en los clubes o se adueña de ciertas esquinas, ya puede decirse que están pero no sobresalen, tal como no ocurre con el proverbial Luis Eduardo Vargas Rocha, Simón de la Pava o Mauro Huertas que nacieron en las primeras décadas del siglo pasado y son testigos de excepción y protagonistas de la historia de la ciudad. Vigorosos aún y con una memoria prodigiosa, un porte elegante y un lenguaje exquisito y hasta el cumplimiento de las normas de la urbanidad de Carreño, desfilan por el centro cumplidas sus labores profesionales o intelectuales y repasan las épocas con una precisión impresionante. Los tiempos en que cada ciudadano sabía quién era Julio Galofre o el conde D´artaluz  fueron devorados por el olvido y sus cortesías y elegancias quedaron apenas en las fotografías, el único lugar en que el tiempo se detiene como dijera alguna vez Gabriel García Márquez. Es que inclusive ya penetran a marchas forzadas en la inadvertencia, figuras como la de Manolo Ramírez, más conocido como Caregancho y su famoso Fique. Pocos recuerdan su aparición personificando a San Juan en las fiestas y el bar suyo frente al teatro Tolima donde acudían políticos, pintores, poetas, funcionarios o desempleados, periodistas o buscadores de chismes y qué no decir de altos burócratas empezando por el gobernador y su séquito de secretarios, senadores y representantes aspirando secretamente a la orden o condecoración de el Fique que era más preciada que la Cacique Calarcá. Desaparecidos comunicadores como José Ignacio Arciniegas apodado por su amigos como Lagañas y el mismo padre Javier Arango siempre de prisa, sólo restan las figuras y la personalidad particular de Enelia Caviedes, Arnulfo Sánchez López, pues Luis Carlos Echandía, más conocido como Rubrico al que todos los sectores populares escuchaban y Libardo Restrepo de singular memoria, pertenecen a la remembranza de la gente mayor, como empiezan a serlo las que se hacen en torno al inolvidable Jorge Eliécer Barbosa, cuyo personaje Calixto y toda la otra familia de antihéroes que interpretara magistralmente como un imitador de leyenda, lleno de riqueza interior y cuidando su propio banco en la carrera tercera acompañado de compositores e intérpretes, escritores y pensionados, como los últimos vigilantes avizores de una época donde la eficacia, la dignidad, el respeto y la grandeza parecían cruzar por esta tierra.  
La vida nocturna tenía siempre a un hombre alto y negro con unos dientes grandes y blancos cargando un enorme acordeón. Se trataba de Perini que hasta fue inmortalizado por el pintor Eduardo Mogollón en un prodigioso retrato que está adornando oficinas y casas. Los mismos sacerdotes puntuales como el padre Lombo al que la gente saludaba con cierta reverencia, han desaparecido y se confunden en la calle hasta pastores como el mismo arzobispo que pasa sin pretensiones como un parroquiano más por cualquier carrera de la ciudad.Ya quedó sin Jaime Pava, un senador triunfante que representaba como ninguno la tolimensidad y que sabía colocarle gracejos a la vida inclusive en medio del anuncio de su muerte. En general, los personajes han desaparecido y para encontrar los verdaderos es necesario acudir a las memorias del olvido.
ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ
Y EL MALOGRADO MINISTERIO DE JUSTICIA
Hubiese sido más que grato para el Tolima y el país el anuncio sobre la designación de Alfonso Gómez Méndez como nuevo Ministro de Justicia. Parecía la crónica de un nombramiento anunciado, pero entre los avatares del juego de los roles y la política nada estaba escrito, mucho más cuando Olivo Saldaña, como con todo calculado, decidió sin razón mencionarlo en sus usuales atrevidas y aventureras declaraciones. Fue una gran decepción, porque a la trayectoria del dilecto hijo de Chaparral que fuera precandidato por su partido a la Presidencia de la República, sólo le faltaba este gran paso para ratificar su prestigio en la nación, pues su luminosa trayectoria en cargos de alta responsabilidad como la Fiscalía General o la Procuraduría, le otorgaban todas las opciones, convirtiéndose, de haberse culminado, en un nuevo homenaje de Juan Manuel Santos al departamento del Tolima, sobre todo a un profesional que ha asumido el derecho como ciencia social y que es fruto de su propio esfuerzo a partir de una familia humilde.   
No es sino repasar la historia que me contara cuando lo entrevisté para dejar su testimonio en mi libro Protagonistas del Tolima Siglo XX. Allí se demuestra, cómo el deseo de salir adelante en medio de las dificultades sin que importaran las condiciones económicas, tiene aquí otro caso exitoso. Cuando Alfonso Gómez Méndez se paraba en la puerta de su casa, a la hora en que el sol marcaba las cinco de la tarde en el llano tolimense, para ver pasar los niños que regresa­ban de la escuela, a la cual no podía asistir por no haber cumplido aún los siete años de edad, requisito para la época, preguntaba sin falta a su padre, que trabajaba hasta altas horas de la noche en la sastrería, por qué Molina sí podía asistir a la escuela y él no. La escena se repetía muchas veces sin que el niño imaginara que el destino lo conduciría más tarde desde la escuela a su encuentro en la universidad con el derecho, carrera que lo vincularía siendo aún joven con los asuntos del Estado en el cargo de Procurador General de la Nación durante el período presidencial de Virgilio Barco. Su padre, un hombre culto a pesar de su escasa educación formal, le inculcó desde muy temprano el hábito por la lectura, en especial por la historia y la política, dos materias que marcarían desde ese momento y para siempre su vida personal y profesional. Su facilidad de expresión lo llevó a participar en los actos culturales del colegio Manuel Murillo Toro, donde cursó sus estudios de primaria y secundaria y participó en diversos eventos como declamador. Así fue cultivando el arte de la oratoria, elaborando y pronunciando discursos que desde el comienzo ya tenían una carga política. Cuando Leovigildo Bernal lo invita a Coyaima para que participe en una concentración política, Gómez Méndez pronuncia su primer discurso de plaza pública con el resultado de que el pueblo lo paseó en hombros. Fue la época en que con un grupo de compañeros llevaron al cura Camilo Torres a Chaparral, momento en el cual Alfonso Gómez Méndez confirma que su vida estará dedicada de lleno a la política. Tras graduarse con honores como bachiller y pronunciar el discurso de grado a nombre del curso con tan buena acogida que el párroco de la época decidió conservarlo, pasa a desempeñarse por un tiempo como maestro de álgebra en una vereda del municipio tolimense de San Antonio. Su verdadero destino, sin embargo, lo esperaba en Bogotá.
Corría el año de 1967 cuando Gómez Méndez llega a la capital. Atrás, en Chaparral, habían quedado la familia, los amigos, las tardes de la tierra que lo vio crecer, el primer amor y la huella imborrable de la violencia. Fue profesor de historia y geografía en colegios nocturnos donde le pagaban a diez pesos la hora con lo cual se ayudaba para sus gastos. La búsqueda de un cupo en alguna universidad había sido infructuosa hasta el día que en la carrera séptima con calle doce se encontró con un amigo de Chaparral que le habló de la Universidad Externado y de un coterráneo suyo que era profesor allí. Concertaron con el amigo una cita para la mañana siguiente a la cual el paisano nunca asistió. Alfonso Gómez Méndez tendría entonces un arresto de valor que cambiaría su vida. Alfonso Reyes Echandía, decano de la facultad de derecho y con quién entablaría una amistad que perduraría hasta su trágica muerte, lo recibió en su despacho de la universidad con la solemnidad acostumbrada que muchas veces lo hicieron parecer hosco. Gómez Méndez salió aquella mañana con la promesa de uno de los más grandes juristas de todos los tiempos en Colombia. Reyes Echandía cumplió. Gómez Méndez fue aceptado inicialmente como asistente. Su talento y brillantez, su conocimiento de la historia de Colombia, de los problemas y necesidades del país, hicieron que de asistente pasara a ser aceptado en el mes de junio como estudiante de la universidad. Gracias a la ayuda de Jaime Castro entra en contacto con el funcio­namiento del Estado apenas a sus cortos 21 años cuando es nombrado por decreto - cursaba quinto año de derecho - abogado auxiliar de la Presidencia. Trabaja en ese cargo un año y se retira luego para ser juez de circuito de Bogotá.
La disciplina y el estudio llevaron a Gómez Méndez a dominar dos idiomas, el francés y el alemán, a estudiar en Francia derecho constitucional y en Alemania derecho penal. Regresa a Colombia con la idea fija de dedicarse a la docencia, tarea que aún hoy ejerce en la misma universidad donde estudió y publicó sus primeros artículos en revistas especializadas. Du­rante el gobierno de Alfonso López Michelsen ocupa el cargo de Secretario de Administración Pública del cual se retira para ejercer su profesión de abogado que alterna con la cátedra universitaria ininterrum­pidamente hasta 1985, año en que es postulado por un sector político del Tolima como candidato a la Cámara de Representantes.

Se desempeñaba como parlamentario cuando recibe una llamada del presidente electo de la época, Virgilio Barco, para ofrecerle su nominación a la Procuraduría General en momentos que en el país se recrudecía la violencia por el narcotráfico y la guerri­lla. Su paso por la Procuraduría, uno de los primeros cargos del país desde el punto de vista de las respon­sabilidades, fue fructífero a pesar de las vicisitudes que se presentaron. El tema del enriquecimiento ilí­cito y el de los derechos humanos, asuntos que por primera vez se cuestionaban legalmente en el país, la creación de las procuradurías departamentales y provinciales, la procuraduría del menor y de la familia, el reorganizamiento administrativo de la institución, fueron algunas de las labores que bajo su gestión se adelantaron. Al término de sus funcio­nes como Procurador es nombrado por el presidente César Gaviria como Embajador en Viena y las Naciones Unidas. Durante el gobierno de Ernesto Samper fue nombrado Fiscal General de la nación y fue precandidato presidencial en el año 2009. Ahora no cargará sobre sus espaldas la reorganización de un ministerio que le estaba haciendo falta a la nación.

La muerte del poeta Germán Arango Muñoz



Poetas-sombras
Emilio Rico, Javier Huérfano y Germán Arango
Por Jorge Eliécer Pardo
Es verdad: Colombia es un país de poetas, o mejor, de hacedores de versos, o más certero: versificadores. Sólo hay que tener un poco de sensibilidad para escribir un poema, con la libertad que el lenguaje y el mismo sentimiento da al poeta. Los he visto durante estos años en salas, cocteles, cafés, universidades, parques y calles. Los he admirado no sólo por su capacidad para desentrañar lo más profundo del ser humano, sino porque se atreven a publicar sus desdoblamientos. En algunos, los poemas se vuelven verdaderos, o lo son, en otros, es el armazón de palabras que sumadas pretenden un poema. Esto quiere decir que Colombia no es un país de poetas sino de simuladores de poetas o, por qué no, de fraseología insustancial. Pero no es que un poema surja de la nada o que un poeta se haga construyendo esa pirámide temática o adjetivada.
He llegado a la conclusión de que hay hombres poetas de verdad que muchas veces no escriben versos. O que escriben sin la pretensión de la publicidad. El poeta, a mi parecer, tiene un aura especial. No de santidad, sí de terrenal y demiurgo. No es una pose sino una manera secreta de ver el mundo, o mejor, de internarse en él, o eternizarse en él.

