EL ÚLTIMO TÚNEL DE ERNESTO SABATO
Antes de morir, Ernesto Sábato había ya logrado la inmortalidad. Sus 99 años con un final en medio de la ceguera que como en Borges le ayudó a ser más iluminado, fueron dejándole, desde 1948 cuando publicó su famosa Novela titulada El túnel, la imagen de un escritor fundamental sobre la que caerían miles de miradas bajo la sensación del asombro por la categoría de su prosa y la estrategia para contar historias. Tenía la certeza como lo afirmó, de cómo un buen escritor expresa grandes cosas con palabras pequeñas, a la inversa del mal escritor que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas. Este lúcido intelectual que alguna vez dijo que siempre le tuvo miedo al futuro, porque en el futuro, entre otras cosas, está la muerte, no sólo cumplió una tarea admirable como novelista, sino que en el campo del ensayo ofreció aleccionadores ejemplos que aún nos invitan a la reflexión. Así mismo, al encarnar una figura pública,  tuvo bajo sus hombros la enorme responsabilidad de encabezar la comisión que buscaba aclarar quiénes fueron los responsables de los miles de desaparecidos y muertos en la dictadura militar argentina entre 1976 y 1983, y cuyo aleccionador y doloroso documento Nunca más, conocido como el informe Sábato, ya es parte esencial de la historia latinoamericana frente al tema de los Derechos humanos. Aunque ya sus años y las naturales
dolencias que fueron apareciéndole nos remitían a lo irremediable de una muerte anunciada, nos lastima su partida desde lo más profundo porque estaba y estará en la ya por hoy exigente lista de los autores preferidos y más aún, entre aquellos que tuvimos la fortuna de disfrutar a partir de los tiempos mismos de la adolescencia. Uno siente que se ha marchado un amigo cercano así no haya tenido la ocasión feliz de conocerlo personalmente, pero estuvo con nosotros tanto tiempo que era parte de nuestro paisaje interior. Su vida en  Santos lugares, tal el nombre del barrio de la provincia de Buenos Aires en el que vivió toda su vida, estuvo reducida finalmente a pintar cuadros goyescos, dolorosos y sombríos antes de que la luz huyera de sus ojos, a escuchar que le leyeran hasta dormirse porque ya tenía prohibido hacerlo, sin dejar su tiempo para la reflexión pública y privada que como en sus libros Antes del fin y La resistencia, reflejan la pesadumbre sobre el futuro del hombre en una sociedad globalizada. Uno entendía con claridad que este doctor en física que se le voló a la ciencia para internarse en los infiernos gloriosos de la literatura, ya había conocido a fondo las congojas pero  también el ejercicio de  la libertad y del  decoro.
Alguna vez dijo que la vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. Este escritor esencial y polémico que alcanzó premios y honores por el mundo, que trató temas en apariencia insólitos para él en libros como Variantes tácticas en el fútbol (1951) o Maradona, retrato de un drogadicto (1987) y que como todo buen argentino, incluido Borges, dedicó su tiempo a reflexionar sobre la música de su tierra en El tango, discusión y clave (1963), sobre el peronismo del cual fue crítico, y naturalmente La cultura y la encrucijada nacional (1973), estuvo a punto de cumplir los cien años que se conmemoraban el próximo 24 de junio. Nuestro homenaje es regresar a las páginas de sus tres novelas y a libros de pensamiento profundo y provocador para comprender de qué manera los hombres sinceros, estudiosos y con talento como él, tienen en la muerte apenas una estación de paso, y cómo se ha convertido en un ejemplo para los soñadores porque dijo contundente que lo admirable es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil.