Carlos Orlando Pardo - VERONICA RESUCITADA.
Pijao editores, 2012
Narrar historias de familia ha sido objeto literario, hacerlo con maestría es sin duda asunto de experiencia en el manejo del discurso.
Hace muchos años y por motivos académicos tuve el placer de leer  LA SAGA DE LOS THIBAULT,  que le mereció a su autor ROGER MARTIN DU GARD, nada más ni nada menos que el premio nobel de literatura en la primera mitad del siglo XX. Pensando en la literatura colombiana, que es el tema que ha ocupado nuestras reflexiones durante un largo tiempo, no puedo dejar de asociar el interés temático del presente escrito con una novela que escribió el antioqueño Mario Escobar Velásquez [i], que recoge retablos derivados de la vida, actitudes y acciones de la abuela, desde la cual se derivan otras historias de hijos nietos y bisnietos. El listado sin duda podría ser mayor, un pensador de América Latina en su literatura, sostenía que el escritor siempre estará tentado  a recorrer su espectro vital, el personal e inalienable, luego la familia y después los temas del escenario público. Lo anterior no es camino forzoso, ni es el caso de Carlos Orlando Pardo, pero en Verónica resucitada sin duda existe un ejercicio de recomposición del recuerdo, de alguna manera el predicado sobre el que se monta esta novela es el de cargar de nuevos sentidos los recuerdos. Y claro con ello se cumple lo que en una ocasión le oí al maestro colombiano, el antioqueño autor de La casa de las dos palmas, que está igualmente nucleada por el concepto de familia y de fundación, Manuel Mejía Vallejo, que sólo se escribe bien sobre lo que bien se conoce.
Este enunciado nos permite recordar que justamente los estetas de todos los tiempos comenzaron el camino literario repensando el sentido de las fundaciones o lo que nos es fundante. Ahí está el origen de la literatura épica, aquella que se da cuando el hombre necesita explicarse “el tiempo prestigioso de los orígenes” como señaló Mircea Eliade en El mito del eterno retorno.
Incluso el siglo XX se inicia y concluye con dos obras mayúsculas sobre Irlanda. Y las dos desde distintas maneras de narrar tocan el mismo asunto. El Ulises de Joyce con la que se abre la contemporaneidad literaria en occidente enfoca a Dublín desde la perspectiva de enunciar la historia cotidiana, preñada de focalizaciones discursivas sobre el sentido de la vida y el periplo del hombre en elementos especialmente potenciadores de lo que significa fundar: paródicamente la ritualidad religiosa trasvasada a un ordinario desayuno, cargada de ironía muestra a tres estudiantes, bajo la dirección de Stephen Dedalus, desacralizando el concepto de la religión dominante, o a Molly recordando sus avatares y devaneos amorosos que son en definitiva los que señalan el norte de su vida precaria al lado de un hombre ramplón  que prepara desayunos dominicales con vísceras de animales.  Y al final de siglo otra manera de ver o de aproximarse a la visión de lo fundacional está en ese monumento al recuento de la vida, de los viajes, de la construcción y deconstrucción familiar en una novela de autor irlandés que se convirtió en el libro de mayor éxito editorial. Novela esta que da buena cuenta de lo que significa como dice su autor en el párrafo de apertura: nada más terrible que ser irlandés, pero aún más terrible ser irlandés y católico, peor aún ser irlandés, católico y pobre. En LAS CENIZAS DE ANGELA esa es la premisa a partir de la cual el autor Frank MCourt narra el desplazamiento  de una familia de pobres, católicos  e irlandeses a Estados Unidos de América en pos del sueño americano.
Todas estas expresiones de alta literatura tienen como referente de llegada y también como punto de partida la construcción desde la epicidad funcional, reconstruir el valor la dificultad y el azar, en juego con otros elementos para resignificar el aludido epos fundacional o de un país, o un grupo étnico o simplemente una familia. 
Volvamos a VERONICA RESUCITADA, novela de reciente factura, después de haber escrito novelas, cuentos, publicado antologías, armado colecciones, compuesto canciones y endechas amorosas en la diestra pluma de Carlos Orlando Pardo.
Qué es  VERÓNICA RESUCITADA?. N o es novela de amor o desamor, ni de traiciones y quimeras rotas, es eso y mucho más. Yo la asumo como un texto que con 52 capítulos y en considerables 295 páginas su autor resuelve entrar en los huesos formadores de sus propios recuerdos, con nombres propios y ciertos allí aparecen doña Inés y su hermana Sofia, al lado de Pablo y Don Eloy, sus esposos, y junto a ellos, la figura dominante de la madre de las hermanas que han quedado en la orfandad, por la muerte “presunta” de su madre Verónica.
La historia desde el nivel argumentativo es simple: una mujer en los albores del siglo XX se rebela contra la monotonía del matrimonio y del hogar, las obligaciones contraídas para atender a su esposo e hijas, el encuentro con una nueva piel y otras miradas y la inminente traición y el abandono. Verónica, la protagonista, fundadora de esta zaga de familia tolimense, resuelve romper el nudo gordiano en los brazos de un amante, un trapecista, hombre de circo, que vuela en  las cuerdas y en el amor con la velocidad que le brinde la ocasión. Al final la novela reinstala a Verónica con su hija Inés y muere en medio de una familia, la suya, que anheló pero nunca quiso, después de haber logrado hacer su vida con relativa independencia y autonomía.
Pero ese argumento es sólo un trampolín para recrear un escenario superior, como ocurre en novelas de este tipo que teniendo como eje aglutinante una historia familiar extienden su mirada a un todo mayor. La fundación del partido comunista colombiano, el surgimiento de la televisión, el apogeo del teatro, las escuelas de formación en dramaturgia, el principio del poder político, la fuerza y dominancia del partido liberal, la sombra de Jorge Eliécer Gaitán, las figuras de los presidentes de la república López y Lleras Restrepo, hasta la presencia de Luis Carlos Galán hacen parte del escenario público que aparece ubicado en esta novela que  muestra  el proceso cultural de buena parte del siglo XX colombiano. Junto a figuras como la de Alicia del Carpio y  propuestas como Yo y tu, o la academia de Don Eloy y la presencia de Sofia, la tía entendida en teatro, marionetas y discursos estéticos que como la abuela de la academia montaba para generaciones de colombianos,  aparecen de la mano junto a otros elementos que tienen que ver con un tema que Pardo lo maneja en toda su producción : la  NOSTALGIA.
Y la mejor manera de entender el peso y el valor de la nostalgia que cabalga sobre los seres humanos a título individual o colectivo está en la conceptualización que de la misma hace Milán Kundera: “En griego, ´regreso´ se dice nostos. Algos significa ´sufrimiento´. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. (…) En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morrina del hogar”.2
Y desde ese concepto de Kundera entendemos parte de la propuesta de Pardo con su personaje Verónica. La abuela que abandona a sus hijas pequeñas y al esposo, se aleja de su hogar no solo físico sino interior. Sin embargo la necesidad del regreso es lo que le confiere estatura a VERONICA RESUCITADA. Volver para encontrar que tampoco es parte de lo hallado, volver a escrutar los ojos de las hijas desde cerca y desde dentro pero no para encontrar amor  ni perdón solo la mirada de unos mundos definitivamente perdidos que nunca fueron suyos ni lo serán en los días finales de su aparente “resurrección”.
 Esta novela tiene el arrojo de descubrir el alma femenina en una Colombia en la cual no era pensable la independencia ni la autonomía de la mujer. Supeditada al varón según la costumbre, o more social,  romper los lazos de dependencia sin duda no sólo era tarea titánica, sino casi imposible. Verónica, cuyo primer nombre fue Esperanza, con tres madres a cuestas, cada una llamándola de manera diferente, y eso es elemento sintomático para esta protagonista, cuyo precario sentido de pertenencia se ve atropellado desde el acto de ser nombrada y permanecer con la misma designación : Fue Arturo el que me dijo que era de origen hebreo y significaba verdadera imagen. Para mí era mentira porque la real también se la habían robado como a mí y yo ya no era Esperanza sino lo contrario” 3 .
Verónica, Esperanza, la abuela, la trapecista, la vieja o simplemente la oficinista, describe su drama, el de desear ser ella, encontrarse en su particular capacidad de decisión, su autonomía ignorada, y no podía hacerlo desde la voz de un narrador externo, por el contrario la densidad de su voz se hace audible en el texto en monólogos en bastardilla, que le dan fuerza a la novela y al tiempo abre la polifonía narrativa, con ese espacio íntimo, que alcanza ribetes de suave lirismo para transparentar el alma femenina: “ Me empequeñezco estando sola como si apenas el público exclamándome me retornara la estatura porque en silencio, sin la gente de flores y sonrisas notaba la falta de pureza, la velocidad de mi locura y mi maldita vocación por los acontecimientos peligros. Es ahí donde todo me pesa y agradezco haberme quitado tanta carga de encima atravesándose para cumplir mis sueños y mis ganas de sorber la libertad. “  P 87
Y es ese grito de libertad de Verónica el que seduce, sin que ello signifique el ahogamiento de los otros personajes que la acompañan en su recorrido vital. Pero es la fuerza de su gesto el que le da curso a la novela que Pardo la resuelve en la nostalgia de lo perdido y el deseo de regresar, como lo afirma Kundera en su novela “la ignorancia”, en donde su personaje Irina, Uliseada femenina, proyecta al abandonar París después de haber vivido en él dos largas décadas, retoma el camino para ir al encuentro con sus compañeras de colegio, con el aire y el espacio y los sueños que de adolescente había tenido y sentido y sufrido y amado en su pequeña y distante Polonia. A su turno Verónica volverá al Tolima, atrás queda el circo, la piel recorrida por las pasiones sucesivas, el trabajo en Palacio, sólo importa el encuentro con sus hijas. En una y otra novela ( la de Kundera y la de Pardo) el resultado señala idéntico camino: la nostalgia es sólo eso, el deseo impostergable del regreso, el nostos de la lejanía, la saudade íntima y frente a ello la presencia absolutamente ingrata de una realidad que ya está tan lejana de los tiempos idos, irremediablemente ausentes.
CECILIA CAICEDO
Primera lectura, felicitaciones mi caro amigo

El Taller de escrituras creativas de 
Libardo Vargas Celemín
Por: Carlos Orlando Pardo
Desde cuando Libardo Vargas era estudiante de bachillerato, ya mostraba una decidida pasión por la literatura. Y en esas se ha mantenido desde entonces, pero combinando su entusiasmo con la lectura disciplinada y la formación académica, independientemente de su ejercicio como escritor en el campo del cuento donde refleja sin duda su talento y en el de profesor donde ha cumplido una meritoria tarea de provocador en jornada continua. Desde esta difícil pero maravillosa tarea, ha contribuido no sólo a la formación de futuros escritores y buenos docentes, sino cumple su aporte significativo desde el entusiasmo de la investigación.  Dentro de ese proceso en el que lleva varios ensayos importantes, acaba de presentar en la pasada Feria Internacional del libro, un excelente recorrido por lo que significan los talleres de escritura creativa, llevándonos de la mano por su historia internacional con documentación justificada y el desarrollo que ha tenido en el mundo. La segunda parte advierte aproximaciones conceptuales respecto a la creatividad y a la literatura y la precisión sobre los talleres de creación literaria, sus principios, componentes y momentos que transcurren en él, al tiempo que traza rutas en la construcción de una didáctica de la escritura creativa, tema sobre el que conocíamos un clásico titulado Didáctica de la lengua y literatura españolas de Julio Larrea y Elba Martínez, publicado en 1961. La propuesta preliminar de una didáctica a seguir de acuerdo a los géneros señala un camino purificador y finalmente se estaciona en la propuesta de los talleres. Desde ya se trata de un libro llamado a ser clásico en esta época tan necesitada de guía en este campo y el volumen de 300 páginas con el sello de las ediciones de la Universidad del Tolima se vuelve indispensable o necesario para los docentes del país. 

Extraño aquí, que si bien es cierto y no podía ser de otra manera, se cumple el registro al fundador de los talleres literarios en Colombia como lo fuera el inolvidable escritor tolimense Eutiquio Leal, se dejan por fuera siendo esta la primera investigación exhaustiva en el país, los dos libros con metodología que escribiera Eutiquio y la referencia se limita a un artículo de un periódico local cultural ya desaparecido o las noticias de Camilo Pérez. Recuerdo ahora un largo almuerzo en Barcelona junto al ensayista ya desaparecido Rafael Gutiérrez Girardot y R. H. Moreno Durán,  también adelantado, donde le comenté al entonces profesor en Alemania, por qué en su lúcido ensayo sobre literatura colombiana refería a Vargas Vila despechándolo en dos o tres renglones y me respondió, para salir del paso, que por falta de bibliografía y esto no es tolerable en un investigador, salvo que lo refiera expresamente o no desee reconocer los méritos de alguien. La falta de justicia e información al lector sobre Eutiquio Leal, en este caso, no se me hace válida, sobre todo porque es el tema, afirmando luego que no existió una metodología, citando apenas las viejas declaraciones del escritor sobre la no existencia de ella, pero no el suplemento a su vacío consignado en sus dos libros referidos. Pero no existe la perfección y estoy seguro que por la trascendencia del ensayo de Vargas Celemín tendrá nuevas ediciones para las cuales valdría la pena atender esta sugerencia.  