Tres son los poetas a los que he visto la luminosidad de sus entornos. No de luz sino la veracidad en sus voces, la limpieza de las miradas, lo sosegado de las respiraciones. No son eruditos pero tienen la sabiduría elemental de los sentimientos humanos no traicionados. He pretendido ser espía de los artistas. Me he equivocado. Pero debo reconocer que aprendí de tres hombres-poetas o mejor, de tres poetas-sombras el verdadero sentir de la poesía: Emilio Rico, Javier Huérfano y Germán Arango. Los tres están muertos. Los tres son desconocidos, los tres no son olvidados.
Javier Huérfano
En un país donde los poetas o los que creen serlo se vuelven una cofradía, una secta, una logia, donde tú hablas de mí, yo hablo de ti, todos hablamos de todos y todos ignoramos a los demás, los poetas-sombras viven, sin darse cuenta para la literatura, para la palabra y la poética. En distintos tiempos y épocas ha ocurrido el carrusel. Las modas han mandado al ostracismo a muchos de esos poetas-sombra a los que les llegó la magia de la sensibilidad pero no la de la publicidad y menos la de formar parte de grupos con poder. Eso le pasó a mis tres poetas muertos e inéditos.
Mis poetas-sombra soportaron la discriminación de los poetas de salón. Germán Arango, que creció haciendo sus versos y divulgándolos con decoro en ediciones pequeñas, no pudo ser aceptado en su propio pueblo por no ser de los afectos de los poetas de salón o los aprendices de poetas rodeados de otros, universales y cosmopolitas.
Yo quisiera pensar en César Vallejo para que anime mi corazón lleno de pena por los poetas ausentes y su olvido. Mi generación ha llegado a la línea de los adioses de quienes crecieron a nuestro lado. Mientras tanto, muchos siguen dilapidando los exiguos presupuestos divulgando a los poetas de salón mientras Huérfano, Arango y Rico se apropian de la memoria de quienes no tienen afamadas publicaciones sino el discreto silencio que exige la verdadera literatura.
Antonio Machado Lozano y Germán Arango Muñoz
Germán Arango Muñoz y su preparación para el olvido
Por: Carlos Orlando Pardo


