Verónica Resucitada de Carlos Orlando Pardo.
Ibagué: Pijao Editores, 2012. 295 páginas.
Nelson González-Ortega, Catedrático de literaturas
hispánicas en la Universidad de Oslo, Noruega, 2012.
Verónica Resucitada es una novela, cuya trama básica trata de Verónica
y Arturo que, de forma independiente, desarrollan desde su niñez un gusto
especial por la vida trashumante del circo y, sobretodo, por realizar su sueño
de volverse trapecistas profesionales; maestros en el difícil triple salto
mortal, lo cual logran con gran éxito. El personaje narrador, Arturo, y la
protagonista, Verónica, se conocen en el circo, trabajan juntos como pareja de
trapecistas, se retiran de la vida circense, se casan y tienen dos hijas, Sofía
e Inés, quienes son abandonadas por su madre, cuando ella decide regresar al
circo a su vida de trapecista para reconquistar su plena libertad personal,
espiritual y sexual de ser mujer sin ataduras familiares. Verónica rechaza así
el anhelo de su esposo, Arturo, de llevar junto a ella una vida rutinaria de
pareja de clase media, atada a su hogar, a su familia, a su barrio y a su
ciudad. Desde su abandono, Arturo declara a su mujer muerta para él y para sus
hijas y sólo conserva de ella una fotografía que guarda en secreto durante su
larga vida. Las dos hijas, desde niñas, asumen como hecho real la falsa muerte
de su madre, Verónica, hasta que ésta, después de la muerte de su esposo
Arturo, las busca, las encuentra y pasa sus últimos días, enferma de cáncer en
casa de su hija Inés y muere en compañía de ella y de sus diez hijos.
Desde luego, que el recuento escueto y lineal de esta trama, hecha aquí en
función del análisis de la novela, no le hace justicia a la forma innovadora,
al contenido intrigante y al estilo cuidadoso y directo del relato de Carlos
Orlando Pardo. Verónica Resucitada se
estructura alrededor de tres relatos principales entrelazados: una
autobiografía ficcional de la protagonista, Verónica, que recuerda su vida de
plena libertad desde niña hasta los noventa años, cuando agoniza en casa de su
hija; una crónica familiar relatada por el narrador-personaje omnisciente, Arturo que no se separa de sus
hijas, acompañándolas desde su niñez a su vida adulta; y una especie de crónica
histórica novelada en la cual aparecen mencionados en forma a-cronológica
hechos históricos y lugares comunes de la historia política y de la cultura
colombiana desde principios del siglo XX hasta aproximadamente 1980. Cada
relato se interconecta con los otros formando un rompecabezas de episodios que
al final de la lectura se integran en una unidad narrativa significante y
coherente.
En el primer macro relato, cuyas secciones aparecen en la novela escritas
en letra cursiva, el narrador toma la perspectiva de la protagonista, Verónica,
e inicia la narración en media res y
en un lenguaje transparente, como si ella, en lugar de expresarse en un
monólogo, relatara a una amiga, en la intimidad de unas cervezas tomadas en la
cocina de su casa, la manera en que --obnubilada por la brillantez del
espectáculo de un circo pueblerino, para lograr su propio espacio psicológico y
espiritual de mujer, y por la curiosidad de conocer íntima y profesionalmente a
un joven trapecista de circo-- abandonó su hogar familiar compuesto por su esposo
Arturo y sus dos hijas Sofía e Inés:
Un sólo instante fue suficiente
para cambiar el destino de toda mi familia […] Odio el ritmo monótono en que
estoy consumiéndome en medio de un tiempo detenido y una puerta se abre de
improviso para darme ocasión para irme cuanto antes. […] Quiero notar que vibro
a cada rato porque mi corazón se invade con demasiadas cuerdas ardiéndome en el
cuerpo inútilmente al lucir apagado, sin iluminaciones por la invariabilidad de
mis días repetidos, por el aburrimiento que a veces me conduce a estar
desesperada así me ocupe diligente en otras cosas. Soy como el perro del vecino
que no puede ladrar y el tiempo pasa sin que me de cuenta de lo que me pierdo.
