MURIÓ ROBERTO ARENAS BONILLA
Por: Carlos Orlando Pardo
La noticia sobre la muerte del ex ministro y ex embajador  Roberto Arenas Bonilla enluta el cuadro de honor de los tolimenses consagrados, puesto que contribuyó de manera importante al desarrollo del país desde todas las posiciones por él desempeñadas. Fue Director de Planeación Nacional, Ministro de Gobierno, Concejal de Bogotá, Representante a la Cámara, Senador de la República, rector de la Universidad de los Andes y director del Centro de Investigaciones de la Universidad Nacional y del Instituto de Estudios Colombianos. Había nacido en Purificación el 23 de octubre de 1928 donde realiza sus estudios primarios y cursó los secundarios entre el Instituto Nacional Isidro Parra del Líbano y el colegio San Simón de Ibagué, hasta que es expulsado por formar parte de una huelga, cuando apenas faltaba un año para su graduación.
Bachiller del colegio nacional Isidro Parra del Líbano, gracias a las gestiones de Carmenza Rocha, Secretaria de Educación del departamento para entonces, Arenas viaja a Bogotá donde comienza sus estudios de ingeniería civil en la Universidad de Los Andes, para luego viajar a Estados Unidos donde se gradúa como tal en la Universidad de Pittsburgh en 1958, año en el que regresa a Colombia para fundar la sociedad Arenas Morris & Cía.
Realizar los diseños estructurales de la Central Hidroeléctrica Río Prado y de la subestación de Transmisión Eléctrica de Flandes, además de distintos estudios de recuperación del distrito de riego Coello-Saldaña en el Tolima, y de estudios preliminares para el desarrollo hidroeléctrico de los ríos Suaza (Huila) y Caraño (Caquetá), fueron las tareas que bajo su dirección se ejecutaron desde su empresa. Sin embargo, aunque los trabajos tuvieron gran envergadura, otros fueron los principales campos de acción de Roberto Arenas Bonilla: la vida pública y la académica. 
Su actuación es ampliamente reconocida como eficaz y seria. Bajo su dirección, el Departamento Nacional de Planeación elaboró el Plan de Las Cuatro Estrategias, proyecto valorado, dentro y fuera del país, como el más coherente y productivo programa de planeación económica. Su participación en este trabajo no fue coincidencial. Tres años de estudios de postgrado en Desarrollo Económico y Social, bajo la dirección de Lauchlin Currie, además de cursos sobre demografía, política monetaria, cambiaría y fiscal y comercio exterior, entre otros, ya habían demostrado la capacidad de este tolimense a quien también se deben, en colaboración, los planes sectoriales para diferentes actividades económicas nacionales. Sin embargo, aunque la economía le robó buena parte de su tiempo, la política, su otra gran pasión, también le reportó enormes satisfacciones. Como Ministro de Gobierno tuvo la vocería del Partido Liberal durante los dos últimos años del Frente Nacional; realizó una tarea de manejo del orden público y de coordinación de las relaciones entre el gobierno y las distintas fuerzas políticas, que fue clave para terminar ese histórico período sin estado de sitio, en un ambiente de paz y de respeto mutuo entre las distintas agrupaciones, todo lo cual lo hizo merecedor de un homenaje nacional ofrecido por el maestro Darío Echandía en 1974.
Durante su permanencia en la política activa fue jefe para el Distrito Especial de Bogotá de la campaña que adelantara Carlos Lleras Restrepo tendiente a depurar las costumbres políticas del liberalismo en 1976 y 1978, respectivamente. Retirado Lleras Restrepo de la política, fundó con Luis Carlos Galán y otro grupo de destacados dirigentes la Unión Liberal Popular (UPL), movimiento que impulsó la candidatura del mencionado líder. Desde 1982 renuncia a volver al Senado y se dedica a la política más como una función académica que activa. 
De su tarea como legislador quedó el más completo y audaz proyecto de ley en el campo urbano en lo tocante a la intervención del Estado y la función social de la propiedad. Consultor y asesor del Instituto Colombiano de Ahorro y Vivienda y de la Asociación Colombiana de Cultivadores de Caña de Azúcar (ASOCAÑA), miembro de la Junta Directiva de Cementos Diamante y del Consejo Directivo de la Universidad de Los Andes, luego de haber sido rector encargado de la misma, Roberto Arenas Bonilla dedicó gran parte de su tiempo al Instituto de Estudios Colombianos. Con anterioridad estuvo entregado al Centro de Investigaciones para el Desarrollo de la Universidad Nacional. 
Desde este último cargo se terminaron, bajo su dirección, numerosos estudios interdisciplinarios como: Alternativas para el desarrollo urbano de Bogotá, Planes de desarrollo urbano de Manizales y Neiva, Proceso de industrialización en Colombia, Situaciones de vivienda urbana en Colombia, índice de costos de la vivienda urbana en Colombia, Problema de la vivienda en Colombia y Dependencia externa y dominación interna: El caso colombiano, que han sido publicados en las más prestigiosas revistas nacionales e internacionales en las áreas del desarrollo.
Bajo su coordinación, numerosos trabajos se ejecutaron en el Instituto de Estudios Colombianos, que dirigió desde su fundación. El análisis de los problemas nacionales, en particular los relacionados con el sector urbano, demográfico, económico y fiscal del país, y la identificación de proyectos promisorios en los campos industrial, agroindustrial y de infraestructura fueron sus objetivos más globales.
Con su dirección y coordinación se llevaron a cabo análisis de la estructura administrativa y se formularon recomendaciones para su mejor funcionamiento en el Ministerio de Minas y Energía, Carbocol, Ecominas, Instituto de Asuntos Nucleares, Fondo del Carbón, Cerromatoso y Mineros del Chocó, además del esquema interestatal del sector eléctrico así como de la estructura político-administrativa del distrito especial de Bogotá y de las relaciones político-administrativas de los municipios con los departamentos y la nación.
A pesar de su extensión, éstas son sólo algunas de las investigaciones realizadas por él y su equipo y cuyas recomendaciones se aplican como parte de los puntos guías que el país sigue en su desarrollo económico y social. Además, el Instituto de Estudios Colombianos realizó varios seminarios internacionales y locales bajo su dirección.
Entre los primeros se encuentran el internacional sobre Historia Económica en Colombia: un debate en marcha, y el de Estado, Planeación, Desarrollo Urbano y Desarrollo Económico. Pero quizás el más importante fue el de Estudios para la Formulación del Plan Nacional de Desarrollo Minero, en donde se analizaron los aspectos técnicos, económicos, jurídicos e informáticos de la situación actual y futura del sector minero en su conjunto, y de los minerales específicos de mayor importancia para el país. Desde estos foros, se formularon recomendaciones de distintos tipos que hoy se siguen de manera continuada en el país. Como conferencista, sus ponencias fueron no sólo escuchadas sino publicadas en los diversos países donde fueron ofrecidas. 
Algunos de los títulos de sus trabajos son: Problemas y perspectivas de los servicios públicos en Colombia, La planeación del desarrollo y la redistribución espacial de la población en Colombia, Urbanización y bienestar, Causas fundamentales del deterioro institucional del país, y Bases de la organización económica y social del estado Colombiano. 
El destacado intelectual fue colaborador habitual de secciones especializadas en los diarios El Espectador y La Prensa, las revistas Economía Colombiana, la de vivienda del INFANAVIT de México y de la Asociación Interamericana de Planificación. Miembro del Consejo Editorial de la revista Eure de la Universidad Católica de Chile. Este consagrado tolimense cuya mayor frustración fue no haber logrado detener, con Carlos Lleras Restrepo y Luis Carlos Galán, el deterioro político del país, aún creía que la vida iba a permitirle continuar contribuyendo al engrandecimiento de su patria.
En la década del 2000 Arenas Bonilla se desempeñó como embajador de Colombia ante el Gobierno de Bélgica y Luxemburgo y Jefe de Misión ante la Unión Europea. Finalmente fue columnista de importantes medios de comunicación como Portafolio y El Espectador, entre otros, dejándonos por fortuna la huella de su vida impecable y en permanente estudio. Lamentamos su partida a los 83 años de su productiva existencia.