Carlos Orlando Pardo y Germán Arango. Ibagué, 1997


Vernos cada año en la Feria Internacional del Libro fue un ritual cumplido y celebrado. Lo hacíamos con el entusiasmo que uno se carga cuando se encuentra con auténticos amigos del alma, tan escasos en estos tiempos fríos donde el sentimiento fraterno parece una vergüenza. Ahí estaba con la elegancia que supo conservar hasta el último día desde cuando era un adolescente y con esa cara indagante de quien quería saber todas las cosas. No he conocido un poeta que en jornada continua permanezca tan impecable de pies a cabeza hasta en los actos cotidianos como si estuviera preparado siempre para una ceremonia. Pero no era una pose sino una actitud connatural a su manera de ser que inclusive en el lenguaje de todos los días manejaba términos que parecían versos recitados. Lo veo en las bancas escolares con sus buzos de lana que sólo examinábamos en las películas de la nueva ola en artistas como Enrique Guzmán o César Costa, con su estilográfica de tinta verde y los zapatos que simulaban un espejo. Lo miro salir de su casa grande en la calle real encabezando una tropa de diez hermanos rumbo al Instituto Nacional Isidro Parra y sus cuadernos bien forrados. Lo examino con el ceño fruncido y una mirada aparentemente perdida en la bruma de las montañas que rodean el Líbano. Lo evoco con su acordeón grande de teclas de piano marca Honner llevando el ritmo de nuestro conjunto de música Los monarcas del ritmo que él mismo bautizara como su director. Lo traigo con su sonrisa satisfecha de vencedor al recibir aplausos por el estreno de una de sus canciones dedicadas a las novias que desfilaron por su primera juventud. Lo acompaño a que nos deje consultar su biblioteca particular, la única que existe entre los muchachos por aquel entonces y paseo la mirada por las enciclopedias de lujo que Lalo Arango, su padre, le ha comprado diligente. Lo sigo junto a mis compañeros cuando solitario se dirige a tomar su cerveza costeñita en una cantina de la zona de tolerancia. Lo escucho dar tres pequeños golpes con sus zapatos negros para indicarnos el momento en que iniciamos una canción y me quedo mirándolo cuando es el único entre nosotros que prende y apaga cigarrillos sin que importe la presencia de los grandes. Lo persigo en la piscina de las Brisas yendo y viniendo por debajo del agua como un anfibio resistente y lo escucho contar sin rubor que días antes ha peleado ahí con un pulpo gigantesco o le entrego la plata de mi recreo con tal de ir a conocer una tribu de pigmeos que sólo él frecuenta rumbo al alto de la Polka con cara al nevado del Ruiz. Me río de verle su talante enamorado mientras le ofrecemos una serenata a Luz Delia Amado o Dolly Jaramillo y mucho más cuando damos veinte rondas en una sola noche para recoger fondos con destino al paseo de nuestro fin de año. Lo vigilo haciendo versos o declamando a los poetas de entonces con su memoria privilegiada y su voz de locutor antiguo. Le recorro su incomodidad cuando del Isidro nos expulsan y paramos en el colegio Claret en medio de todos los rivales de nuestro equipo de basquetbol. Nos aplaudimos al llegar a la junta directiva del centro literario de aquel tercero B y siento aún su abrazo fuerte cuando nos despedimos de la adolescencia en el Líbano al momento de nuestra partida desplazados por la atmósfera de la violencia. Me quedó en la memoria su ascenso como un escarabajo en la doble en bicicleta del Líbano a Armero donde él fue campeón y yo alcancé el segundo puesto. Celebramos durante varias noches nuestra hazaña a pesar de no ser sino dos competidores. Después son contados los encuentros durante muchos años, hasta que sólo regresó a los congresos de escritores que organizaba en Ibagué o en los lanzamientos de libros en la Feria. Al final son conversaciones de pocos minutos donde me hace entrega de su último volumen de poemas dedicado en la primera página con su letra grande. Por último la súbita noticia sobre su cáncer de pulmón que recorre como un escalofrío sin fin todo mi cuerpo. Había dejado de fumar muchos años atrás y de beber un poco menos y ya se trataba de vicios que conservábamos entre los recuerdos, sin que los placeres de ayer no quedaran sin su cobro en el presente. Desde la clínica me llamaba dos o tres veces por semana para contarme de su delicado estado de salud y para que le ayudara a agilizar la venta de sus libros y poder comprar medicamentos formulados fuera del Plan Obligatorio. Fueron muchas las horas y los días transcurridos entre la desazón de su próxima partida y la enumeración de los múltiples recuerdos.

Alberto Amaya, Manolo Pineda, Rodrigo García, Carlos O Pardo, Germán Arango, Carmenza Perdomo, Ibagué, 1997


Supuse que todas esas noticias no eran otra cosa que una nueva invención suya como la de los pigmeos y que su imaginación lo llevaba a inventarse la enfermedad y la proximidad de su viaje. Y aparece la muerte, seguro que con un poema de Eduardo Cote Lamus en los labios como si las palabras dichas por sí mismo fueran a acompañarlo en la travesía de su larga y última marcha al infinito. Lo diviso ascendiendo de nuevo por esa carretera llena de curvas como perdiéndose en lo alto de la montaña hasta diluirse por completo. Sólo quedan las evocaciones que se agolpan para decirnos que un hermano se ha ido, al tiempo que suena su acordeón entre la lejanía y lo veo aparecer de nuevo entre la bruma de la memoria y el afecto.
Los Monarcas del Ritmo, murga donde el poeta Germán Arango es el acordionero. De izquierda a derecha: Haydy González, Jorge Eliécer Pardo, Carlos Orlando Pardo, Germán Arango, Dairo González, Rodrigo García y Miguel Perdomo.
El Líbano, 1964