Corre por mi interior un río de fastidio al ver en el espejo mi cara de
cansancio y distinguir la misma gente, las calles frecuentadas, el mismo
caminar y las mismas emisoras diciendo las noticias que varían apenas con los
nombres de los últimos muertos. Sé que todo es parte de la vida pero no para mí
que jamás me detuve en parte alguna y he sido una impaciente trashumante (VerónicaResucitada 2012: 19-20, cursivas del novelista).
A través de este monólogo, la protagonista expresa en lenguaje poético las
circunstancias físicas, psíquicas y sociales que la inducen a abandonar a su
esposo y a sus dos pequeñas hijas. La imagen de “el perro del vecino que no
puede ladrar”, no sólo connota a nivel social al ‘otro’; al arrimado; al
marginal; al silencioso voluntario o silenciado por los otros, sino que
históricamente puede evocar, en el lector informado, al perro silencioso de los
aztecas y de los chinos, que despreciaron con asombro los europeos al tener
noticia de su existencia. Verónica, en tanto “perra de vecina”, sin voz propia;
carente de esa cualidad matriarcal --de amar a su esposo y criar a sus
hijos-- de la cual hacer gala y sentirse
satisfecha, como se espera en la sociedad representada en la novela, se
enfrenta a su dilema interior femenino de ser una persona completamente libre;
dilema que también enfrentó, hace más de un siglo, Nora, el famoso personaje de
Ibsen. Verónica decide abandonar a su esposo e hijas, no por otro hombre como
razón primaria, sino por obtener su “cuarto propio”: la libertad plena de hacer
lo que quiera con su vida y su talento porque como ella dice: “siempre fui una
mujer desobediente” (VerónicaResucitada 2012:
51). Ser libre, no libertina, que es un derecho femenino relegado, cuya
exigencia y obtención, desde la antigua tragedia de Antígona y Medea, ha
perturbado profundamente el régimen patriarcal auto-asignado por el hombre
occidental para regir en la familia y en la sociedad de ayer y de hoy. Pero la
obsesión de Verónica de convertirse en un ser completamente libre no le impide
a ella, ni al narrador, notar el ambiente de injusticia social, violencia y
muerte (i.e., las noticias radiales diarias sobre el número de muertos que sólo
cambia en nombres pero no en cantidad), el cual parece haberse convertido en
rutina en la sociedad representada en la novela que tiene todos los visos de
ser la colombiana durante casi todo el siglo XX.
Es precisamente la injusticia social el tema del segundo macro relato
articulado en la novela de Carlos Orlando Pardo; tema protagonizado por la vida
y acciones del personaje, Arturo, esposo de Verónica y trapecista de circo como
ella, quien no busca la libertad individual como su mujer, sino la libertad
colectiva en forma de lucha sindicalista por la obtención de justicia social.
Arturo, aparte de haber sido famoso trapecista y ebanista profesional, ama los
libros y la lectura. Desde joven, la lectura de todo tipo de libros, lo ha
llevado también a navegar por las aguas intranquilas de la literatura de
Izquierda, prefiriendo las obras clásicas del comunismo y del socialismo. No
por ello, es un militante, alzado en armas, sino más bien un hombre que, a
principios del siglo anterior, sintió “el contagio político del naciente
partido comunista” (Verónica Resucitada
2012: 38). Un lector entusiasmado que pone sus ideas revolucionarias en lo alto
de su existencia individual, familiar y social y a veces usa esas ideas
socialistas sublimadas como paliativo contra el dolor causado por el abandono
de su mujer, a quien, a pesar de haber declarado públicamente muerta para él y
sus hijas, considera muy viva en el interior de su ser, por lo que se aferra a
su imagen fotográfica siempre escondida debajo de su colchón, como si, en
realidad, se negara a aceptar que ella ya no es parte de su lecho, ni de su
vida, y así termina sus días, embalsamado antes de muerto, por esa terrible,
pero ansiada ambivalencia afectiva. En efecto, los cuatro grandes pasiones de
Arturo, aunque fragmentadas e imperfectas, fueron su perenne pasión por su
esposa y su amor por sus dos hijas; su pasión por la lectura de todo tipo de
libros, en especial la literatura política; su pasión por volar en los
trapecios circenses, desafiando a diario la muerte; y, sobretodo, su pasión por
permanecer inmerso en la farándula, actuando en el espectáculo como trapecista
circense o viviendo la experiencia de su hija Sofía como lector/escritor de
teatro popular y radio-novelas. Así describe el narrador el fervor de sus
pasiones: “Arturo embebido por su apasionamiento por la política con el recreo
grato de las temporadas de obras costumbristas que incluían para él la delicia
de la farsa política y social, la comidilla de la época dada la fuerza que
empezaba a respirarse por el comunismo. […] [S]u dedicación por horas a la
lectura, a contemplar el paisaje y a estudiar las teorías sociales que llegaban
de Rusia” (Verónica Resucitada 2012:
83, 90).
