ANTONIO LOBO ANTÚNEZ Y LA MEMORIA RESCATADA
Muchos de los seguidores del novelista portugués Antonio Lobo Antúnez, se han quedado desde hace varios años esperando la noticia que anuncie su premio Nobel de literatura. Sin embargo, la entrega que se hiciera en 1998 a José Saramago, lo dejan a un lado de las posibilidades, lo mismo que ocurrió con Carlos Fuentes porque no es fácil repetirlo para un país ni para un continente. De todos modos, su prestigio y sus lectores corren cada día para un escritor nacido en Lisboa en 1942 y que se dio a la tarea demencial y sin tregua, de dedicarse con pasión enfermiza a su oficio abandonando su carrera de médico y siquiatra. Algunas circunstancias de su vida lo han revestido de una leyenda, en particular por su participación en la guerra de liberación colonial de Angola, puesto que ya los escritores no están en las fauces de los combates como lo hicieron tantos a lo largo de diversas épocas y de cuya experiencia han resultado libros memorables. Lo conocí de paso en la Feria Internacional del Libro en Bogotá. Tenía noticias suyas y la lectura de algunos textos, pero ignoraba la dimensión de su tarea, e inclusive abandoné su novela “Buenas tardes a las cosas de ahí abajo” porque me pareció radicalmente anárquica. Después de aquella entrevista me di a la tarea de detenerme en sus páginas, pues alguna vez, en Irvine, a una hora de Los Ángeles, le escuché a Álvaro Mutis la recomendación reiterada de conocer mejor la literatura portuguesa. Pasar por Pessoa y su pesimismo que desborda el de Ciorán y el de Onetti, por ejemplo, ya era un camino, a más de la devoción por otro médico novelista del Brasil, Joao Guimarães Rosa que estuvo entre nuestras devociones por los años 70 del siglo pasado, e inclusive la asumida hacia Clarice Lispector, una anárquica, simpática y formidable escritora que conocimos en Cali en un congreso de escritores por la misma época. Lobo Antúnez llegaba cargado de premios y una larga lista de libros suyos, buena parte de los cuales no se han traducido al español. Títulos como Tratado de las pasiones del alma, Manual de inquisidores, En el culo del mundo y La muerte de Carlos Gardel, por ejemplo, ya eran suficientes para abordarlo. La curiosidad y el hambre por saber nos lleva a territorios donde habita el infierno y donde vemos la vida convertida en lenguaje. 24 libros publicados no es poca cosa y menos el haber logrado el premio de Literatura Juan Rulfo en el 2008 y el Camoes en el 2007. No ajeno a la crónica ha publicado tres tomos sobre ellas y va de un lado a otro de manera asombrosa como pasar de una novela “acerca de los pájaros” (2008) sobre un hombre asesinado o que se suicida cuyo cadáver aparece rodeado de los animales, o a otra bajo el interrogante de ¿Qué caballos le hacen sombra al mar? (2012) donde el tema de una herencia se vuelve el núcleo. No le faltó su trilogía autobiográfica que se cierra con “Conocimiento del infierno” sobre la doble crueldad que sufren los enfermos siquiátricos y cuyas incursiones se habían dado en “No entres tan de prisa en esta noche oscura(2000)”  que navega por los recovecos de la mente en un ir y venir de recuerdos tormentosos como a veces es la vida. La directora de Babelia, el suplemento literario de El país, de España, le hizo una serie de entrevistas para un libro revelador sobre el proceso creativo y los factores que determinaron su vocación, su soledad tras la viudez, el drama de las separaciones y la pasión por el oficio de escribir, cuyas respuestas son contundentes y brillantes, dejándonos un feliz aprendizaje. Espero entrevistarlo pronto en Lisboa como una manera de la felicidad.
Con JORGE IVAN PARRA
La primera novela del ibaguereño Jorge Iván Parra, Contra el olvido, dividida en tres partes, por la estrategia del narrador teniendo en vilo el crimen del hermano por pugnas con el hijo del jefe de la oficina de abogados donde trabaja, semeja un libro de memorias cuyo hilo parte de las evocaciones de familia para concluir en el crimen del muchacho que el tiempo y la impunidad dejan siempre en permanente olvido. Tiene un tono  que pareciera en ocasión una charla informal de café donde se recorren los hitos que desde los medios marcaron por lo menos a dos generaciones. Bajo la sencillez Borgiana en algunos de sus cuentos, la intención pareciera darse en el alejamiento de lo estrictamente literario quitándole ese ropaje a una historia cuyo ardid de un crimen es la disculpa estructural para ofrecer el reflejo de una Bogotá que parte desde 1966 hasta dos décadas después. No he leído un fresco más nítido sobre la Colombia de entonces que va deslizándose entre el asombro de los primeros atisbos de la tecnología, los inaugurales equipos de sonido, los nacientes televisores, las radionovelas y los comics, pero al fondo de la ficción, el país tipificado en los crímenes paradigmáticos que marcaron a nuestro conglomerado desde el mismo asesinado de Uribe Uribe en el recuerdo del papá, un capitán de la policía retirado y en goce de pensión, lo acontecido con Jorge Eliécer Gaitán y la transformación misma de barrios y edificios, inclusive de los teatros del centro que sucumbieron al avance urbanístico. Ese mundo que el tiempo ha devorado, se ve como una radiografía fresca de una época ingenua en apariencia bajo los recuerdos del narrador que despierta a la vida en el marco estrecho de dos canales de televisión, sus series y programas de entonces saboreados al ritmo familiar e inclusive la existencia de apenas dos equipos de fútbol, dos partidos políticos, para llegar al M-19. No exenta de humor, la novela simula una simple memoria con sus tintes autobiográficos resucitando momentos cruciales de la vida cotidiana