La gran alegría del encuentro con viejos y entrañables amigos escritores tolimenses compartiendo música, sueños y planes, ha sido parte de la actividad de este comienzo de año al recibir la visita de estos intelectuales y artistas que hacen honor al país y al Tolima. 

En la foto William Ospina, Rodrigo Silva, Héctor Sánchez, Carlos Orlando Pardo, Benhur Sánchez y Carlos Pardo Viña.
 Con Germán Santamaria

La niña es mi pequeña hija María José con William Ospina. 

Verónica Resucitada de Carlos Orlando Pardo. 
Ibagué: Pijao Editores, 2012. 295 páginas.
Nelson González-Ortega, Catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Oslo, Noruega, 2012.

Verónica Resucitada es una novela, cuya trama básica trata de Verónica y Arturo que, de forma independiente, desarrollan desde su niñez un gusto especial por la vida trashumante del circo y, sobretodo, por realizar su sueño de volverse trapecistas profesionales; maestros en el difícil triple salto mortal, lo cual logran con gran éxito. El personaje narrador, Arturo, y la protagonista, Verónica, se conocen en el circo, trabajan juntos como pareja de trapecistas, se retiran de la vida circense, se casan y tienen dos hijas, Sofía e Inés, quienes son abandonadas por su madre, cuando ella decide regresar al circo a su vida de trapecista para reconquistar su plena libertad personal, espiritual y sexual de ser mujer sin ataduras familiares. Verónica rechaza así el anhelo de su esposo, Arturo, de llevar junto a ella una vida rutinaria de pareja de clase media, atada a su hogar, a su familia, a su barrio y a su ciudad. Desde su abandono, Arturo declara a su mujer muerta para él y para sus hijas y sólo conserva de ella una fotografía que guarda en secreto durante su larga vida. Las dos hijas, desde niñas, asumen como hecho real la falsa muerte de su madre, Verónica, hasta que ésta, después de la muerte de su esposo Arturo, las busca, las encuentra y pasa sus últimos días, enferma de cáncer en casa de su hija Inés y muere en compañía de ella y de sus diez hijos.

Desde luego, que el recuento escueto y lineal de esta trama, hecha aquí en función del análisis de la novela, no le hace justicia a la forma innovadora, al contenido intrigante y al estilo cuidadoso y directo del relato de Carlos Orlando Pardo. Verónica Resucitada se estructura alrededor de tres relatos principales entrelazados: una autobiografía ficcional de la protagonista, Verónica, que recuerda su vida de plena libertad desde niña hasta los noventa años, cuando agoniza en casa de su hija; una crónica familiar relatada por el narrador-personaje  omnisciente, Arturo que no se separa de sus hijas, acompañándolas desde su niñez a su vida adulta; y una especie de crónica histórica novelada en la cual aparecen mencionados en forma a-cronológica hechos históricos y lugares comunes de la historia política y de la cultura colombiana desde principios del siglo XX hasta aproximadamente 1980. Cada relato se interconecta con los otros formando un rompecabezas de episodios que al final de la lectura se integran en una unidad narrativa significante y coherente.

En el primer macro relato, cuyas secciones aparecen en la novela escritas en letra cursiva, el narrador toma la perspectiva de la protagonista, Verónica, e inicia la narración en media res y en un lenguaje transparente, como si ella, en lugar de expresarse en un monólogo, relatara a una amiga, en la intimidad de unas cervezas tomadas en la cocina de su casa, la manera en que --obnubilada por la brillantez del espectáculo de un circo pueblerino, para lograr su propio espacio psicológico y espiritual de mujer, y por la curiosidad de conocer íntima y profesionalmente a un joven trapecista de circo-- abandonó su hogar familiar compuesto por su esposo Arturo y sus dos hijas Sofía e Inés:

