Jorge Eliécer Pardo 


Mi madre nos leía en voz alta cuentos que aparecían en la enciclopedia El tesoro de la juventud 
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras
Parte I 


Es definitivamente grato pasar una tarde entera con el escritor Jorge Eliécer Pardo; siempre tiene a mano una historia, una referencia, un recuerdo, una vida y muchas nostalgias. Es un hombre de hablar pausado, de manos inquietas que revolotean cada vez que se acuerda de una novela, de un encuentro, de un tinto, de un amigo, de una frase. Jamás se le oye un comentario negativo o adverso sobre algún novelista o poeta; si una obra no le gusta, prefiere guardarse los comentarios para no llegar a herir. Es profundamente disciplinado en su oficio de escribir y los hace todos los días, como una fascinante rutina creativa; el cree que el día que no escriba por lo menos una frase, muere un poquito de su piel. 

Es un trabajador cultural incansable. Cuando dirigió un programa de televisión, tuvo como objetivo apoyar a quienes la gran prensa “invisibilizaba”; entonces él cargaba con cámaras, luces y micrófonos y sostenías prolongados diálogos con dramaturgos, poetas, cuentistas y novelistas. En otra ocasión le dio la locura por publicar las 50 novelas más representativas de la literatura nacional; fue tanto la acogida que hoy está pensando en hacer otra de esas locuras afectivas.

- ¿Cuál es el recuerdo más lejano que tiene con un libro en la mano? 
- Antes que la cartilla Alegría de leer, mi madre nos leía en voz alta cuentos que aparecían en la enciclopedia “El tesoro de la juventud”. Unos gruesos libros de pasta dura, verde, que desde entonces me abrieron al mundo respondiendo preguntas que siempre me hice. Estábamos en El Líbano (Tolima), enclavados en la montaña y sólo esas historias nos conectaban con sitios inimaginados. Eran los años 50s y no había llegado la televisión. 

- ¿Quién le metió en la cabeza el amor por los libros? 
- Inicialmente mi madre pero luego fue mi hermano Carlos Orlando quien compartía conmigo las historietas de colores que se alquilaban en el parque del pueblo; después la colección “El arpa y la Lira” y después las novelas y poemas que por entonces no me seducían tanto como las canciones de César Costa y Enrique Guzmán. 

- ¿Qué libros leídos en su infancia-adolescencia recuerdas con especial cariño? 
- Los tomos sepias de Santo el enmascarado de plata y Las mil y una noches, primero leídas en la voz armoniosa y teatralizada de mi madre, luego El Quijote que mi tía Sofía (por entonces gran figura de la TV Colombiana), nos obligaba a leer, encerrados en la biblioteca de su bella casa. Creo que la primera novela que me tocó lo más profundo de mis emociones fue Veinticuatro horas en la vida de una mujerde Stefan Zweig. Las novelas románticas siempre me han atraído, soy un romántico empedernido, por eso escribo historias de amor que son generalmente tristes y lloro en secreto en el cine. 

- ¿A qué edad se atrevió a escribir el primer cuento? 
- Primero intenté escribir canciones en mi adolescencia pero fue viviendo en Ibagué donde mi hermano Carlos O., me motivó para relatar una historia de mi niñez. Tenía que ver con la violencia de los años 50s, la que luego llamaron “Guerra de Laureano Gómez”. Tenía episodios escondidos que no quería recordar y menos ponerlos en un papel, pero fue inevitable al ver a mi hermano transitar por la narrativa de manera casi obsesiva. Me devoré todo el boom de la literatura latinoamericana y comprendí que estaba hecho para relatar historias. Tan joven en la literatura como en la docencia. Con mis alumnos hice todo el curso de lecturas mientras en la universidad insistían en la gramática generativa y en que habláramos inglés correctamente. Otra vez el chasquido de las botas entre el barro mojado y flojo, que ganara un premio nacional de cuento fue ese primer relato que confirmó mi vocación. 

- ¿Cuál fue el tema de ese cuento? 
- Una familia mira por las hendijas de su casa-rancho y se da cuenta que vienen los chulavitas a matarlos. La angustia del hombre es la misma que siempre se ha vivido en Colombia. Antes los chulavitas o policías estatales asesinos, ahora los paramilitares o cualquiera de los grupos que aportan muertos inocentes al conflicto. Han pasado tantos años desde ese primer cuento pero la historia sigue ahí, intacta, y el hombre de mi cuento sigue sintiendo la angustia de la posible muerte de su familia.