ÁLVARO HERNÁNDEZ VÁSQUEZ Y SU PAÍS DE LOCOS
Por: Carlos Orlando Pardo
Hace ya 26 años, Álvaro Hernández Vásquez se inició en la tarea literaria pública con un renombrado éxito nacional que sus amigos celebramos entusiasmados en aquel ya lejano 1985, precisamente  cuando ganara el Premio Enka de Literatura infantil. Su colección de relatos publicados bajo el título de El libro cantor que reeditara hace poco Educar, le otorgó sin duda un puesto de honor en la literatura colombiana. Ahora, luego de más de un cuarto de siglo, surge su País de locos, segundo volumen de cuentos con el que se reafirma en su tarea como escritor y que publica Casal Gaudí editores que fundó y dirige el novelista Manuel Giraldo Magil. Con trece ficciones donde se advierte la madurez en la selección de las historias, la forma de narrarlas, el desarrollo de sus personajes y el juego de la ironía como una buena apuesta, el autor nacido en Ibagué ratifica su talento demostrando que la literatura y ante todo el arte de contar, no es un trabajo para ejercer bajo el manto de la improvisación ni escudados en la vanalidad, sino por el contrario, una tarea que requiere no pocos esfuerzos y una obstinada pasión por el oficio de escribir. La obra dedicada a la memoria de Hugo Ruiz Rojas con quien codirigió la revista Astrolabio, señala igualmente cómo fue un acierto su selección para diversas antologías trascendentes al estilo de La violencia Diez veces contada, Trece cuentistas colombianos y El Tolima cuenta publicadas por Pijao Editores. Ya en el 2008 cumplió su estreno como novelista al presentar Tiempo sin nombre dentro de la selecta colección de 50 novelas colombianas y una pintada, aunque en 1995 debutó con su poco afortunado libro de poemas bautizado Funerarium.
¿Pero qué es lo que logra Hernández con su libro? Lo primero definir que por encima de los avatares diplomáticos o profesionales, inclusive políticos en su juventud, su devoción por la caricatura o el teatro, el cine y la música, ha sabido sobrellevar sin renuncias su carrera de escritor sin que lo acompañe afán por publicar. Y lo segundo, hacer una apuesta y ganársela porque su libro no categoriza en la montonera donde reposan tantos textos de los que cada día salen apoyados en la vanidad, el ánimo de notablato, el afán de lucro, la mediocridad rampante y la indudable matrícula en la miserable escuela del olvido. No. Este libro se vuelve obligado punto de referencia si se trata de la buena literatura hecha en Colombia. Aquí la historia como tal en algunos de sus relatos es protagonista y la referencia a personajes no siempre notorios cumplen su papel, recordándonos que ese maridaje entre historia y literatura tiene cada día gran vigencia y se convierte en un puntal fuerte para que no pase desapercibida y tenga trascendencia. No son cuentos breves y a veces tiene uno la impresión de que guardan un tono novelesco, pero ante todo saben crear la atmósfera, requisito esencial para volver creíbles los relatos. La literatura, como dijera Juan Rulfo, es una mentira pero no una falsedad y es ahí donde radica parte de su encanto. En muchas ocasiones pareciera acercarse más a la crónica imaginativa donde la entelequia predomina en su curso pero bajo el traje del humor y la ironía, factores tan escasos en la literatura del país. Transcurren sus historias en una ciudad supuesta que llama bajo un anagrama juguetón Aguibe, fiel al viejo y ya gastado prejuicio de no mencionar lugares por su nombre real. Es el absurdo complejo de no parecer aldeanos sumidos en el marasmo de la parroquia y en los asuntos regionales, es decir, lejos de la categoría del costumbrismo, como si el lenguaje y el tono universal que utiliza no fueran suficientes para que sus relatos encarnaran de por si el sabor internacional y se cargara todavía el complejo de huir a los espacios que tenemos al frente. Eso estuvo bien para William Faulkner con su Yoknapatawpha, Rulfo con su Comala, Onetti con su Santa María o García Márquez con Macondo, pero no ahora en estos tiempos cuando la literatura impone otras connotaciones. Sin embargo, es la tarea del ejercicio sagrado de la libertad en un escritor que llama las cosas como le da la gana y que seguramente, por lo que dice, no quiere pre conceptuarse ante el lector o enmarcarlo ante un territorio donde los hechos pudieran estar fuera de zona. Antes que historias, se detiene en la reflexión alrededor de la conducta de los aguibotas como estudiando la mentalidad de un no lugar, donde el absurdo y la vanalidad parecen ser la esencia de su comportamiento, pero que corresponde a lo paradójico de una provincia donde reina la irracionalidad y es admisible apenas la usanza de las sin razones persiguiendo lo vacuo como esencia. País de locos, al fin y al cabo, porque todo parece girar en torno a excéntricos perturbados, aunque no lejos de la realidad que hemos vivido. Salvo el hermoso y conmovedor relato de Epifanía bajo la lluvia, su Relación del cautiverio de un ídolo en el Nuevo Mundo o Una orden para comparecer, el autor se diluye en reflexivos alegatos que son más una tesis cáustica y humorística que abrazan su universo narrativo bajo la socarrona mirada de un criticón agudo e ingenioso, pero sin lograr, a mi juicio, salvo un lenguaje exquisito e impecable, impactar desde lo clásicamente literario, aunque no deje de ser divertida su lectura. En no pocas ocasiones, la estrategia narrativa parece ir al ritmo de la crónica con un humor semejante al de Daniel Samper padre o hijo, inclusive de Noé Ochoa, donde el esplendor genial despierta siempre una sonrisa. Por lo demás resulta grata su lectura y nos produce alegría examinar la madurez de un autor que siempre hemos querido y admirado. No tuve el privilegio de asistir a su lanzamiento en Ibagué ni a la tertulia que usualmente se hace en estos casos, quedándome un sabor de ausencia doloroso, pero ante los inconvenientes que me alcanzaron para impedirlo, me di a la tarea de leerlo con detenimiento y a sentir placer con sus historias, goce por su lenguaje y admiración por el amigo.
