UNA TERTULIA CON WILLIAM OSPINA


Como siempre, las tertulias con William Ospina tienen la magia envolvente de la seducción que produce el conocimiento y la sencillez para expresarlo. Durante años, cuando el merecido prestigio todavía no lo envolvía plenamente, tuvimos la ocasión de ver amanecer bajo la magia de la conversación sobre literatura y nos íbamos con él a los túneles hermosos de la historia. Siempre ha sido un recorrido apasionante y aleccionador, no sólo por lo portentoso de su memoria sino por la manera en que va engarzando los tiempos y los temas. Regresa cada cierto tiempo al terminar alguno de sus libros y la cita placentera es inaplazable. El viernes, por ejemplo, de nuevo en Ibagué, nuestro autor recibió homenajes de la Asamblea del Tolima, la alcaldía del Fresno y el Senado de la República en acto presidido por el gobernador Oscar Barreto y los rectores de la Universidad del Tolima y la Cooperativa. Con un Centro de Convenciones atestado y la expectativa de los asistentes, el poeta expresó sus vínculos afectivos con la tierra, mientras en primera fila sus ancianos padres y dos de sus hermanos aplaudían como todos pero con un  orgullo prendedizo. Es la emoción de la tierra frente al triunfo de uno de los suyos bajo la pasión solitaria de la investigación y la escritura y el testimonio triunfante de sus libros. Largas filas de gente del Fresno, sus danzas y sus admiradores aguardaron con paciencia para tomarse una foto o recibir el autógrafo en la primera página de su último libro sobre Simón Bolívar. Después de que él escribiera su columna dominical para el Espectador, la reunión se hizo en casa del prestigioso abogado Jaime Salazar, su condiscípulo, con no menos de doce personas cálidas, como el dueño de casa, donde la música y el vino, la comida y el afecto de otros tiempos envolvió la tertulia. Siete horas transcurrieron sin advertirlo entre las evocaciones de la tierra de su padre con aquellas reminiscencias deliciosas de los pueblos de montaña, los detalles y la crónica de provincia con sus ingenuidades y su gracia, el protagonismo de Julián Santamaría, un personaje inolvidable y culto dedicado a la pintura y la escultura en Barcelona, además de encarnar a un sólido compositor e intérprete, sin contar aquí su tarea como sacerdote en el Fresno y las travesuras comunes de la adolescencia. La fraternidad era la reina, la conversación interactuada parte del jubileo y la música entre actos ofrecían un variado y ameno clima de alegría. Ahí William Ospina saboreando un whisky y entonando canciones que todos nos sabíamos, polemizando sobre la telenovela que se hace sobre la Pola y hablando de Nariño, lo veíamos gozar de la amistad de sus viejos amigos, como si el cansancio no se le arrimara y le diera lo mismo partir horas más tarde para Mariquita, de allí a Cali y Medellín y luego ir a Londres y a Paris para cumplir sus compromisos. Grato es ver cómo la pintura, la música y la literatura generan hombres insignia que sacan la cara por el país y el departamento y que terminan  ofreciendo un bello ejemplo. Esperaremos su regreso en diciembre donde seguramente nos contará de sus avances en La serpiente sin ojos, la última novela de su trilogía donde la historia se vuelve actual por más remota que se encuentre.  Un escritor es un investigador y el poder de la literatura continúa dándose en la resurrección de la novela histórica para hacernos volver los ojos hacia hechos y protagonistas olvidados e inclusive ignorados. Lo claro es cómo William Ospina continúa consolidando su carrera internacional que cada día es mayor para nuestra fortuna.