30 AÑOS DESPUÉS DEL NOBEL A GARCÍA MÁRQUEZ
Por: Carlos Orlando Pardo
Cuando hace 30 años, el 8 de diciembre de 1982 Gabriel García Márquez recibía en Estocolmo de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia el Premio Nobel, nosotros sentimos tanto alborozo como si Colombia acabara de meter al equipo de fútbol argentino por lo menos cien goles. Se trataba y sigue siéndolo, de un acontecimiento irrepetible situando al excelente escritor como el más famoso en todo el mundo y nacido en esta tierra a lo largo de todos los tiempos. De aquella fulgurante noticia seguimos paso a paso los sucesos de la radio y coleccionamos celosos las fotografías surgidas en los periódicos y revistas, comprando años después los libros que evocaran los detalles de aquellos días mágicos. La fortuna estaba con nosotros cuando pocos meses después invitamosa Ibagué al inolvidable periodista y crítico Germán Vargas Cantillo, uno de los grandes amigos de la vida a quien el mismo García Márquez dedicó su novela La mala hora y hace figurar como personaje junto al grupo de La Cueva en las páginas finales de Cien años de soledad. Contribuyó no dicho por él que encarnaba la modestia sino por otros, a la formación clave en libros cuando el joven periodista de Aracataca ensayaba sus primeros cuentos y soñaba con ser escritor. Fue Germán Vargas quien en una noche de bohemia prodigiosa en Prado, nos relató los detalles de la fiesta armada con la llegada de tanto colombiano y costeño a una fría capital saturada por el orden y la rigidez, la neblina espesa y el hielo vistiendo las calles. Nuestro amigo cineasta, periodista y escritor Heriberto Fiorillo quien organizara la Fundación la Cueva y el carnaval de las artes que fuera declarado patrimonio de la humanidad y produce tanto dinero como el carnaval de Barranquilla, hizo un museo bar restaurante donde las fotografías del grupo en diferentes momentos enmarcan las paredes del cálido y distinguido lugar. Ahí desfilan todos incluyendo al talentoso  Álvaro Cepeda Samudio a quien la muerte se lo llevó temprano, Álvaro Obregón fumándose un pincel, Germán Vargas Cantillo, entre otros, y concluye con las imágenes existentes de la noche del Nobel y adonde seguramente llegarán las últimas inéditas bajo el título de Historia sin tiempo que por estos días revela el entonces joven fotógrafo Hernando Vergara quien estuvo esa noche y un hombre con cámara fotográfica instantánea porque había dejado la suya por lo pesada y se dirigían a una reunión social, se la fue entregando al ver su angustia por captar los instantes que pasarían a la historia. Sin duda cada segundo fue recordado y escrito por algunos de los testigos de excepción, y hace poco en Ibagué, Gloria Triana en el teatro Tolima en un homenaje al Nobel donde se reunió la plana mayor de la intelectualidad tolimense, contaba cómo fue la organización que estuvo bajo su comando hasta el último día, como la minucia de las noches en la fiesta ofrecida por García Márquez para sus amigos en el salón principal del Gran Hotel. Lo que no sabía y sólo hasta anoche en mi estudio me fue revelado por parte de un científico y escritor ibaguereño famoso en Europa y Estados Unidos pero que nadie conoce en esta capital, precisamente Nelson González Ortega a quien Pijao publicó su primer libro hace 25 años. Lo que me dijo fue lo desconocido hasta hoy de lo pasado en las calles protagonizándolo quienes no estaban en el protocolo sino paseando por ahí en plan de curiosos y como latinos emocionados por el hecho. González, quien vive en los países escandinavos desde hace 20 años, observó cómo, con la llegada de Fidel y su enorme delegación, los cubanos repartían por cajas su ron de exquisita calidad para que nadie se quedara sin celebrar, entregándolo por cuartos a quienes tuvieran apellidos latinos y por medias a gente como él que se identificaron como colombianos y más aún, profesores universitarios de literatura. Luego nos relató en detalle la serie de escándalos en la televisión y los periódicos por haber permitido el gobierno tanto ruido hasta altas horas de la noche, puesto que allá puede beberse pero en bares o privadamente y las bebidas alcohólicas tienen un impuesto del 75% convirtiéndolas en casi prohibidas, a pesar de ser un pueblo que agotado por las comodidades llega con facilidad a la embriaguez.  Ni la neblina ni el frío polar de aquellos días de diciembre impidieron el carnaval a la delegación colombiana donde Totó la momposina y el mismo Escalona iban tocando y cantando y bailando vallenatos por las calles como si estuvieran en su casa. Lo único cierto después de tantos años, es cómo Gabriel García Márquez sigue siendo el colombiano más importante en el globo, a pesar de que ciertos jóvenes aprendices de escritores y de críticos lo maldigan y desprecien sin conocer su obra y su camino, odiando porque sí la fama bien ganada y la inmortalidad en unaactitud insólita de envidia. Por algo cuando la revista Semana convocó en el año 2000 a autoridades del país entre académicos, políticos e intelectuales donde estaban Enriquito Santos, Daniel Samper, Gómez Buendía y el mismo López Michelsen, entre otros, para que decidieran cuál era el colombiano del siglo, el debate primero se fue en seleccionar a los que quedaban entre Jorge Eliécer Gaitán y López Pumarejo, pero fue su hijo jurado quien dijo después de la discusión de varias horas aclarando que fueron importantes pero en lo local, y sólo Gabo, como le dicen sus amigos cercanos, era el merecedor. La discusión terminó por sustracción de materia y la carátula de la revista lo llevaba a él de cuerpo entero con la sonrisa de los triunfadores.