EL NUEVO LIBRO DEL PADRE DE LA CIENCIA FICCIÓN EN COLOMBIA: ANTONIO MORA VÉLEZ
Carlos Orlando Pardo, Cecilia Caicedo y Antonio Mora Vélez.
Antonio Mora Vélez se ha convertido desde hace ya no pocos años en el padre de los relatos de ciencia ficción en Colombia y en un autor del país con trascendencia internacional. Alcanzó la fama cuando ganara con Glitza el concurso nacional de cuento promovido por el magazín dominical de El Espectador. Después ha sido incesante la carrera de este autor nacido en Montería con una docena de libros publicados, uno de ellas publicado por Pijao Editores en su colección 50 novelas colombianas y una pintada.  Ahora, la colección de Bocachico Letrado de su ciudad natal, un grupo literario que él dirige, publicó La gordita del Tropicana, volumen de cuentos donde por vez primera el clásico de la ciencia ficción deja transcurrir sus historias en la tierra. El también directivo de la Academia de Historia de Córdoba, me hizo la honrosa invitación para que prologara su libro, texto que comparto con los lectores de El público.


Palabras de entrada

Seré verídico para que no me crean
Tomás Carrasquilla

La patria del hombre es su infancia, sentenció alguna vez León Tolstoi y es de aquella fuente inagotable donde Mora Vélez bebe para entregarnos este nuevo libro poblado por historias de inocencia, tan extrañas aunque bellas hoy como cuando a Aureliano Buendía su padre lo llevó a conocer el hielo. Y avanza hasta los tiempos de la pubertad encabritada donde el instinto comienza a alargarse y los sueños húmedos alcanzan su pedestal para transformarse, con el paso del tiempo, en la emoción de recrearlos en la literatura, sin que la vida se detenga ahí sino vaya inclusive a las horas que cruzan hasta que el sol comienza a iluminar nuestra espalda. Épocas fantasiosas y de maravilla por la candidez en que crecimos con los sueños intactos y nos permiten resucitar antiguas emociones bajo la magia de la palabra justa, pero ante todo por el de la turbación creativa que no deja morir escenas de momentos que marcan nuestra vida y son más o menos comunes a una generación que hoy se erige en plena madurez. 
Salvo para la grata curiosidad del mundo literario, el origen remoto o próximo de una fábula vertida al relato no tiene la importancia que refleja a la hora de la verdad cuando se lleva al texto escrito. Sus razones desde la evocación para hacerlo no pasan de ser un lugar frecuente a buena parte de los escritores en el planeta. Lo que sí resulta noticioso, en este caso, es el cambio repentino, tanto en su novela A la hora de las Golondrinas como en este nuevo libro de cuentos de Antonio Mora Vélez, del escenario usual de sus ficciones que circulan por las carreteras intergalácticas a las avenidas donde uno se tropieza con situaciones ubicadas precisamente en este mundo, en que su búsqueda continua y creativa por cambiar de atmósferas y temas, hace su aparición lejos de aquellos nidos estrellados y asteroides remotos.
Entre uno y otro, por fortuna, lo que permanece intacto es su talento en el narrar, la creación de ambientes que viajan hacia el centro de los sentimientos encontrados, dosificación inteligente de la anécdota, economía de lenguaje y estructura que lleva sin duda a atrapar al lector entre las fauces poéticas y a veces desencantadas de las pasiones evocadores de un tiempo diluido que rescata y resucita en su lucha tenaz contra el olvido.
Sin duda, el lector hallará en estas páginas la lucha del ser por reconstruir viejos pasajes instalados en la memoria que dejan florecer emociones y aprendizajes alrededor de la fugacidad de la existencia. Reconforta estacionarse en libros como este de Antonio Mora Vélez que nos permiten vivir estremecimientos y nos deja la impresión no de haber leído un libro sino de haberlo sentido, la indiscutible magia de los escritores verdaderos.
Desde la valija de sus evocaciones, el autor nos remite a un universo desdeñado y desconocido hoy que parece extraño al de la era de la tecnología y creyera removido sólo de su imaginación pertinaz ya reconocida internacionalmente, porque se juzgarán extrañas y hasta de la escuela del realismo mágico sus historias, pero quienes hemos vivido lo prodigioso de las provincias entendemos que es la vida de cuerpo entero, por dentro y por fuera, la que palpita y cabalga sin temor por sus páginas. 
Los 21 relatos que integran el nuevo volumen de Antonio Mora Vélez, se distinguen también por su brevedad y lo intenso de las historias que narra. Las reiteradas dedicatorias de los textos a seres queridos suyos que partieron más allá de la vida pero no del afecto, concretan no sólo un homenaje a su memoria, sino a un pretérito donde habita la pobreza y la ilusión de crecer, como si el lente retrovisor permitiera el examen de un largo trayecto por la existencia donde la satisfacción de haber vivido algunas desilusiones no dejan huella de resentimiento sino de aprendizaje, y aquí está el testimonio estético desde lo estrictamente literario para eternizar esos instantes. 
¿Qué significan para un niño las pequeñas cosas? Mi caja de cartón magnifica lo que simbolizaba para ese infante el recipiente ajado de cartulina gruesa que el chiquillo asumía como su único tesoro y logra poner en primer plano para que tome vida algo tan en apariencia insignificante, lo que sólo el buen cine o la buena literatura logran. Allí, en ese pasaje que conmueve escrito en 1978,  deja ver cómo, desde  hace ya más de tres décadas, Mora Vélez era en realidad no un aprendiz sino un escritor.
El grato paseo al que nos lleva, tiene variedad de paisajes y situaciones que pueden ir hasta los indios donde los cuentos de miedo, la música, el deporte y el mar son el escenario, el de la evocación de los sustos y las creencias de la infancia bajo el templo de lo supuestamente demoníaco por el ritual de los masones, en Berenice; la primera decepción amorosa que de tragedia íntima se transforma en resurrección rápidamente, en Más bella que Georgina; el cambio de mirada sobre la vida en Mi dulzaina; el gallito giro como un juguete viviente al que las limitaciones de la pobreza llevan a su exterminio; en recogiendo los pasos los espíritus que aparecen para despedirse; en cielito, las suplantaciones y el abandono; en La gordita del Tropicana, la sesión de estrenar el adiós a la virginidad; En el borrachito de las 36, el enfrentamiento a la sensación cercana de la muerte violenta; en Ligia María, la corraleja, el acordeón y el merengue; en Rosario, el miedo a la recreación; en Plácida, el amor frustrado y evocado; en El partido de Magola, el béisbol y el deseo paralelos al ritmo del juego y la pasión exaltada por el deseo sensual; en El niño Dios, los tradicionales regalos de navidad cuyo conocimiento de la verdadera procedencia permiten el desencantado instante de la pérdida de la inocencia; en la aventura de los mangos, las pilatunas y la angustia de la madre cuando el hijo se va sin decir adónde; en Ana Bolena, los versos, la pobreza, la coquetería; en Por conversar un rato con Mariela, incomparable y bella evocación de los amores desaparecidos; en El funeral de mi abuelo, el abandono y la tristeza por la muerte; En Tierrasanta, el comienzo de un activismo sindical; En El circo, aquel asombroso espectáculo que todos vivimos y admiramos, en fin, un viaje por la vida vuelta lenguaje y un libro de Mora Vélez que recibimos con alborozo.
Ibagué, Nuevo Rincón Santo, marzo 5 de 2012 

Homenaje nacional a Alfonso Jaramillo e Hilda Martínez en Ibagué

Por: Carlos Orlando Pardo
Es más que justo el homenaje nacional que el Congreso de la República en pleno hará a Alfonso Jaramillo Salazar y a su esposa, dos combatientes legendarios de las luchas liberales y coautores de la pelea contra el atraso del Tolima en todos sus frentes. Para el seis de julio próximo, se reunirá la plana mayor del país, incluido el Presidente de la República, a tributar el reconocimiento a este matrimonio de servidores públicos que dieron siempre fe de vigor incansable en sus tareas, de carácter y transparencia en cada uno de sus actos. Los conocí de niño y tuve el privilegio de ser cercano a su familia y seguidor entusiasta y convencido de su política a lo largo de toda mi vida pública. Cada uno de sus actos que seguí como testigo de excepción, me llevan siempre al convencimiento de su valerosa tarea en la política de la región y de cómo se convirtieron en figuras nacionales del partido liberal. Sobre Alfonso Jaramillo Salazar, Carlos Lleras Restrepo en su revista Nueva Frontera, al calificar el gabinete de Turbay, dijo de su equivocación designando a un médico de pueblo, a “un médico rural” en tan alta responsabilidad, para después de su ejemplar desempeño admitir que se había equivocado y se trataba de su ministro estrella, como en efecto lo fue, en una luminosa tarea todavía sin par en Colombia, trascurridos 34 años. Cuando fuera gobernador del Tolima entre 1962 y 1963, rompió con la conducta del dejar hacer y dejar pasar para enfrentarse con decidido carácter a buscar la paz, la que en su administración se alcanza de manera concreta cuando se da de baja a los principales bandoleros que azotaban la región con secuestros y matanzas. Al mismo tiempo, cumplía con un dinámico desarrollo de la educación, la salud, el trabajo, las obras públicas, sin olvidar las vías veredales y ofrece por vez primera en el Tolima la participación de la mujer en el gabinete. Como parlamentario y embajador, como Jefe de su partido, como médico excelente al servicio de la gente humilde, Jaramillo ofreció una vida pública sin tacha que sigue siendo ejemplo para el país, lo mismo que su esposa, Hilda Martínez, valerosa dirigente que logró participación notable como parlamentaria y como vocera de los intereses populares tanto en el departamento como en Bogotá, donde logró sobresalir como concejal. Sus actuaciones la llevaron a encarnar un modelo de mujer participante y con beligerancia en los asuntos del gobierno y el Estado, en las obras educativas de la cual por ejemplo el Técnico femenino, hoy Sagrada Familia ubicado en el barrio Jordán, fue fundado por ella como un prototipo para educar a hijas de desplazados por la violencia que tanto tiñó de sangre el suelo colombiano. Todo un largo volumen se haría necesario para resaltar las acciones de los esposos Jaramillo Martínez, de cuyo matrimonio y ejemplo salieron Guillermo Alfonso y Mauricio, dos exparlamentarios igualmente beligerantes porque no tragan entero, al estilo de la escuela de Palacio Rudas, y cada uno en su campo sigue cumpliendo con una acción sobresaliente, manteniendo la honestidad como principio, la batalla por sus ideas como razón de ser y el deseo de ayudar a construir un mejor país. Estaremos atentos a este reconocimiento porque siempre serán pocos los aplausos para los viejos, la admiración por su vida y su trayectoria y la gratitud por haber podido, desde nuestro padre, estar al lado de las causas justas que abanderaron siempre con gallardía. 

Colombiano Eliécer Pardo reclama que la literatura hable desde los vencidos
Publicado en: UNIVISION
Por: Roberto Rojas Monroy
Bogotá, 25 abr (EFE).- El escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo, que irrumpe en el mundo editorial tras dos décadas de silencio con "El pianista que llegó de Hamburgo", afirmó que la literatura "debe empezar a hablar desde los vencidos", con motivo de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo).
"Creo que ya es tiempo para que la novela colombiana empiece a hablar de fenómenos que la crónica, la sociología y la historia patria, que ha hablado desde los vencedores, empiece a hablar con la voz de los vencidos, con los antihéroes, a quienes nadie ha dado voz", reclamó en una entrevista con Efe.
El autor de la saga "Quinteto de la frágil memoria", publicada por Cangrejo Editores, apuesta ahora por una novela colombiana o latinoamericana "que sea realmente histórica".
"Creo que es la opción de empezar a hablar de eso para no repetir lo mismo. La historia patria recreada en la historia de la novela histórica. Es uno de esos fenómenos que empieza a suceder en todos los países de América Latina", indicó satisfecho el novelista, nacido en 1950.
Eliécer Pardo, autor también de la laureada "El jardín de las Weissman" y de "La octava puerta", cree que los escritores "tienen un compromiso y una posición 'sartriana': el escritor es testigo de su tiempo y el escritor no debe traicionar su propio tiempo".
Por eso cree que el autor actual debe "ser un aporte en la reconstrucción del tejido de la memoria, pero no contado desde la historia sino desde los personajes que van relatando el conflicto con la historia de telón de fondo".
Y ese telón, indicó, "es realmente la vida de los seres humanos, de la guerra, nuestra guerra, que nos determina en su proceder y en su tiempo", indicó en alusión a su país, Colombia, que vive un conflicto armado desde hace casi 50 años.
Para Eliécer Pardo, su saga del "Quinteto" es su "gran proyecto en donde la historia de Colombia forma parte de la historia personal, de una saga familiar, que va recorriendo tiempos, espacios, países, viajes, conflictos, amores y traiciones".
Su última entrega, "El pianista que llegó de Hamburgo", habla de "un hombre que huye de la II Guerra Mundial y odia la guerra. Es un humanista y trata de buscar la manera de ir a Estados Unidos, pero termina en Colombia, encontrando esa otra violencia, que es la nuestra".
En Colombia abre una academia de piano, pero el 9 de abril de 1948, cuando es asesinado el entonces candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, se la queman, lo que lleva "a un deterioro afectivo poético del personaje y termina huyendo al sur del país".
El "Quinteto" está compuesto por cinco novelas, la última de ellas "El pianista". Las anteriores fueron "La baronesa del circo Atayde", "Una llama al viento", "La sombra del silencio" y "La frágil memoria".
Todos ellas relatan momentos vividos por él que tienen que ver con hechos reales de la sociedad e historia política colombiana, como aquel fatídico 9 de abril y la muerte del caudillo Gaitán, que llevó a lo que en Colombia se llama "La Violencia", una sangrienta guerra entre conservadores y liberales.
Luz Mary Giraldo en El Espectador
También la llamada guerra del café y al éxodo de los cultivadores, o la fundación de las guerrillas comunistas, entre ellas las FARC.
"La frágil memoria", según el autor, "es el libro central, una historia de amor urbano con todos los conflictos de la ciudad, con todo lo que ha ocurrido con el Palacio de Justicia, la guerrilla del M-19, un proyecto utópico de la juventud".
Eliécer Pardo confesó a Efe haber dedicado los últimos 20 años "a estudiar la vida violenta de Colombia para colocar a los personajes dentro del mismo conflicto". Con esa afirmación justificó "esa pausa" en su producción literaria.