Un sólo instante fue suficiente para cambiar el destino de toda mi familia […] Odio el ritmo monótono en que estoy consumiéndome en medio de un tiempo detenido y una puerta se abre de improviso para darme ocasión para irme cuanto antes. […] Quiero notar que vibro a cada rato porque mi corazón se invade con demasiadas cuerdas ardiéndome en el cuerpo inútilmente al lucir apagado, sin iluminaciones por la invariabilidad de mis días repetidos, por el aburrimiento que a veces me conduce a estar desesperada así me ocupe diligente en otras cosas. Soy como el perro del vecino que no puede ladrar y el tiempo pasa sin que me de cuenta de lo que me pierdo. Corre por mi interior un río de fastidio al ver en el espejo mi cara de cansancio y distinguir la misma gente, las calles frecuentadas, el mismo caminar y las mismas emisoras diciendo las noticias que varían apenas con los nombres de los últimos muertos. Sé que todo es parte de la vida pero no para mí que jamás me detuve en parte alguna y he sido una impaciente trashumante (VerónicaResucitada 2012: 19-20, cursivas del novelista).


A través de este monólogo, la protagonista expresa en lenguaje poético las circunstancias físicas, psíquicas y sociales que la inducen a abandonar a su esposo y a sus dos pequeñas hijas. La imagen de “el perro del vecino que no puede ladrar”, no sólo connota a nivel social al ‘otro’; al arrimado; al marginal; al silencioso voluntario o silenciado por los otros, sino que históricamente puede evocar, en el lector informado, al perro silencioso de los aztecas y de los chinos, que despreciaron con asombro los europeos al tener noticia de su existencia. Verónica, en tanto “perra de vecina”, sin voz propia; carente de esa cualidad matriarcal --de amar a su esposo y criar a sus hijos--  de la cual hacer gala y sentirse satisfecha, como se espera en la sociedad representada en la novela, se enfrenta a su dilema interior femenino de ser una persona completamente libre; dilema que también enfrentó, hace más de un siglo, Nora, el famoso personaje de Ibsen. Verónica decide abandonar a su esposo e hijas, no por otro hombre como razón primaria, sino por obtener su “cuarto propio”: la libertad plena de hacer lo que quiera con su vida y su talento porque como ella dice: “siempre fui una mujer desobediente” (VerónicaResucitada 2012: 51). Ser libre, no libertina, que es un derecho femenino relegado, cuya exigencia y obtención, desde la antigua tragedia de Antígona y Medea, ha perturbado profundamente el régimen patriarcal auto-asignado por el hombre occidental para regir en la familia y en la sociedad de ayer y de hoy. Pero la obsesión de Verónica de convertirse en un ser completamente libre no le impide a ella, ni al narrador, notar el ambiente de injusticia social, violencia y muerte (i.e., las noticias radiales diarias sobre el número de muertos que sólo cambia en nombres pero no en cantidad), el cual parece haberse convertido en rutina en la sociedad representada en la novela que tiene todos los visos de ser la colombiana durante casi todo el siglo XX.

Es precisamente la injusticia social el tema del segundo macro relato articulado en la novela de Carlos Orlando Pardo; tema protagonizado por la vida y acciones del personaje, Arturo, esposo de Verónica y trapecista de circo como ella, quien no busca la libertad individual como su mujer, sino la libertad colectiva en forma de lucha sindicalista por la obtención de justicia social. Arturo, aparte de haber sido famoso trapecista y ebanista profesional, ama los libros y la lectura. Desde joven, la lectura de todo tipo de libros, lo ha llevado también a navegar por las aguas intranquilas de la literatura de Izquierda, prefiriendo las obras clásicas del comunismo y del socialismo. No por ello, es un militante, alzado en armas, sino más bien un hombre que, a principios del siglo anterior, sintió “el contagio político del naciente partido comunista” (Verónica Resucitada 2012: 38). Un lector entusiasmado que pone sus ideas revolucionarias en lo alto de su existencia individual, familiar y social y a veces usa esas ideas socialistas sublimadas como paliativo contra el dolor causado por el abandono de su mujer, a quien, a pesar de haber declarado públicamente muerta para él y sus hijas, considera muy viva en el interior de su ser, por lo que se aferra a su imagen fotográfica siempre escondida debajo de su colchón, como si, en realidad, se negara a aceptar que ella ya no es parte de su lecho, ni de su vida, y así termina sus días, embalsamado antes de muerto, por esa terrible, pero ansiada ambivalencia afectiva. En efecto, los cuatro grandes pasiones de Arturo, aunque fragmentadas e imperfectas, fueron su perenne pasión por su esposa y su amor por sus dos hijas; su pasión por la lectura de todo tipo de libros, en especial la literatura política; su pasión por volar en los trapecios circenses, desafiando a diario la muerte; y, sobretodo, su pasión por permanecer inmerso en la farándula, actuando en el espectáculo como trapecista circense o viviendo la experiencia de su hija Sofía como lector/escritor de teatro popular y radio-novelas. Así describe el narrador el fervor de sus pasiones: “Arturo embebido por su apasionamiento por la política con el recreo grato de las temporadas de obras costumbristas que incluían para él la delicia de la farsa política y social, la comidilla de la época dada la fuerza que empezaba a respirarse por el comunismo. […] [S]u dedicación por horas a la lectura, a contemplar el paisaje y a estudiar las teorías sociales que llegaban de Rusia” (Verónica Resucitada 2012: 83, 90).   

