OSCAR AGUDELO
EL CANTANTE QUE SIEMPRE ESTÁ DE MODA
 Cincuenta son los años que cumple el tolimense Oscar Agudelo bajo los esplendores de su vida artística. Ahora, para el 15 de mayo, se le rinde un tributo en Ibagué acompañado de importantes artistas como la triunfante Olga Walkiria que regresa de su gira en España para el acto. Nos emociona este homenaje a un símbolo de la música popular que una buena tarde nos contara su periplo para testimoniarlo en mi libro Protagonistas del Tolima Siglo XX. Allí supimos, antes de la delicida compartida en la bohemia, que errar de pueblo en pueblo ha sido su destino. Antes de cumplir la mayoría de edad ya había recorrido la mitad de su departamento. Nació en Herveo, donde jugaba con sus amigos en un hermoso parque rodeado de palmeras, pero a los seis años ya su vida transcurría en Padua, un pequeño caserío de ese municipio. Allí se adentró en el mundo de los monaguillos y aprendió a tocar su primer instrumento, las campanas de la iglesia, y a cantar frente a las tumbas en el cementerio. A los catorce andaba por el Fresno y de ahí continuó por Ambalema, Venadillo, Ibagué y Girardot. Tercero de siete hermanos, con un tempera­mento dicharachero y bohemio, llegó a figurar, si no como el mejor, sí como uno de los más recono­cidos cantantes románticos del país. Los inicios de su carrera, en ese constante peregrinar de su existencia, se dieron casualmen­te en Girardot. Se empleó en el almacén de doña Candelaria de Leal y poco a poco se dio a conocer porque su voz no paraba de entonar las melodías de la época. Un día, Enrique Pérez Nieto y Hernando Rengifo, dos reconocidos locutores, lo escucharon al pasar por el establecimiento y, sin dudarlo, le propusieron que se presentara en la emisora Radio Girardot de Celestino Cifuentes Gómez donde hacían furor con el programa Las nuevas estrellas de la canción. Compitió durante tres meses hasta que logró el primer premio y se animó a estudiar en el Conservatorio de Ibagué para sacar adelante su cuarto año de bachillerato. Como de costumbre, su permanencia en la ciudad musical duró muy poco. Retornó a Girardot pero ahora no le agradó su clima ni su ambiente y partió hacia Cajamarca. Allí, el joven artista empezó a hacer las delicias de esta tierra. Con guitarra o tiple en mano, instrumentos que aprendió a tocar gracias a su padre, amenizaba cuanta reunión se presentara. En esas estaba cuando llegó la Compa­ñía Martín y ante la enfermedad del cantante de tangos, Miguel Espinel, no hubo otra alternativa que vincular a Agudelo para que lo remplazara, después de lo cual salió con un contrato debajo del brazo. Se fue con la Compañía a recorrer Pereira, Manizales, Cartago, parte del Valle y algunas ciudades de Venezuela, aprendiendo y disfrutando de los primeros avatares del éxito. No existía horario y lo único que importaba era experimentar, cumplir y echar para adelante.Después de tanta lucha regresó a Pereira con una pierna herida que lo obligaba a caminar con muletas. Ni por esas dejó de cantar. A los veinte días de estar en la clínica, un médico lo escuchó y le prestó una silla de ruedas para que recorriera los pasillos brindándole un poco de entretención a los otros internos con sus imitaciones del argentino Agustín Magaldi. Fue tal la admiración que despertó en los galenos, que uno de ellos lo llevó a Sesquiadero,centro musical de la ciudad. Conoció unos negritos que lo acompa­ñaban con destreza y cuál sería su sorpresa al saber, después de varias presenta­ciones, que sus acompañantes eran Ibarra y Medina, los dueños del pasillo en Colombia. Trabajó con ellos cuatro meses después de los cuales fueron llamados a grabar un sencillo en Medellín, pero se quedó del avión por una borrachera y tuvo que viajar en tren cuando ya estaba en proceso el acetato del dúo. Se dio a la tarea de recorrer todas las casas disqueras hasta que, por fin, Codiscos se interesó en él. Grabó China hereje, melodía que se apoderó de Caldas y después de todo el país. Ese fue su verdadero arrancón y de ahí el reconocimiento. Vinieron canciones como Desde que te marchaste, Quisiera amarte menos, El redentor, Que nadie sepa mi sufrir, Rosas de otoño, y La cama vacía, las que lo consagraron con entusiasmo inusitado entre el público y empezó a ser llamado de todos los rincones del país, con especialidad de la zona cafetera que se volvió su fuerte. Las casas disqueras Sonolux y Codiscos, que funcionaban con gran prestigio en Medellín, lo ayudaron a conseguir contratos con Nuevo mundo, La voz de Antioquia y R.C.N., entre otras emisoras de renombre. Medellín