GERMÁN ARANGO MUÑOZ Y SU PREPARACIÓN PARA EL OLVIDO
Carlos Orlando Pardo y German Arango Muñoz
Vernos cada año en la Feria Internacional del Libro fue un ritual cumplido y celebrado. Lo hacíamos con el entusiasmo que uno se carga cuando se encuentra con auténticos amigos del alma, tan escasos en estos tiempos fríos donde el sentimiento fraterno parece una vergüenza. Ahí estaba con la elegancia que supo conservar hasta el último día desde cuando era un adolescente y con esa cara indagante de quien quería saber todas las cosas. No he conocido un poeta que en jornada continua permanezca tan impecable de pies a cabeza hasta en los actos cotidianos como si estuviera preparado siempre para una ceremonia. Pero no era una pose sino una actitud connatural a su manera de ser que inclusive en el lenguaje de todos los días manejaba términos que parecían versos recitados. Lo veo en las bancas escolares con sus buzos de lana que sólo examinábamos en las películas de la nueva ola en artistas como Enrique Guzmán o César Costa, con su estilográfica de tinta verde y los zapatos que simulaban un espejo. Lo miro salir de su casa grande en la calle real encabezando una tropa de diez hermanos rumbo al Instituto Nacional Isidro Parra y sus cuadernos bien forrados. Lo examino con el ceño fruncido y una mirada aparentemente perdida en la bruma de las montañas que rodean el Líbano. Lo evoco con su acordeón grande de teclas de piano marca Honner llevando el ritmo de nuestro conjunto de música Los monarcas del ritmo que él mismo bautizara como su director. Lo traigo con su sonrisa satisfecha de vencedor al recibir aplausos por el estreno de una de sus canciones dedicadas a las novias que desfilaron por su primera juventud. Lo acompaño a que nos deje consultar su biblioteca particular, la única que existe entre los muchachos por aquel entonces y paseo la mirada por las enciclopedias de lujo que Lalo Arango, su padre, le ha comprado diligente. Lo sigo junto a mis compañeros cuando solitario se dirige a tomar su cerveza costeñita en una cantina de la zona de tolerancia. Lo escucho dar tres pequeños golpes con sus zapatos negros para indicarnos el momento en que iniciamos una canción y me quedo mirándolo cuando es el único entre nosotros que prende y apaga cigarrillos sin que importe la presencia de los grandes. Lo persigo en la piscina de las Brisas yendo y viniendo por debajo del agua como un anfibio resistente y lo escucho contar sin rubor que días antes ha peleado ahí con un pulpo gigantesco o le entrego la plata de mi recreo con tal de ir a conocer una tribu de pigmeos que sólo él frecuenta rumbo al alto de la Polka con cara al nevado del Ruiz. Me río de verle su talante enamorado mientras le ofrecemos una serenata a Luz Delia Amado o Dolly Jaramillo y mucho más cuando damos veinte rondas en una sola noche para recoger fondos con destino al paseo de nuestro fin de año. Lo vigilo haciendo versos o declamando a los poetas de entonces con su memoria privilegiada y su voz de locutor antiguo. Le recorro su incomodidad cuando del Isidro nos expulsan y paramos en el colegio Claret en medio de todos los rivales de nuestro equipo de basquetbol. Nos aplaudimos al llegar a la junta directiva del centro literario de aquel tercero B y siento aún su abrazo fuerte cuando nos despedimos de la adolescencia en el Líbano al momento de nuestra partida desplazados por la atmósfera de la violencia. Después son contados los encuentros durante muchos años, hasta que sólo regresa a los congresos de escritores que organizo en Ibagué o en los lanzamientos de libros en la feria. Finalmente son conversaciones de pocos minutos donde me hace entrega de su último volumen de poemas dedicado en la primera página con su letra grande. Por último la súbita noticia sobre su cáncer de pulmón que recorre como un escalofrío sin fin todo mi cuerpo. Había dejado de fumar muchos años atrás y de beber un poco menos y ya se trataba de vicios que conservábamos entre los recuerdos, sin que los placeres de ayer no quedaran sin su cobro en el presente. Desde la clínica me llamaba dos o tres veces por semana para contarme de su delicado estado de salud y para que le ayudara a agilizar la venta de sus libros y poder comprar medicamentos formulados fuera del Plan Obligatorio. Fueron muchas las horas y los días transcurridos entre la desazón de su próxima partida y la enumeración de los múltiples recuerdos. Y aparece la muerte, seguro que con un poema de Eduardo Cote Lamus en los labios como si las palabras dichas por sí mismo fueran a acompañarlo en la travesía de su largo y último viaje al infinito. Y las evocaciones que se agolpan para decirnos que un hermano se ha ido, al tiempo que suena su acordeón entre la lejanía y lo veo aparecer de nuevo entre la bruma de la memoria y el afecto.  
Nota: GERMÁN ARANGO MUÑOZ Nació en el Líbano en 1946. Fue ante todo poeta pero también músico, vendedor de libros, periodista ocasional y director de talleres literarios. Publicó en 1986 bajo el sello Pijao Editores Preparación para el olvido; después vendrían Poemas de ausencia; Más allá del silencio; El centauro americano y Caminantes del alba.
EDILBERTO CALDERÓN Y SU MEDIO SIGLO DE TAREA ARTÍSTICA