El tercer macro relato, consiste en la articulación en la novela de una especie de crónica novelada, en forma de mención de acontecimientos históricos, homenaje a personajes políticos conocidos, y mención del desarrollo de la cultura y la literatura. En especial, el desarrollo del arte de actuar frente al público apasiona a Arturo; arte que observa en Verónica desde su nacimiento en el circo de los gitanos, hasta su caso al ver el fortalecimiento del teatro culto y popular y al nacimiento de las radionovelas y de la actuación en programas de televisión en Sofía. El narrador entreteje su historia ficcional, alrededor de acontecimientos familiares, sociales y culturales, en forma de una crónica novelada de la vida política y cultural colombiana durante gran parte del siglo XX. De hecho, el trapecio y la lectura de libros fungen como pre-texto (léase motivo y texto previo) para la narración ficcional, en forma de caleidoscopio, de los principales acontecimientos políticos y culturales de Colombia durante gran parte del siglo XX: desde los ecos de modernidad que empezaron a sonar en el país, en la década de 1930, a raíz del cambio al régimen liberal encabezado por el presidente Olaya Herrera, que sucedió  al régimen conservador de la Regeneración (1886-1930) hasta el nuevo impulso que tomó la modernización del sistema político, social y económico del país entre las décadas de 1950 y 1980, cuando la migración a las ciudades, provocada por la Violencia y el desplazamiento forzado, inundó las grandes ciudades colombianas de millones de campesinos convertidos en ciudadanos, sin casa, sin cuidado de salud y sin educación para sus hijos, lo cual incrementó la delincuencia común y dio origen a las variadas formas de violencia con sus conocidos actores: los militares, paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes. Aunque, el alcance temático y temporal de la novela de Carlos Orlando Pardo, no trata las dos últimas décadas del siglo anterior, quizás las más violentas y sangrientas de la historia colombiana, el lector, presencia a través de la actuación de Arturo, los orígenes de la Violencia y la lucha política –laboral y regional-- del Partido Comunista durante gran parte del siglo anterior: “Durante esos dos años, entre tanto, Arturo, además de cumplir la tarea clandestina de organizar a los trabajadores, dejaba en la conciencia de los contertulios, que lo escuchaban con crecida atención, la inquietud de cómo las cosas no deberían seguir en el país como hasta ahora”. No obstante, el narrador informa que Arturo: “Nunca fue sectario en sus apreciaciones y de manera conciliatoria conservaba su verdadera militancia en buena discreción, asumiéndolo, la mayoría, como librepensador que cumplía con los mandamientos de amar a Dios sobre todas las cosas” (Verónica Resucitada 2012: 95). Esta crónica familiar a-cronológica se funde con la crónica histórica, política y cultural  de la nación y del mundo, a través de la mención de los inventos científicos y los eventos históricos culturales y políticos más emblemáticos ocurridos durante las dos terceras partes del siglo pasado, entre ellos: “la llegada al país de la “cámara Kodak” automática; “el estallido de la guerra civil española” y el “asesinato de García Lorca”; la muerte “de ochenta mil personas por la bomba atómica”; la participación de soldados colombianos en la Guerra de Corea; la llegada del primer disco de vinilo a Colombia; la muerte de Gandhi; “la sed de venganza por la indignación que despertara el crimen de Jorge Eliecer Gaitán; y la declaración de guerra de Colombia a Alemania: Simultáneamente, a estos acontecimientos políticos internacionales, llega al país la cultura europea y se desarrolla en la capital la crítica política desde el teatro: “los bogotanos verían los intereses creados de Jacinto Benavente, El alcalde de Zalamea de Pedro Calderón de la Barca, Juan Tenorio de Zorrilla, dirigidos por Víctor Mallarino o las obras de Carlos Lemus en el Teatro Colón con la actuación de Sofía”, la hija mayor de Arturo y hasta el “estreno de Sí mi Teniente, la obra de Luis Enrique Osorio que criticaba al dictador Rojas Pinilla” (Verónica Resucitada 2012: 145-147, 158-159).