El veterano autor colombiano presenta su última obra en esta edición de la Filbo 2012, que acoge Bogotá hasta el primero de mayo. EFE

CARLOS ORLANDO PARDO Y PIJAO EDITORES: 40 AÑOS

Mi foto

Días antes de presentar su nueva novela Verónica resucitada (Pijao Editores), Carlos Orlando Pardo (foto) sufrió quebrantos de salud que le impidieron asistir a la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Entonces, escribió la carta a Carlos, su hijo, que trascribo a contiuación, donde hace un balance de los 40 años de trabajos de Pijao Editores (Ibagué, 1972-2012), la empresa editorial que fundara con su hermano Jorge Eliécer y que se convertiría en el proyecto editorial privado, descentralizado de la capital del país, con mayor éxito en el final del siglo pasado y comienzos de éste. La carta fue leída en la sala Cepeda Samudio con lleno total.

Por Carlos Orlando Pardo
 
“Querido hijo: Es la primera vez que durante 25 años no puedo asistir a la Feria del Libro en Bogotá. Creo que buena parte de los escritores colombianos nos preparamos cada año para esta fiesta que fundara hace exactamente un cuarto de siglo nuestro querido amigo Jorge Valencia Jaramillo, la ocasión donde nos vemos y abrazamos quienes hacemos libros y los escribimos. Por allí desfilan los vivos y los muertos como en la visión del paraíso que tenía Borges y en esta ocasión apenas con nostalgia puedo imaginarla. Sin embargo, a través tuyo, y qué mejor, envío mi certificado de supervivencia para celebrar los 40 años de Pijao Editores, los primeros 354 títulos y los más de 500 mil ejemplares publicados.

Ha sido una larga paciencia y un oficio amoroso en el que tú nos has acompañado devoto por 25 años, también, como parte de esta faena triunfal porque no hemos hecho de los libros un negocio, como muchos pueden pensarlo, sino un ritual donde lo importante no ha sido ganar dinero, aunque tampoco perderlo que no se logra siempre, sino convertirnos en un refugio donde los escritores colombianos encuentran su trinchera.
 
En Pijao no hemos cobrado nunca por editar a ninguno sino hemos pagado los derechos de autor tras seleccionarlos con juicio, inclusive por encima de los afectos. No ha sido la tarea simple de editar libros y libros sino de dejar en ellos el testimonio de nuestras útiles investigaciones y antologías, el rescate de nombres, la difusión de autores nuevos y de valores existentes, todo como una manera de demostrar que la literatura meritoria, en particular, no es la que sólo trazan los grandes medios capitalinos ni las grandes firmas editoriales, sino la que se impone desde la provincia con validez continental.

A fe que lo hemos logrado, muchas veces dejando al margen nuestra propia obra por difundir amorosos las de los demás. En ese camino, bien lo sabes, hemos tropezado con ángeles protectores de nuestros pasos como Germán Vargas Cantillo, Eduardo Pachón Padilla, Manuel Zapata Olivella, Fernando Soto Aparicio, Darío Ortiz Vidales, Augusto Trujillo y Gabriel King, pero en esencia con los altares abiertos para nuestro culto por Jorge Valencia Jaramillo, un estímulo radiante y permanente que desde aquí bendice mi corazón desfallecido pero siempre grato.
40 años conllevan fatiga pero no cejaremos en el propósito de continuar cumpliendo con nuestra tarea, mucho más si ofrecemos ejemplo como el que vemos satisfechos con la presencia corajuda en el mundo editorial de mi hermano Pablo a través de la refulgentefaena de Caza de Libros, hija legítima de Pijao, y con quien seguramente seguiremos en algunas quehaceres conjuntos como la iniciada en 50 novelas colombianas y una pintada con la que él nace con la bandera en alto.
Tras incursionar en multimedia con la enciclopedia Tolima Total, en el mundo de los documentales como acabamos de cumplirlo en coproducción con Señal Colombia alrededor de la vida y la obra de importantes escritores, seguiremos por este camino y preparamos con tiempo la nueva colección 50 libros de cuentos y una antología que saldrá poco a poco. Lo demás es historia que nos complace haber escrito con actos.

Para hoy, honrando el día del trabajo, el placer está en presentar en sociedad cuatro nuevos libros. Sobre mi novela Verónica resucitada que me regresa de nuevo y en serie a la literatura, y de las notas y crónicas de Los adelantados, hablará mi entrañable amigo Benhur Sánchez Suárez, compañero maravilloso en la trayectoria de Pijao, y envío dos pequeñas notas sobre El robo de la cañonera del consagrado novelista Héctor Sánchez, quien decidió quedarse a mi lado alegrándome con sus palabras sabias en esta recuperación física y espiritual de la dolencia inesperada que me hirió, por fortuna esta vez no de muerte, lo mismo que otra nota sobre el esperado poemario de Jorge Valencia Jaramillo, alrededor de cuya vida y obra quería hablar y a quien dedico este acto con inmenso amor fraterno y gratitud.

Finalmente, hijo, me siento dignamente representado por ti en la celebración que me honra y honra mis esfuerzos. Dales a todos en mi nombre un abrazo fuerte y la esperanza que guardo de verlos otra vez”.