El tercer macro relato, consiste en la articulación en la novela de una
especie de crónica novelada, en forma de mención de acontecimientos históricos,
homenaje a personajes políticos conocidos, y mención del desarrollo de la
cultura y la literatura. En especial, el desarrollo del arte de actuar frente
al público apasiona a Arturo; arte que observa en Verónica desde su nacimiento
en el circo de los gitanos, hasta su caso al ver el fortalecimiento del teatro
culto y popular y al nacimiento de las radionovelas y de la actuación en
programas de televisión en Sofía. El narrador entreteje su historia ficcional,
alrededor de acontecimientos familiares, sociales y culturales, en forma de una
crónica novelada de la vida política y cultural colombiana durante gran parte
del siglo XX. De hecho, el trapecio y la lectura de libros fungen como
pre-texto (léase motivo y texto previo) para la narración ficcional, en forma
de caleidoscopio, de los principales acontecimientos políticos y culturales de
Colombia durante gran parte del siglo XX: desde los ecos de modernidad que
empezaron a sonar en el país, en la década de 1930, a raíz del cambio al
régimen liberal encabezado por el presidente Olaya Herrera, que sucedió al régimen conservador de la Regeneración
(1886-1930) hasta el nuevo impulso que tomó la modernización del sistema
político, social y económico del país entre las décadas de 1950 y 1980, cuando
la migración a las ciudades, provocada por la Violencia y el desplazamiento
forzado, inundó las grandes ciudades colombianas de millones de campesinos
convertidos en ciudadanos, sin casa, sin cuidado de salud y sin educación para
sus hijos, lo cual incrementó la delincuencia común y dio origen a las variadas
formas de violencia con sus conocidos actores: los militares, paramilitares,
guerrilleros y narcotraficantes. Aunque, el alcance temático y temporal de la
novela de Carlos Orlando Pardo, no trata las dos últimas décadas del siglo
anterior, quizás las más violentas y sangrientas de la historia colombiana, el
lector, presencia a través de la actuación de Arturo, los orígenes de la
Violencia y la lucha política –laboral y regional-- del Partido Comunista
durante gran parte del siglo anterior: “Durante esos dos años, entre tanto,
Arturo, además de cumplir la tarea clandestina de organizar a los trabajadores,
dejaba en la conciencia de los contertulios, que lo escuchaban con crecida
atención, la inquietud de cómo las cosas no deberían seguir en el país como
hasta ahora”. No obstante, el narrador informa que Arturo: “Nunca fue sectario
en sus apreciaciones y de manera conciliatoria conservaba su verdadera
militancia en buena discreción, asumiéndolo, la mayoría, como librepensador que
cumplía con los mandamientos de amar a Dios sobre todas las cosas” (Verónica Resucitada 2012: 95). Esta
crónica familiar a-cronológica se funde con la crónica histórica, política y
cultural de la nación y del mundo, a
través de la mención de los inventos científicos y los eventos históricos
culturales y políticos más emblemáticos ocurridos durante las dos terceras
partes del siglo pasado, entre ellos: “la llegada al país de la “cámara Kodak”
automática; “el estallido de la guerra civil española” y el “asesinato de
García Lorca”; la muerte “de ochenta mil personas por la bomba atómica”; la
participación de soldados colombianos en la Guerra de Corea; la llegada del
primer disco de vinilo a Colombia; la muerte de Gandhi; “la sed de venganza por
la indignación que despertara el crimen de Jorge Eliecer Gaitán; y la
declaración de guerra de Colombia a Alemania: Simultáneamente, a estos
acontecimientos políticos internacionales, llega al país la cultura europea y
se desarrolla en la capital la crítica política desde el teatro: “los bogotanos
verían los intereses creados de
Jacinto Benavente, El alcalde de Zalamea
de Pedro Calderón de la Barca, Juan
Tenorio de Zorrilla, dirigidos por Víctor Mallarino o las obras de Carlos
Lemus en el Teatro Colón con la actuación de Sofía”, la hija mayor de Arturo y
hasta el “estreno de Sí mi Teniente,
la obra de Luis Enrique Osorio que criticaba al dictador Rojas Pinilla” (Verónica Resucitada 2012: 145-147,
158-159).