Celebra el corazón y el recuerdo exposiciones como la que exhibe el Museo de Arte del Tolima del maestro Edilberto Calderón. El Ibagué que hemos vivido lo tiene a él de referente obligado porque ha sido parte esencial del paisaje en el tema de las artes plásticas y el de un activismo cultural desde los lugares que han sido su existencia. Esta retrospectiva del artista empecinado durante más de medio siglo en una paciente pero constante disciplina por hacer una obra, muestra en esencia su talento y unos cuadros que marcan diferentes períodos y ante todo, el sello de su estilo tan identificable como el de los grandes maestros. 
El cazador de libélulas de Edilberto Calderón
No ha sido fácil ni es de la noche a la mañana que se logra tal meta donde disfrutamos a un artista verdadero. Los premios obtenidos desde los comienzos de su carrera, dan buena cuenta del respeto despertado logrando fundamentalmente prestigio antes que fama. Para quienes hemos tenido el privilegio de ser sus amigos a lo largo de no pocos años, existe la convicción de cómo no es de quienes posan de artistas sino que lo son y de qué manera lo tiene sin cuidado el elogio y hasta la consagración misma que plumas prestigiosas han dado a su obra. Ha sido su tarea huir al mundo superficial en el que caen con facilidad tantos supuestos pintores persiguiendo el laurel de la nombradía, la fugaz figuración en las páginas sociales y el aplauso fácil. La suya se encarna en la búsqueda permanente de la expresión estética mediante diversas técnicas y materiales como revelándose contra sí mismo y ejerciendo experimentos que no lo dejan consumir en la rutina de lo muerto. Por eso ahí se encuentra su universo de buceador por óleos y acuarelas, de collage o de serigrafías y el que va del mural al pastel, de la aguatinta al acrílico y hasta el de ilustrador de carátulas de libros. En todo, por fortuna, se dimensiona la luminosidad que da fulgor a los objetos grises, a las mujeres melancólicas o a los hombres apesadumbrados. No existe la alegría en sus obras porque son el reflejo de los abusadores o de los subyugados y surgen como un reproche a las iniquidades o una evidencia airada de su inconformismo desde el arte contra todas las formas de violencia. Sin embargo, por eso, no cae en la trampa del cartel o la pancarta, sino en el equilibrio de la sensibilidad que no rompe su rigor artístico ni desborda su calidad estética, mucho más cuando encontramos en su obra la dimensión onírica y el fulgor alucinado e imaginativo que nos lleva al deleite de los encantamientos. Medio siglo de labor artística puede recorrerse en esta anhelada exposición que el museo nos debía a los tolimenses y al maestro y que nos reconforta cuando examinamos con detenimiento su tarea sustancial y su significativa reiteración estética.
LA VIDA AZAROSA DE JOSÉ EUSTASIO RIVERA
Carlos Orlando Pardo
Tan sólo 40 años le bastaron a José Eustasio Rivera para matricularse en la esquiva lista de los inmortales. A estas alturas del siglo XXI podría uno volver a preguntarse qué acto de magia logra la literatura para permanecer? La vorágine, por ejemplo, publicada hace ya 87 años, continúa leyéndose y estudiándose en la América Hispana y otros lugares del mundo, no tanto por lo que pudiera ser su lenguaje grandilocuente o lírico para los días de hoy, sino porque consigue retratar con maestría la condición humana y su capacidad para emprender una aventura. A 83 años de su muerte, este huilense universal ha despertado tanto sobre su vida como sobre su obra una serie ininterrumpida de monografías, comentarios críticos, reseñas y análisis de todo tipo que genera varios tomos, como los dos que acaba de publicar Félix Ramiro Lozada a través de Pijao Editores y Caza de libros. Se trata de la compilación de estudios cumplidos por autores destacados de América Latina, Colombia y el Huila mismo para darnos una visión y ofrecernos al mismo tiempo la revisión de un clásico de nuestra literatura. Este trabajo monumental que requirió del esfuerzo apasionado de varios años, es sin duda indispensable para la cabal comprensión de los factores históricos, literarios y personales que rodearon al autor de Tierra de promisión y que desprendieron la fecundidad de su obra mayor. La antología de Félix Ramiro Lozada incluye textos inéditos, una puntual cronología del autor y su obra acompañada de una lúcida y breve introducción que finaliza con un paisaje bibliográfico. Uno alcanza con estos dos volúmenes a desentrañar secretos, ofrecerse explicaciones e ilustrarse de manera debida sobre Rivera y su trabajo para admirarlo cada vez. Y desde luego a sentir una gratitud cálida por la faena de Félix Ramiro Lozada quien ha sido uno de los escritores e investigadores más sobresalientes del Huila no sólo con su tarea creativa en cuanto a libros de cuentos, novelas, ensayos y hasta canciones, sino con su labor crítica reflejada en libros suyos como el cumplido con Literatura colombiana y su desarrollo histórico, Historia, mitos y leyendas el país o el de literatura huilense.  Vale agradecer al licenciado en Lingüística y literatura y especializado en pedagogía de la creación literaria este notable compendio, que muestra igualmente a un profesor de literatura del colegio oficial Santa Librada como un pedagogo e investigador ejemplar. Algunos dirán que para qué unos libros así si todo supuestamente se ha dicho sobre Rivera y su obra, pero no más este año, Mario Vargas Llosa en su última novela El sueño del Celta, dedica más de un centenar de páginas a retratar los escenarios y los dramas donde transcurren los hechos de la Vorágine examinados por Roger Casement, protagonista de su obra,  lo que nos dice cómo el tema de la selva y lo intricado de los dramas que allí se viven y vivieron nunca pasan de moda porque es la historia de la tragedia del hombre frente a la explotación inhumana de quienes sólo están interesados en el dinero como fin a costa de las vidas de los más humildes. ¿Acaso no sucede hoy algo parecido?