Creada alta comisión oficial para celebraciones del natalicio de Palacio Rudas.
Por: Carlos Orlando Pardo
El ejemplo que en su vida y por su obra dio para el país Alfonso Palacio Rudas, no podía generar menos que acciones trascendentes de parte del gobierno del presidente Santos, discípulo suyo y a quien con regularidad evoca en sus conversaciones públicas y privadas. Por eso, con motivo de la conmemoración de su natalicio, acaba de constituirse por decreto 0872 del 27 de abril, la Comisión para estos efectos que ya publicó la página de la Presidencia de la República. Me parece aleccionador lo que acaba de darse gracias a una idea luminosa surgida de Jairo Rivera Morales no sólo para integrar la comisión preparatoria sino para buscar eco que se concretó hace unas semanas en Honda, adonde tuvimos el privilegio de estar y participar. Es una nómina de lujo donde de 17 miembros se cuentan diez y dos más con ascendencia en Honda como Clara López y Ernesto Samper y los demás tuvieron una estrecha relación con el maestro.  Ahí están las altas puntas del gobierno y de entidades nacionales y académicas. El ex presidente Ernesto Samper, el Ministro de Hacienda y Crédito Público, nuestro paisano Juan Carlos Echeverry, la Contralora General de la República, el Fiscal General de la Nación, Eduardo Montealegre, el Gerente del Banco de la República, el ex presidente de la Corte Constitucional, Mauricio González Cuervo, el ex Procurador General, Alfonso Gómez Méndez, la ex alcaldesa de Bogotá, Clara López, el ex gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, así como la presencia del Gobernador del departamento y del Alcalde de Honda, junto a los destacados intelectuales Néstor Hernando Parra, Augusto Trujillo Muñoz y Jairo Rivera Morales y los ex gobernadores Ariel Armel y Yezid Castaño. Sus nombres son elocuentes para garantizar la ejecución de las propuestas que se iniciaran brillantemente por el mejor senador del Tolima que es Juan Lozano. Son hasta ahora cuatro meses de acción y seguro una gran apertura para Honda con el entusiasmo que pone su alcalde. Ahí estamos todos los tolimenses porque se trata de un trabajo colectivo en donde todos debemos participar. Para el próximo 12 de junio en que se cumplen los cien años del natalicio del hombre que no tragó entero, del exministro de hacienda y del exsenador de la república, del exconstitucionalista del 91, del periodista y del diplomático, del pensador y el que desarrolló la ciencia económica del país, comienzan en grande los actos con esta comisión especial. Esperemos entonces la Ley de Honores que aprobarán todos los parlamentarios donde se sentarán las bases del estímulo y del desarrollo de la ciudad natal de Palacio y del norte del Tolima. 

El pianista que llegó de Hamburgo
La nueva novela de Jorge Eliécer Pardo
La novela que la reconocida editorial colombo mexicana Cangrejo acaba de publicar de mi hermano Jorge Eliécer Pardo, deja la agradable sensación del aparente regreso de un ya consagrado novelista que llevaba dos décadas de prudente silencio en este género. Se trata de una de las cinco que integran su Quinteto de la frágil memoria, una saga familiar sobre el amor y el desplazamiento permanente a que hemos estado sometidos los colombianos desde tiempos pasados y que en estrecho maridaje con la historia ficciona las diversas guerras del país y América Latina. El pianista que llegó de Hamburgo, hermosa edición que inaugura una serie para el mundo hispano, se presentó como una novedad en la Feria Internacional del Libro y desde luego en noviembre en la de Guadalajara, en México, al tiempo que en otros cercanos y remotos lugares. Sin duda, los numerosos lectores y críticos de Pardo, vuelven al encanto de sus fábulas desencantadas frente a la brevedad de la vida y la gracia perenne de lo permanente del amor y la memoria, el cofre donde reposa la presencia de capítulos que han estremecido a la sociedad y tocan en mayor medida a sus protagonistas, vueltas por fortuna literarios bajo el hálito de la poesía y la palabra justa.  Desde luego que fui un lector privilegiado al conocer de primera mano las diversas versiones que escribiera sobre cada uno de ellos a lo largo de quinquenios. Pude así gozar de la magia de las transformaciones y cambios siempre para ser mejoradas y finalmente la alegría por saber que empieza ese extraño camino de los libros en busca de capturar la atención del lector. No se trata, por fortuna, de un volumen más en medio de la turbulencia de obras que inundan el mercado, sino de una bien particular, porque en medio del universo creado alcanza a penetrar de manera punzante en el alma de sus protagonistas para descubrir sus más íntimos secretos y sentimientos alrededor del amor y la muerte, el placer y las evocaciones, la reconstrucción de existencias en lucha constante por sobrevivir. Es el drama del peligro de existir entre el bullicio del riesgo y la violencia que asoma su cara terrible en cada esquina para cambiar destinos.
Como lo hizo ya con las Weismann, El pianista que llegó de Hamburgo es la historia de otro alemán,precisamente Hendrik Pfalzgraf, judío-alemán, sobreviviente de las guerras quien huye de los nazis en su tierra y llega a Colombia, en concreto a Bogotá en búsqueda de paz y libertad para poner su escuela de música y su venta de pianos, tropezándose con la mala fortuna que por aquí, se inician los incendios y la violencia porque han asesinado al líder popular Jorge Eliécer Gaitán y la capital del país es destrozada, destruyéndose bajo las llamas implacables su escuela y sus pianos, todo en la fecha fatídica del 9 de abril de 1948, conocida como El Bogotazo.
La historia transcurre de 1920 a 1985 y se puntualizan aquellos 65 años sin que aparezca la paz pero sí el amor, la música y el siempre añorado retorno. El trasegar de ese inmigrante que huye de la Segunda Guerra Mundial para deslizarse y hundirse en la violencia de mitad de siglo, lo deja sin espacio en el mundo como un errante solitario y triste que busca inútilmente por las calles y casas desmoronadas el amor imposible que igualmente ha derruido y carbonizado su ánimo, pero nunca la esperanza de encontrar a la mujer de la flor amarilla que encarna el paraíso perdido. Todo es un ritual dramático que con alto lirismo de diamantes poéticos y existenciales adorna sus sueños y sus terribles pesadillas, guiándolo hacia los abismos insondables de losconciertos y la caída final. Entre tanto, Hendrik-Nosferatu, poeta romántico moderno, interpretará el Concierto Número Uno de Johannes Brahms, una ejecución sin fin que deambula por el barrio de La Candelaria, los Llanos Orientales y las selvas del sur del territorio adonde lo empujan sin remedio las circunstancias atorrantes de huir para no llegar a parte alguna dónde resguardarse del infierno. 

El pianista que llegó de Hamburgo, refleja sin piedad los acontecimientos que corresponden a la memoria de los derrotados en el conflicto colombiano. Así pasan las páginas sin que por un solo minuto asome el cansancio porque la tensión permanece y el deseo de saber el final nos conduce hasta su última palabra. Pero aquí no se trata sólo de la historia que resumida puede parecer sin encanto, sino de la eficacia del lenguaje, la solidez de la estructura narrativa, la simbología que encierra cada acto por inocente que parezca.

La novela de Jorge Eliécer Pardo logra crear un personaje inolvidable que en el remolino de la desolación nos enseña la trascendencia del amor en los peores momentos y de qué manera aunque el corazón nos pierda, también nos salva bajo el aire inclemente de la guerra y el abandono, como si la peor orfandad ofrecida por la ausencia y la derrota nos permitiera encarnar la última bandera para llegar al final de nuestras vidas bajo el sopor del onirismo.  

CARLOS ORLANDO PARDO RODRIGUEZ
DECLARACIÓN DE FE A UNA MAESTRÍA
40 años de la Fundación Pijao

Por: FERNANDO AYALA POVEDA
Amado padre en la literatura, amigo del buen ejemplo y buen hijo del consejo sabio: Hoy vives en el reposo fugaz como el buen guerrero. Yo quiero, debo y puedo espiritualmente decir en tres minutos, pronunciar con la lengua de los hombres trescientas palabras. Los hombres buenos, nobles y de verdad de verdad pero de verdad que yo quiera en este mundo, se encarnan en tu voz porque has extendido tus manos de buen hermano para los escritores de Colombia. Es impensable este país sin tu labor y tu yunta. Has abierto surcos, sembrado árboles colosales y desafiado tormentas junto con Jorge y Pablo Pardo. La cultura colombiana sería de verdad una tradición pobre, un territorio esclavo del analfabetismo, un país sin poesía y novela, sin historia y sin proceso creativo. Qué gran autor eres. Si me preguntaras como lo hizo el emperador a Virgilio: “Si no fuera rey, quién sería yo?” Qué respuesta difícil. Pero la respuesta de Virgilio fue exacta: “Serías panadero, porque les das pan a la humanidad. También eres rey porque pan le has propiciado a los lectores, del Tolima Grande; pan de palabra, memoria y de vida a tantos caminantes que leen tus libros a la orilla de los caminos donde el Pijao duerme. No has arado en el desierto. Maestro mío y de todos, pedagogo, narrador, el mejor cuentista corto del mundo, compositor de tantos cielos donde fuimos tan felices Germán Vargas Cantillo, Eduardo Pachón Padilla, Héctor Sánchez, Carlos Perozzo, Gustavo Álvarez Gardeazábal, y miles de miles en este elogio humilde donde ninguno falta. No sólo te has ocupado de los escritores sin casa, sin rumbo, sin lápiz, sino de los que se fueron y vendrán. Cómo te respetamos. Nuestro valiente capitán de la frente en alto, nuestro escritor del humor creador, amante de las anécdotas desconcertantes y la risa en espiral, corazón planetario de la familia Pardo, confidente de su pueblo, narrador oral del Líbano, cronista con música de Rodrigo Silva, jovial hasta reír en colores de las flores de tu casa o en tragedia griega, eres tú de muchos modos. Como no eres retórico, sino visceral y tu dolor por tu país es una herida que duele, entonces, los niños, los jóvenes, los menos adelantados, los que tejen el algodón y comen el arroz del sabor de Rayuela, te brindamos nuestro sudor porque eso fue, ha sido y será, lo que nos enseñaste a trabajar. No tenemos poder, riqueza, sólo sudor para trabajar las artes, con fe, sin desmayar. Eres un hombre libro, la biblioteca universal que forman las páginas de los innumerables tolimenses, músicos, historiadores, economistas, periodistas, constitucionalistas. La historia te acompaña y tu habla son las lenguas del viento y la escritura de la piedra. Que hoy te acompañen cuarenta años más los perfumes del Combeima, tu Jacky amada, tus hijos que escalan cimas. Eso es todo y es el principio de este primer de mayo donde marcho tras los pasos de José Eustasio Rivera en Casanare.

