LA LIBERTAD DEL SENADOR  CARLOS GARCÍA ORJUELA
Buena parte de los secuestrados han escrito sus libros relatando la pavorosa aventura de sus incontables desdichas. No pocos han logrado un éxito de ventas y quedan como ese crudo testimonio no sólo de una época triste de sus vidas sino de una etapa oscura en la vida nacional. Lo que no se conoce, hasta hoy, es la historia de quienes han permanecido tras las rejas por incontables meses bajo el juramento de delincuentes que atestiguan crímenes no cometidos, citas jamás dadas, encuentros falaces y negocios inexistentes. Ahí existe otra forma del secuestro. Es como si regresáramos al viejo adagio que afirma cómo, toda esa verdad es una mentira disfrazada. Le hace falta al país conocer de casos como este, en concreto el del senador Carlos García Orjuela que vivió su viacrucis bajo la tortura de la prisión. Por fortuna, la Corte, en su sabiduría, supo estudiar las pruebas para declararlo inocente. Es este el primer caso que en Colombia existe otorgando la libertad a un político vinculado con los paramilitares, puesto que los demás han sido condenados. Uno termina acordándose de Papillon, quien es prisionero por un crimen que no cometió, o de los mensajes encontrados después del final de la Segunda Guerra Mundial en uno de los antiguos muros de Auschwitz, donde siete presos del campo de concentración nazi dejaron su mensaje en el interior de una botella para evitar ser descubiertos y dar prueba de su existencia.  Inclusive puede evocarse a Víctor Hugo en Los miserables cuando el expresidiario Jean Valjean se centra en los esfuerzos por redimirse tras acusaciones injustas. La vida y la literatura están plagadas de arquetipos que encarnan la iniquidad. Por fortuna, el senador Carlos García, una figura nacional que surgía consagratoriamente como Presidente del Congreso o Presidente del Partido de la U, presa apetecida por los calumniadores, tuvo un buen final. No pocos se hallaban felices de verlo tras las rejas como si una competencia se quitara de en medio y se abriera el panorama para sus intereses. No se sabe aún  quiénes pero existían agazapados gozándose el mal ajeno como unos buitres humanos. El honor no se perdió finalmente porque la clase política en el Tolima queda reivindicada con su libertad, lo mismo que sus numerosos amigos. Inclusive para nosotros que hemos sido apenas sus conocidos. Lo he visto feliz porque como diría  Jean Baudrillard, no hay afrodisíaco como la inocencia. Él que vio retroceder la verdad mientras las discusiones avanzaban, tuvo bajo la luz de sus pruebas fehacientes el resplandor de unos hechos verdaderos que dejó sin piso las acusaciones. Al fin y al cabo, como diría el senador acordándose de  Alexandru Vlahuta, La verdad espera, sólo la mentira tiene prisa. Su paciencia lúcida en medio de la situación ensombrecida, la categórica defensa que lo hizo libre y el estudio pormenorizado de su propio caso para transformarlo de médico brillante en jurisconsulto destacado, merecen un aplauso y un estudio de su proceso como ejemplarizante. Esperemos ojalá el libro para ingresar a una película de terror, espías, delincuentes, mano negra y por fortuna con final feliz, inclusive para reafirmar nuestra creencia en la justicia, porque al decir de Benjamin Franklin, donde mora la libertad, allí está mi patria.