Carlos Orlando Pardo, una vida entregada al oficio de escribir
Tomado de http://www.sinpretextos.com Miércoles, 04 de Mayo de 2011 
Por: Sebastian Mateus
Aún recuerdo aquella ocasión en que visité la casa de Carlos Orlando Pardo en busca de los resultados del concurso de cuento de esta revista.
Al ingreso, una cordialidad que se posaba en los intersticios de cada libro en su inmensa biblioteca y una sonrisa tan humana, guardaban a ese hombre sentado tras un ancho escritorio en donde descansaba un cenicero sucio y papeles empaquetados junto a una computadora de amplia pantalla, en la que seguramente muchos textos literarios esperaban por un merecida rememoración. Pese a lo lejano de mi recuerdo, así he de imaginarlo, mientras escribo estas líneas, en el instante que con su marcada cortesía se tomaba el trabajo de responder a esta entrevista, pese a su agenda ocupada en eventos tan importantes como la ceremonia de posesión del periodista Germán Santamaría como embajador de Colombia en Portugal.

Más de 35 años dedicados al trabajo literario. ¿Se imaginó alguna vez una vida alejada de la literatura?

C.O.P: Si partimos de la publicación del primer libro, llevamos ya por este camino cuatro décadas, lo que supone una entrega al oficio y no una tarea episódica de las que se cumplen los fines de semana. La camiseta sigue puesta sin ninguna renuncia y con ella esperamos llegar hasta la tumba. Es una tarea irrevocable que se lleva apasionadamente día a día y noche a noche y tan necesaria como el aire, el amor y la esperanza. Cuando desde tiempos tempranos la literatura se convierte en un viaje que nunca quisieras terminar, cuando ella es un quehacer fundamental, uno jamás se imagina fuera de este reino maravilloso que a muchos les parece vano y hasta inútil.

