Carlos Fuentes en Colombia.
Por: Carlos Orlando Pardo.

Qué refrescante sentir la presencia del consagrado escritor Carlos Fuentes en Colombia, primero en el Hay Festival de Cartagena y ahora en el Gimnasio Moderno en Bogotá. Como es natural para una gigantesca figura de la intelectualidad latinoamericana en el mundo, todos los más importantes medios, sin excepción, registraron reportajes, fotografías y declaraciones que jamás dejan de interesar. No tuvimos la ocasión feliz de saludarlo por encontrarnos sumidos en los preparativos del comienzo de la celebración de Pijao Editores ahora el 21 de febrero en Ibagué, pero fue de nuevo como sentirlo cerca, al estilo de los tres días que pudimos compartir durante largas horas con él en Costa Rica hace ya pocos años. La entrevista que nos concediera con la sencillez y la sabiduría que acompaña a los grandes, nos permitió la experiencia inolvidable de aprender y descubrir otros secretos de un autor que empezamos a leer muy temprano sin perder el rastro de ninguna de sus muchas obras. Tenía entonces temor de venir a Colombia, pero su solidario entusiasmo y admiración, amistad y devoto seguimiento a Gabriel García Márquez, lo trajo empujado a Cartagena varias veces, empezando por el día en que la Real Academia de la Lengua Española se desplazó a rendir el tributo merecido cuando nuestro premio Nobel cumplió sus primeros 80 años. Carlos Fuentes que nació en Panamá pero es considerado un autor mexicano, anduvo por el mundo gracias a las circunstancias de ser su padre embajador de la república azteca en varios países, lo que lo convirtió desde entonces en un ser cosmopolita, sin perder nunca la esencia mexicana ni en su manera de ser ni por lo que contaba en sus libros. En la actualidad vive largas temporadas en Londres donde puede pasar desapercibido muchas veces y cumple su meta de escribir porque es lo mejor que puede hacer y lo que quiere, levantándose desde las seis de la mañana, preparándose su desayuno y sentado en su computador hasta la una en que sale a almorzar, para entregarse a la lectura desde las tres y en la noche asistir al teatro o a conciertos. Sólo le falta entre los muchos honores que ha recibido por los cinco continentes ganar el premio Nobel, que tiene merecido hace ya muchos lustros, pero no es fácil, por más que tenga los requisitos, que lo entreguen en la misma década a un escritor de lengua hispana. No lo obtuvieron otros grandes que sería largo enumerar, aunque no lo necesitaron para inscribirse en el rango de los clásicos y de los inmortales. No se trata de un autor preocupado sólo por escribir y hacerlo bien, con pluma maestra, sino también empecinado en estudiar y dilucidar los problemas del mundo en mesas redondas, en comités y en artículos y ensayos permanentes que cumplen con su aporte lúcido para contribuir a la discusión de temas álgidos como el de la mafia y sus productos que ahora azota su país, por lo que no tiene dudas en pedir abiertamente al mundo que legalicen la droga, una manera real de solución, lo que puede causar escozor entre sectores tradicionales, pero que mirando el tema a fondo puede convertirse en una salida para parar, ante la impotencia de los gobiernos para hacerlo, tanta violencia y tanta muerte junta, ante todo porque el consumo, particularmente en los Estados Unidos, no disminuye. Evoco aquellos días en Costa Rica donde presidía con asistencia de los ministros de educación de toda América Latina, un gran foro con el propósito de convertir la educación en la agenda central del Siglo XXI.  Allí enfatizó en demostrar, cómo la educación es un proceso que empieza desde la cuna y acaba al borde de la tumba. Nos alegra entonces su presencia por nuestro país y sólo invitamos a quienes no lo hayan leído, emprendan esta aventura para solazarse con la buena prosa aunque los temas ensombrezcan el entusiasmo porque la literatura, salvo la que pasa por Corín Tellado, no es precisamente el reino de la felicidad.