Paralelamente, dos imágenes centrales transcurren a lo largo de la novela, funcionando como una especie de leitmotiv: el acto de volar por el aire en un trapecio de circo frente al público embelesado y el embeleso de casi todos los personajes de la novela en el acto de la lectura de libros: 

Desde sus días con la enciclopedia Espasa, no pudo abandonar su entusiasmo ni su disciplina por la lectura. Le parecía que aquellos pesados volúmenes le decían más y mejores cosas que quienes estaban a su lado consumiéndose en la rutina. Para él era como estar en el camino de los sueños y le daba la posibilidad de escapar del mundo real que comenzaba a fastidiarle. No quería llegar con ellos a la locura como sabía del señor don Quijote y tampoco a la pretensión de la sabiduría sino al divertimento. De todos modos, la secreta influencia que fueron ejerciendo sus lecturas le aclararon asuntos que antes reposaban en el silencio y en la oscuridad. Ya había dedicado bastante de sus horas a perfeccionar el cuerpo para mantenerse al día y en forma con sus aventuras en el trapecio, pero había llegado su momento para ejercitar su inteligencia. Le causaba placer examinar que su memoria parecía haberse dilatado como si los libros fueran su extensión y vivía con pasión cada historia” (Verónica Resucitada 2012: 107-108). 

Por último, pero no por ello menos importante, debe destacarse que en Verónica Resucitada  resuenan ciertos ecos a algunos temas elaborados en Cien años de soledad: los gitanos, el circo, los imanes, la huida de personajes de su familia para unirse al circo. No obstante, debe aclararse que en el caso del autor Carlos Orlando Pardo y de otros novelistas contemporáneos colombianos y latinoamericanos se trata de ecos o “guiños” temáticos, novelísticamente intencionales, que fungen en la narración como “homenajes literarios” a autores y a obras representativas de la cultura hispánica y occidental, incluidos en las obras literarias  con el objeto de demostrarse admiración mutua en la ardua tarea de la creación literaria. Recuérdese que estos “homenajes literarios” o intertextos son tan inmemoriales como los orígenes de la historia humana y han sido usados no sólo por el mismo García Márquez, sino también por Cervantes en DonQuijote y en las antiguas narraciones hebreas y orientales como la Biblia y la épica Gilgamesh, por lo que no pertenecen a un autor individual, sino a la tradición cultural occidental.

En suma, se puede afirmar que la novela Verónica Resucitada del autor tolimense Carlos Orlando Pardo --por su estilo diáfano y a la vez culto y coloquial, por el uso de una prosa poética en la autobiografía de la protagonista y por  narrar la historia de una mujer que, a principios del siglo XX, decide liberarse de su esposo y sus hijas pequeñas, no por odio, no por amor a otro, ni siquiera por enfermedad, sino por querer correr detrás de su libertad y de la realización plena de su talento físico como trapecista-- resulta intrigante e innovadora, a principios del siglo XXI y, por eso, entra, por derecho propio, en la inmemorial tradición del antiguo arte de contar, de escuchar, y de leer, sólo por “divertimento”, las historias de un país, cuyos habitantes, por vivir en medio de la violencia diaria, merecen obtener la “diversión” de un buen relato para no perder la esperanza de experimentar en el futuro un amanecer pacífico en su tierra.

Nelson González-Ortega, Catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Oslo, Noruega, 2012.