Flaminio Rivera, Jorge Eliécer Pardo, Germán Santamaría, usted y otros tantos grandes de las letras colombianas, además de coincidir por su reconocimiento, también tienen en común su tierra natal: Líbano, Tolima. ¿Qué tiene el Líbano que produce escritores y personajes destacados en todas las áreas del conocimiento y en cantidades considerables? ¿Una educación distinta?¿El frío?

C.O.P: Hace unos tres años y alrededor de una tertulia en mi casa, nos reunimos varios escritores del Líbano. Estaban Jorge Eliécer Pardo, Germán Santamaría, Magil, Flaminio y Héctor Sánchez, entre otros, y nos hacíamos la misma pregunta. Algunos afirmaron que se trataba de una posición geográfica y espacial en el cosmos que nos hacía privilegiados. Otros justificaron el tema refiriendo cómo, desde los fundadores, existían intelectuales al estilo del mismo general Isidro Parra y no pocos señalaron que el Líbano fue una especie de Torre de Babel, lo que ofreció desde los comienzos del siglo pasado un ambiente cosmopolita y nada provinciano. De otro lado, como el Líbano fue epicentro de acciones terribles en la llamada violencia de mitad de siglo XX, allí la gente para evitar morirse se calló, pero el Líbano es en esencia un pueblo de conversadores antes que cafetero o educativo. Entonces eso fue en apariencia porque se dedicaron a escribir. Alguna vez hice un diccionario de autores del Líbano y sumando los libros escritos sobrepasaban el millar. Eso ya es mucho, sean buenos, regulares o malos. Por eso hizo carrera mi frase de cómo el Líbano es el lugar del mundo que tiene más escritores por kilómetro cuadrado o la de que somos tierra de escritores.

Luego de "Las Primeras Palabras" en coautoría con su hermano Jorge Eliécer, vinieron libros como Los Lugares Comunes, El Invisible país de los pigmeos y otros más. Por ellos recibió distinciones especiales de personajes como García Márquez, Germán Vargas y Daniel Samper. ¿En su momento como recibió dichos reconocimientos? ¿Sintió una especie de compromiso literario?

C.O.P: El compromiso con la literatura es algo personal porque nadie está reclamándonos nada. Uno la hace sin pensar en los premios ni en las condecoraciones ni en la fama ni en el dinero. Es el fin de otros y por eso se pierden. Cuando llega alguno de los puntos indicados existe satisfacción y goce, estímulo, deseo de seguir porque alguien se fija en nuestra tarea solitaria y una gratitud enorme ante quienes se han tomado el trabajo de leernos y apreciarnos con sus palabras.

Carlos Orlando también ha ejercido el periodismo. Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Eduardo Galeano y casi un centenar de escritores colombianos han sido los protagonistas de sus reportajes y entrevistas. ¿Cómo influyó en su carrera literaria el conocer estos personajes?

C.O.P: La valiosa experiencia de haber tenido la ocasión feliz de ser en muchos casos amigo y en otros ocasional entrevistador de grandes escritores latinoamericanos entre los cuales mencionas algunos, es no sólo enriquecedora desde el punto de vista profesional y humano sino que halaga nuestra vida y adorna de orgullo los recuerdos. Los futbolistas admiran a los futbolistas y a los cantantes y uno a los escritores que siguen siendo parte de nuestra vida y nuestro culto. No me tropecé con gente vanidosa ni engreída sino entre más grandes más sencillos y sabios, a veces tímidos como los casos de Onetti y Rulfo y jamás con la mirada por encima del hombro.

Si se profundiza en la extensión de su obra podrán descubrirse varias antologías sobre el Tolima y sus máximos exponentes de la cultura a lo largo del siglo XX. ¿Qué lo llevó a estudiar el Tolima aparte de su amor por la región? ¿Cómo han sido los procesos teniendo en cuenta que el departamento no es precisamente el más rico en referencias bibliográficas?

C.O.P: La verdadera historia de la literatura de un país es la suma de lo que se hace en las regiones y no teníamos nosotros ni siquiera un inventario real de sus novelistas, cuentistas, poetas, ensayistas, pintores, escultores y músicos y ni siquiera una historia coherente. Me di a esa tarea desde 1973 cuando era profesor de la Universidad Pedagógica Nacional y fui completándola con mucha paciencia y amor hasta llegar no sólo a tantos libros publicados con estos temas sino a una enciclopedia multimedia que lo resume todo bajo el título de Tolima Total. Sistematicé los procesos, las coyunturas, los acontecimientos, autores y libros dignos de memoria para mirar nuestra evolución y desarrollo. De ahí han partido algunos otros estudios y soy pionero de ellos en el Tolima.
Si así fue ayer, ¿hoy para dónde cree que va el Tolima en materia cultural?

