ARRIEROS Y FUNDADORES
Por: Carlos Orlando Pardo
Cincuenta años después de haber sido publicada esta obra fundamental sobre la colonización antioqueña en el Tolima y en particular la referente al Líbano, volvió a circular con fuerza esta valiosa obra de Eduardo Santa presentada en el marco de la Feria Internacional del Libro en Bogotá. El homenaje que se le rinde con justicia a través del volumen 30 de la Biblioteca de Autores Libanenses que avanza y se consolida cada año, nos permite disfrutar esta hazaña de hombres y mujeres que le dieron un nuevo rostro a la república al establecer no menos de cien poblaciones entre mediados y finales del siglo XIX. La investigación de entonces donde no sólo se observa rigor sino el rescate de la tradición oral al haber sido entrevistados hijos y nietos de fundadores, nos permite para hoy, pasado medio siglo, encontrar otra vez un relato fresco y apasionante. Aquí se nos retorna a un éxodo legendario de diversas familias que se vieron sometidas a los más diversos peligros en búsqueda de un hogar huyendo de la pobreza y de las guerras. Y lo encontraron en una tierra fértil donde construyeron con no pocos obstáculos y sacrificios la aldea que, por fortuna y bajo la tutela del después general Isidro Parra, vieron crecer como un sueño arrancado de su propio esfuerzo. El origen de su errancia, la descripción de los hombres y mujeres que llegaron primero, su participación en los enfrentamientos usuales por aquellos tiempos, la contribución a liderar el cultivo del café y la explosión y el ejercicio de tendencias que fueron aportando entre católicos, espiritistas, conservadores y liberales, entregan un panorama paradigmático   por el   respeto a   las ideas propias y  de los otros, combinadas en un clima cultural por la llegada de ingleses y franceses, alemanes y españoles, entre otros, cuyo idioma y costumbres parecían reflejar en apariencia una torre de Babel pero que con la música y la literatura, las ideas libertarias y la filosofía bajo un clima acariciante y fértil, dieron lugar al crecimiento de una población muy particular. La acertada y aleccionadora semblanza que se hace del general Isidro Parra asesinado tras la contienda de 1895 y cuyo cuerpo desnudo tendido en el parque del pueblo que él había fundado genera reflexiones sobre la inutilidad de la violencia, no deja que se olvide aquí cómo, además de haber sido un autodidacta destacado y quien conocía varios idiomas, era no tanto un hombre de la guerra sino un colono que se atrevió a llevar a lomo de mula un piano y una imprenta donde además de la revista Ánima, imprimió su traducción de La filosofía del ser. Con su ya proverbial estilo donde la claridad y el buen decir con limpieza de lenguaje nos lleva a un ritmo musical, la investigación que realizara nuestro talentoso escritor continúa dejando enseñanzas por la claridad de sus ejemplos. Fue maravilloso regresar al placer de la gestación y el desarrollo de esta hazaña y como siempre estar en el remanso no exento de poesía que nos entrega Eduardo Santa como un prosista de los grandes.