Paralelamente, dos imágenes centrales transcurren a lo largo de la novela,
funcionando como una especie de leitmotiv:
el acto de volar por el aire en un trapecio de circo frente al público
embelesado y el embeleso de casi todos los personajes de la novela en el acto
de la lectura de libros:
Desde
sus días con la enciclopedia Espasa, no pudo abandonar su entusiasmo ni su
disciplina por la lectura. Le parecía que aquellos pesados volúmenes le decían
más y mejores cosas que quienes estaban a su lado consumiéndose en la rutina.
Para él era como estar en el camino de los sueños y le daba la posibilidad de
escapar del mundo real que comenzaba a fastidiarle. No quería llegar con ellos
a la locura como sabía del señor don Quijote y tampoco a la pretensión de la
sabiduría sino al divertimento. De todos modos, la secreta influencia que
fueron ejerciendo sus lecturas le aclararon asuntos que antes reposaban en el
silencio y en la oscuridad. Ya había dedicado bastante de sus horas a
perfeccionar el cuerpo para mantenerse al día y en forma con sus aventuras en
el trapecio, pero había llegado su momento para ejercitar su inteligencia. Le
causaba placer examinar que su memoria parecía haberse dilatado como si los
libros fueran su extensión y vivía con pasión cada historia” (Verónica Resucitada 2012: 107-108).
Por último, pero no por ello menos importante, debe destacarse que en Verónica Resucitada resuenan ciertos ecos a algunos temas
elaborados en Cien años de soledad:
los gitanos, el circo, los imanes, la huida de personajes de su familia para
unirse al circo. No obstante, debe aclararse que en el caso del autor Carlos
Orlando Pardo y de otros novelistas contemporáneos colombianos y
latinoamericanos se trata de ecos o “guiños” temáticos, novelísticamente
intencionales, que fungen en la narración como “homenajes literarios” a autores
y a obras representativas de la cultura hispánica y occidental, incluidos en
las obras literarias con el objeto de
demostrarse admiración mutua en la ardua tarea de la creación literaria.
Recuérdese que estos “homenajes literarios” o intertextos son tan inmemoriales
como los orígenes de la historia humana y han sido usados no sólo por el mismo
García Márquez, sino también por Cervantes en DonQuijote y en las antiguas narraciones hebreas y orientales como
la Biblia y la épica Gilgamesh, por
lo que no pertenecen a un autor individual, sino a la tradición cultural
occidental.
En suma, se puede afirmar que la novela Verónica
Resucitada del autor tolimense Carlos Orlando Pardo --por su estilo diáfano
y a la vez culto y coloquial, por el uso de una prosa poética en la
autobiografía de la protagonista y por narrar
la historia de una mujer que, a principios del siglo XX, decide liberarse de su
esposo y sus hijas pequeñas, no por odio, no por amor a otro, ni siquiera por
enfermedad, sino por querer correr detrás de su libertad y de la realización
plena de su talento físico como trapecista-- resulta intrigante e innovadora, a
principios del siglo XXI y, por eso, entra, por derecho propio, en la
inmemorial tradición del antiguo arte de contar, de escuchar, y de leer, sólo
por “divertimento”, las historias de un país, cuyos habitantes, por vivir en
medio de la violencia diaria, merecen obtener la “diversión” de un buen relato
para no perder la esperanza de experimentar en el futuro un amanecer pacífico
en su tierra.
Nelson González-Ortega, Catedrático de literaturas
hispánicas en la Universidad de Oslo, Noruega, 2012.