C.O.P: Tenemos más futuro que pasado y la iniciativa de grupos independientes en el campo del teatro, la narración oral, la música y la literatura, por ejemplo, están cubriendo gozosos los espacios en el departamento, a más de una comunicación amplia gracias a los nuevos medios de comunicación en Internet. Como siempre los presupuestos son pírricos porque los gobernantes y los empresarios de toda laya no le dan importancia y sigue cumpliéndose con cinismo la práctica de ser la cultura la cenicienta de todos y no la reina como debiera ser. Sin embargo la gente trabaja sin que importen las bendiciones o las excomuniones y sólo vale la pasión en la que están empeñados para empujar su voz desde cualquier trinchera.

En ese sentido, tiene esperanza en las generaciones venideras cuando de letras hablamos?

C.O.P: No vislumbro por ahora la existencia de una generación que como la nuestra fue abriéndose camino gracias a sus libros, ganando premios nacionales e internacionales, figurando en antologías latinoamericanas, publicando en editoriales prestigiosas de México, España, Francia o Argentina, apareciendo con sus obras y sus reportajes con grandes titulares en los medios más importantes, logrando que sus trabajos se tradujeran a varios idiomas y convirtiéndose en objeto de estudio académico. Y claro que se logró no siendo ya mayores como estamos ahora sino desde los tiempos de nuestra cada vez más lejana juventud. Los que conozco como ustedes están en proceso y de seguir enamorados del oficio llegarán a su cima.

No obstante, usted sin duda hace parte aún de esa remota construcción cultural. Su editorial es una prueba. Pijao Editores ha publicado 300 títulos en casi 40 años. ¿Cómo logra destacarse una editorial ibaguereña en el panorama nacional de las letras?

C.O.P: Ha sido un trabajo apasionante aunque no rentable porque me he quebrado varias veces publicando escritores desconocidos. Estamos considerados como la mejor editorial de provincia en el país y hemos cumplido algunas hazañas como la de publicar 51 mil novelas en un solo envión y ahora preparamos 51 mil libros de cuentos de la misma manera. Son colecciones históricas y de referencia obligada en la literatura colombiana. Y somos editores, no impresores, es decir, seleccionamos los libros, pagamos derechos de autor, evaluamos el trabajo y lo difundimos con éxito. Al fin y al cabo persistentes en la lucha como lo fueron los pijaos hasta su extinción.

Sólo hemos tocado algunos libros de cuentos y sus antologías históricas. Hacen falta cientos de artículos periodísticos, ensayos y algunas novelas. ¿A alguno de sus libros le tiene un aprecio especial?

C.O.P: Mi entusiasmo amoroso va concentrado a los libros que estoy escribiendo ahora. Son mis novelas Verónica resucitada que acabo de terminar, El beso del francés que la tengo en retoques finales y mi libro de cuentos Las noches de la espera. Ahí está realmente la madurez de mi trabajo luego de muchos años en el oficio donde cada día se aprende algo nuevo. Estos libros que justifican mis desvelos son el resultado de un camino hecho a lo largo de varios lustros con la disciplina de un relojero antiguo o el de una hormiga arriera.

¿Y qué es "Los Adelantados"?

C.O.P: Mirando el desorden de mi biblioteca, una noche pensé en el desfile de mis amigos muertos. Busqué en el único lugar donde el tiempo se detiene que es la fotografía, como dice García Márquez y allí, parecían estar todos con su sonrisa de entonces. Conservé, para mi dicha, varios archivos donde aparecían dando declaraciones sobre el oficio de escribir y conversando de la vida. Como dando vueltas por el mismo sitio, pensé que algo debía hacer con la nostalgia que dejan como traje por la falta que hacen. Ese traje de aquellas horas donde la tristeza del corazón elevó sus banderas, me arrancó el propósito de publicar este libro. Se trata de figuras públicas, en su inmensa mayoría artistas y escritores, lo que abre una oportunidad para volver sobre sus existencias, usualmente construidas bajo el fragor de las luchas y los sueños. De todos modos, antes de iniciar la tarea de este libro, me acordé de una frase de García Márquez que siempre me ha gustado y que afirma que él escribe para que los amigos lo quieran más. Para este caso y parodiando, me dediqué a terminarlo cuando antes para querer más a mis amigos.

¿Cuándo estará en las librerías?

C.O.P: En la próxima feria del libro.

¿Teme ser uno de los Adelantados?

C.O.P: Soy un candidato a esa categoría y cuando me llegue el turno espero verla con los ojos abiertos, ojalá con una gran serenidad.