Su obra poética


Cumplió cuatro décadas en el ejercicio de escribir. Esa profunda lealtad a la palabra que se tornaba poesía, la convirtió en la sombra toda de su existencia que demostró no tener otro camino. No se trataba entonces de un hombre con sus primeros entusiasmos sino de un escritor curtido en la metáfora. Quince fueron sus libros, con no pocos versos memorables, los que me gusta recitar en algunas noches bohemias como la mejor manera de entregar un regalo exquisito para mis contertulios. DesdePreparación para el olvido, los Poemas de ausencia, su ensayo sobre Bolívar en elCentauro Americano, pasando por Los caminantes del alba, Cuando pasa la tarde oCuando las hojas caen, uno va descubriendo su sentir poético, su autenticidad, lo espontáneo y no maquillado de su trabajo bajo la palabra escrita de una manera diferente. En Más allá del silencio o Este día de sol y Cantos de soledad hasta La huella de tu paso, los cuentos para niños de El barquito de Arzayús y los poemariosDesde la otra orilla, A través del espejo, Memorias del asombro y El eco del viento, puede uno advertir que nos proyectan, sin lugar a la duda, un reflejo del mundo que sin su palabra no podría ser descubierto y que nos reveló cada vez su profundo sentido del oficio. Tuve la fortuna de caer otra vez en sus escritos bajo la sombra grata de sus libros, donde la madurez y la magia de su poesía se vuelven huracán para envolvernos. Silvia Lorenzo o Sonia Truque, Jorge Pardo o Germán Vargas se refirieron con entusiasmo al trabajo de quien nació y creció como hacedor de versos de incontenible emoción, bajo un indesprendible fondo de naturaleza y campo que surca por siempre con el tema del amor, sus dolores y sus alegrías. El desarraigo y la búsqueda, la angustia y el olvido, la memoria y el recuerdo van siendo el hilo conductor de un poeta que recorre la infancia o la adolescencia y se estaciona en lo bravío del tiempo de hoy, lejano de los puertos, las puertas y la esperanza, expresando multiplicidad de voces con un eco a lo Walt Whitman, Miguel Hernández o Federico García Lorca como lo define Sonia Truque. Su tono es siempre intenso y sin enredarse en nada distinto a la sencillez, logra la carga impactante de la complicidad. Resulta curioso que algunos de sus lectores si no ven a Borges o a otros maestros rondando en sus palabras, lo tilden de menor y por el simple hecho de que no les agrade lo descalifiquen con dureza desde sus tribunales aldeanos de inquisición literaria. Se trata de un poeta que valió la pena y que siempre me da gusto leer porque no me enreda en el disfraz hipócrita del seudointelectualismo sino en el sentido y el sentimiento profundo de la vida. El que se le fue a la madrugada de este día de San Juan como si fuera a hacer una fiesta en otro lado, mientras el sentimiento doloroso por su apresurada partida nos cubre de neblina en el celaje de las evocaciones.


Clara Pardo, Alberto Amaya, Manolo Pineda, Carlos Orlando Pardo, Dairo González y Germán Arango. Ibagué, 1997


Germán Arango M., nació en el Líbano en 1946. Fue ante todo poeta pero también músico, vendedor de libros, periodista ocasional y director de talleres literarios. Publicó 15 libros y apareció en varias antologías. En 1986 bajo el sello Pijao Editores editó Preparación para el olvido; después vendrían Poemas de ausencia, 1987; Más allá del silencio; El centauro americano, 1992; Caminantes del alba, 1999; Cuando pasa la tarde, 2005; Cuando las hojas caen, 2006; Este día de sol ,2006; Cantos de soledad, 2007; La huella de tu paso, 2008; El barquito de Arzayús, cuentos infantiles, 2008; Desde la otra orilla, 2009; A través del espejo, 2009; Los días perdidos, 2010; Memorias del asombro, 2010; El eco del viento, 2011.

Muestra de poemas
Selección COP
ABISMO

Sí, llévatelo todo
las horas del reloj...
las que se mueven,
el aire que no está y que se respira...
la música que se oye
las palabras umbrosas
conque formo tu nombre
y digo mi agonía.

Puedes tomarlo todo...
yo tengo un día sin tiempo
un aire, un sol,
un viento
sin matiz asequible
a los sentidos
donde tan fácilmente
y dulcemente
te vivo en honda vida.

Que si lo cojes todo,
este es un todo tuyo
nunca mío.