Pijao editores, cuatro decenios de palabras palpitantes
Por: Ángel Castaño Guzmán*
Samuel Riba, personaje de Dublinesca, una de las novelas más recientes del escritor catalán Enrique Vila-Matas, pertenece a una especie en vía de extinción. Él lo sabe y esa certeza es el germen de un malestar existencial, de una pérdida de coordenadas, que a la postre termina llevándolo a cuestionar su oficio. Samuel Riba es un editor literario. Lo es aunque lleve dos años alejado de la imprenta porque, así como al escritor se le juzga exclusivamente por su obra –a fin de cuentas dice la sabiduría popular: por sus obras los conoceréis– el catálogo de un editor constituye una parte importante de su personalidad. No es extraño, así a simple vista lo parezca, iniciar el artículo sobre una editorial colombiana que llega a la edad de la madurez –los 40 años– mencionando una ficción obsesiva con el tantas veces anunciado sepelio de la galaxia Gutenberg; el fin del libro como vehículo del pensamiento y de la cultura, recipiente de aquello digno de salvarse del paso de los calendarios. La civilización occidental hunde sus raíces en tres textos, a saber: la biblia judeocristiana, el díptico homérico, y la Enciclopedia o diccionario razonado de las artes y las costumbres, intento de sistematizar el conocimiento y ancestro remoto de Wikipedia. ¿Qué relación tiene todo esto con Pijao Editores? Mucho, ya se darán cuenta. Los libros, incluso los religiosos, han servido de catalizadores para las mutaciones sociales más importantes. En la redacción de la Ciudad de Dios, San Agustín afianzó los cimientos de la filosofía cristiana, la única permitida por el poder –primero por los emperadores romanos, luego por los Papas y después, de nuevo, por los emperadores–, hasta bien entrada la edad media. La traducción de la Biblia al alemán, cruzada del monje agustino Martín Lutero, le arrebató a la jerarquía católica el monopolio de la interpretación y por ende de construir la realidad a su antojo. En síntesis, el libro es un dispositivo que bien podría servir de parámetro del grado de progreso alcanzado por una sociedad.
Casi toda historia emplea la figura de los hermanos para la representación de distintas situaciones. Caín, enfadado con Abel, le asesta un golpe con una quijada de burro al predilecto de Yavé. El hambriento Esaú le vende barato el derecho de primogenitura a Jacob. Rómulo y Remo fundan la ciudad a la cual todos los caminos conducen. El mundo no sería el mismo sin el trabajo de los hermanos Orville y Wilbur Wright, pioneros de la aviación moderna, y sin el de Louis y Auguste Lumière, inventores del cine. Esta crónica, desde luego, no es la excepción: Jorge Eliécer y Carlos Orlando Pardo, el año en que Cien años de soledad ganó el Rómulo Gallegos, imprimieron Las primeras palabras, cuentario de nombre profético para las muchas cuartillas editadas por ellos a la fecha. Una anciana usurera, y es imposible a esta altura no recordar a la víctima de Raskolnikov y a sus sucesivas reencarnaciones, le compró al dúo a precio de huevo sus salarios de maestros de escuela. Los mil ejemplares del primer tiraje, repartidos entre condiscípulos y colegas del magisterio, costaron dos mil pesos. Las artes tipográficas se realizaron en los talleres de Editorial Latina, propiedad de Pedro Rivera, agrónomo tolimense radicado en Bogotá. En la roja contracarátula se reproducen las fotografías de los autores. Mirada fija, negro copete de lejanas reminiscencias elvispreslianas, Carlos Orlando. Sonrisa amplia y pose desenfadada, Jorge Eliécer. Del primero, la nota biográfica informa lugar y año de nacimiento: Líbano, Tolima, 1947. Oriundo del mismo municipio, Jorge Eliécer nace dos años después. Los relatos El regalo de bodas, Las primeras palabras, Ojalá salgas bien y Los resultados, pertenecen al mayor de los Pardo. Mientras El descenso, Decidí contarle a Julián lo del viejo Santamaría, Mejor será salir a caminar aunque esté lloviendo, Esperemos a que escampe, son del benjamín de la dupla. En total, ocho textos, 103 páginas. Refiriéndose a la obra, escribió Policarpo Varón: “Su tema es la violencia. No sólo la violencia política, sino la violencia en sus manifestaciones más aterradoras”. El libro, dedicado a los progenitores de los ficcionistas, fue comentado con entusiasmo por dos literatos de nombradía nacional: el novelista boyacense Fernando Soto Aparicio y el periodista costeño Germán Vargas Cantillo, quien sería fundamental para la consolidación de la naciente empresa editorial.
Los bajos índices de lectura en Colombia hacen de la idea de editar de un tirón 50 novelas una iniciativa rayana con el suicidio económico, una suerte de haraquiri financiero aplaudido por los cada vez menos numerosos amigos de los libros pero censurado por los tiburones del comercio. Los porqués sobran: el capital invertido no regresa con la requerida velocidad para llevar el trabajo a los terrenos seguros de la ganancia, la aludida indiferencia del colombiano promedio por los objetos culturales hace de la propuesta un asunto de minoría, y un etcétera tan largo como la lista de las empresas editoriales colombianas en bancarrota. Pero no. Unos personajes capaces de invertir hasta el último centavo para editar un libro, el acariciado sueño de todo escritor merecedor de tal nombre, no se dejaron amedrentar por la conservadora vocecita del sentido común, el adjetivo lo endilga Saramago. Observando los títulos de las 50 novelas colombianas, colección lanzada en 2008, se cae en la cuenta de varias cosas. Menciono dos: 1) Los Pardo procedieron de una manera reivindicativa. Formaron la colección con autores que por razones ajenas a la calidad de sus trabajos y la pertinencia de sus voces son ignorados por la industria mediática. Es cierto, brillan algunos nombres: Manuel Zapata Olivella, Eutiquio Leal, precursor de los talleres literarios en esta esquina del continente americano; Gustavo Álvarez Gardeazábal, Óscar Collazos, famoso por su debate con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa; Fernando Soto Aparicio, Adalberto Agudelo y Eduardo Santa, de quien Carlos Orlando escribió una biografía. Pero la constante es otra. Enrique Cabezas Rher, Flaminio Rivera, Alberto Esquivel, Roberto Ruiz, Humberto Tafur, Carlos Bastidas Padilla, Jairo Restrepo Galeano, Carlos Perozzo, Fernando Ayala Poveda, Fabio Martínez, son seguramente novelistas conocidos en sus respectivas regiones, no así para la gran audiencia, la masa, el pueblo o como quiera llamársele a ese sector de la población que lleva un título al podio de los más vendidos. 2) El todo o nada de los Pardo consistió en, si bien no olvidarla por completo, no poner a Bogotá como eje gravitacional de sus oficios editoriales. El Encuentro Nacional De Escritores Luis Vidales, de Calarcá, por ejemplo, sirvió de marco para presentarle la colección a la opinión pública. Por supuesto, se hizo una velada similar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Sin embargo, y como dice Luz Mary Giraldo en una reseña alusiva a las 50 novelas, la propuesta se hace desde la provincia. Este proyecto, entre otras cosas, sirvió de trampolín para sacar a flote Caza de libros, la compañía de Pablo, el tercer hermano Pardo. La familia Pardo, en consecuencia, pertenece al selecto grupo de linajes que muestra orgulloso no uno sino dos sellos editoriales. Si me preguntan, caso único en el país.
En 1970, Germán Vargas Cantillo fue invitado a formar parte del jurado encargado de seleccionar los ganadores del Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Ibagué. Una coincidencia afortunada: uno de los miembros del ya entonces mítico grupo de La Cueva arribó al Tolima, a la sazón un ambiente de prometedores cuentistas. Una noche de bohemia, pasado algún tiempo no especificado por Carlos Orlando en las continuas entrevistas virtuales para este texto, los Pardo y el periodista buscaban entre libaciones espirituosas la línea temática de los narradores tolimenses. La conclusión saltó como el conejo de la chistera: La Violencia. De esa conversación germinó La violencia diez veces contada (1976), antología hecha y prologada por Vargas Cantillo. En las líneas finales de la presentación, dice el amigo de Gabo y del Nene Cepeda: “el centro de la narrativa colombiana, que antes estuvo en Antioquia, con Tomás Carrasquilla, con Efe Gómez (…) y después en la costa atlántica con José Félix Fuenmayor, con García Márquez (…) hoy está en el Tolima”. La afirmación es comprensible. En el volumen de 218 páginas, hay cuentos de Germán Santamaría, Policarpo Varón, autor del asombroso conjunto de relatos El festín; Héctor Sánchez, Eutiquio Leal, Eduardo Santa y los hermanos Pardo. Sin soslayar la importancia de trabajos previos como la edición de Marilyn, compendio de narraciones premiadas del reportero Germán Santamaría, también nacido en El Líbano, Tolima, el aporte de Germán Vargas Cantillo al catálogo de Pijao Editores es la archiconocida patadita de la buena suerte –y perdonen el populismo jorgebaronesco–, el pistoletazo de partida.
La psicología contemporánea a mediados del decenio pasado erigió un postulado sencillo: las personas alcanzan el equilibrio afectivo a los cuarenta años. Son pocas las cosas importantes hechas en el arte antes de que sus autores cumplan dicha edad. Como todas las premisas con pretensiones generales, seguramente ésta esconde una pizca de verdad y toneladas de especulación. Mientras los hermanos Pardo apagan la velita en forma de 40 puesta en el pastel hecho por amigos y conocidos, la editorial no ceja en su empeño de contribuir con el estudio de la cultura del Tolima grande. La serie Palabra viva es el proyecto actual que ocupa la atención de los homenajeados: cinco documentales bio-bibliográficos sobre los escritores Eduardo Santa, Benhur Sánchez, Héctor Sánchez, William Ospina y Jorge Eliécer Pardo. Además preparan el complemento de las 50 novelas colombianas con la no menos ambiciosa colección 50 cuentarios y una antología. Alejados de las especulaciones sombrías de Samuel Riba, Jorge Eliecer y Carlos Orlando le suman a la pasión juvenil por los libros cientos de millas de experiencia y maduración empresarial.
*Periodista. Editor de la revista Santo & Seña