Sólo es un casi todo
siempre aunque tú lo ignores
me dejas el abismo de dulzuras
que hay después de nosotros
no más mío que tuyo.
no más tuyo que mío
y de los dos.

LA PREGUNTA

Una pregunta a veces casi segada
mientras nace sitúa
mi pensamiento al borde del vacío
cuando en la torva noche
me despierto
y miro la tiniebla y me hablo solo
y se me van abriendo los días
que viví como las hojas
cerradas de una puerta...

¿Adónde he de mirar
que no salgan preguntas?
Aquí la sombra mide la distancia
que separa mi cuerpo de mi sueño:
juntos están...
mentiras y verdades
en la interrogación
de cada día...

LIBERTAD

El harapo del vagabundo
trama
carnal en cuyos hilos
se abriga el cuerpo errante, vive
su caminar como el chorro
del sueño del sueño, hecho de humildes letras
diarias
de quebrantos tejidos
en la noche, y es más puro
que la virtud, más abundante
que la opulencia, cristal donde
la fundación del mundo se trasluce
más desnuda, porque nadie
puede ser tan humano
como esta libertad.

EL REGRESO DE MARGOSK
Carlos Orlando Pardo
Al ibaguereño Oscar Ramírez Quintero lo conocen en el estrecho marco de sus relaciones familiares y amistosas, pero al ya famoso y consagrado pintor y escultor Margosk se le brindan honores y respetos en la tierra mexicana. Allí  llegó hace treinta y siete años quedándose audazmente con una pequeña filmadora y dos mudas de ropa, preciso desde cuando una buena tarde rompió el pasaje de retorno. Lo urdió a partir de 1974 en un viaje que hicimos junto a Lola de Acosta, el desaparecido novelista Humberto Tafur, Jorge Eliécer Barbosa Ospina y mi primera esposa. Durante esos dilatados años ha logrado construir un merecido prestigio que lo respaldan muchas obras públicas y monumentales inauguradas por el mismo presidente azteca y dos premios nacionales de grabado, cuyas obras donará al museo de arte del Tolima. Llegó a Ibagué luego de largos veinte años de ausencia. Su esperado regreso no fue a la alegría imaginada de una vuelta amable a su tierra natal, sino a la tristeza de tener que enterrar a su madre, Margoth, en cuyo homenaje se puso el nombre artístico junto al de Oscar para combinar el profundo amor que le tenía. Vino sólo hace veinte y duró entonces apenas dos días embriagándose del Ibagué donde comenzara su carrera y no tuvo ocasión de tropezarse con sus murales  en San Simón, el del sindicato de trabajadores y el enorme fresco que reposa en el concejo municipal de Chaparral.
En la sala de velación lo examinamos tras un intenso abrazo con la figura de un veterano que ha peleado muchas guerras y la contextura de un trabajador que produce obras gigantescas. Su última obra escultórica monumental fue inaugurada en Coatlinchan, México, en mayo de 2009, una réplica de Tláloc que mide siete metros y pesa unas 75 toneladas, representando una deidad que regresaba, pues 43 años antes, en 1964, el monolito del dios de la lluvia y el trueno fue sacado del poblado y llevado a la ciudad de México con la intervención del Ejército. Durante más de un año hubo expectación en Coatlinchan, cuyos habitantes siguieron de cerca el trabajo del escultor Oscar Ramírez Quintero.
Margosk visitó al poeta Víctor Hugo Triana que se encuentra retirado de la vida pública por el avance de su enfermedad  incurable del llamado mal de Corea, herencia de familia, repasando con él los tiempos en que el también locutor y periodista lo estimulaba en su tarea artística para que jamás dejara de alimentar sus sueños.  Y lo hizo al pie de la letra para convertirse, como hasta hoy, en una figura destacada dentro de un país con más de 112 millones de habitantes. Regresará en los próximos meses a entregarle una obra escultórica colosal a Ibagué con la invitación del Museo de Arte del Tolima y a devolverle al corazón el paisaje y los amigos de entonces.