fue su cuna artística y el único domici­lio que realmente tuvo en medio de las giras que lo llevaron más allá de las fronteras del país. No era raro que durara cuatro años en El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica y regresara nuevamente a su entrañable Medellín que le recordaba invariable­mente los pueblos de montaña en el Tolima de su infancia. El sur del continente también motivó largas ausencias. En el Ecuador conoció a una bailarina de una compañía que acababa de desintegrarse y fue tal la empatía y el deseo mutuo de conocer mundo que decidieron, sin meditarlo, viajar hasta Argentina ganándose la vida, curiosamente, no con su voz como era de esperarse, sino con sus pies: bailando tangos. En esas travesías por otras naciones conoció a la que sería su primera esposa, una costarricense que lo acompañó durante veintitrés años mientras él viajaba, cantaba, atendía los negocios nocturnos que constantemente montaba y se dedicaba a la bohe­mia. Cansada de estas ausencias y con tres hijos, dos mujeres y un varón, ella decidió dejarlo y radicarse en Manizales. Pero en medio de estos avatares los momentos más exitosos de su vida no se dieron en el exterior. Surgían cuando regresaba de sus giras y retomaba su público colombiano o cuando aparecía en la taberna que había fundado en Bogotá, en la calle dieciséis entre la carrera trece y la Avenida Caracas donde un importante grupo de seguidores, a pesar de la sórdida ubicación del sitio, se daban cita para gozar de sus canciones. A este lugar llegaban cantantes de todo el mundo y, como no había plata, se les pagaba de contado con buen aguardiente. No era raro ver un día cualquiera de la semana entonando sus mejores canciones, a cambio simplemente de unas copas, a famosas y consagradas figuras como la peruana Oriana Merlín o el argentino Alberto Podestá. El negocio le trajo excelentes resultados hasta que, al regresar de sus primeras presentaciones en Estados Unidos, encontró que los músicos se habían bebido la taberna. Fue tal su desilusión que nunca volvió a montar un sitio nocturno. Se rehizo con una gira por Estados Unidos, una de las más fructíferas. Cuando subió al primer escenario volaban y volaban billetes como muestra de reconoci­miento a sus canciones y tuvo que contar con Esta situación se repitió varias veces porque el público latino, identificado con sus canciones, se veía reflejado en las añoranzas que le despertaba el tolimense. En otra ocasión se presentó en Elizabeth en compañía de Mario Gareña, Ricardo Fuentes, Jhonny Albino, Alci Acosta, Tito Cortés y Rodolfo Aicardi, entre otros compañeros de tarima, y la gente latina no dejó de llorar por la emoción de escuchar a sus paisanos y encontrar en las letras de sus canciones las tierras dejadas muchos años atrás. A partir de ese momento ciudades como Nueva York, Washington, Boston, Filadelfia y Chicago llenaron su itinerario. No siempre cantó solo. Con Olimpo Cárdenas conformó un dúo que alcanzó a cumplir bodas de plata, pero como todas las sociedades se acaban, ésta no fue la excepción. Por eso, es normal que los identifiquen siempre a los dos dentro del mismo género. De todo este peregrinar quedan treinta y siete larga duración, ninguno con composiciones propias pero sí con la esencia de su espíritu. Gran parte de su repertorio ya había sido grabado por otros cantantes sin el éxito que obtuvo Agudelo, tal el caso de Desde que te marchaste, del maestro Guillermo Venegas, interpretado con anterioridad por otras voces pero que con él mantuvo su vigencia. A pesar de su aporte a la imagen colombiana, nunca recibió el apoyo de ninguna agremiación y, mucho menos, el respaldo del Estado. Sin embargo, fue invitado en dos oportunidades al Palacio de Nariño siendo presidentes Carlos Lleras Restrepo y Belisario Betancur. Este último afirmó que su músi­ca siempre estaría de moda y, efectivamente, tras un prolongado receso se puso nuevamente en la onda.Estos momentos, aunque importantes, no son precisamente los más emotivos. Si algo lo ha carac­terizado es su compenetración con el público. Aun­que ya no canta en cualquier parte por cuestiones de imagen, disfruta al presentarse en una plaza de toros, un pueblo, un festival popular o como lo hiciera frente a Alfonso López Michelsen y Alberto Santofimio Botero, melómanos de tiempo completo que escucharon y entendieron su música. Nunca ha pasado por su mente retirarse pero como la época en que se daba el lujo de exigir el pago que quisiera ya pasó y lo que ahorró fue muy poco, dedica parte de su tiempo a comprar casas, habitarlas, remodelarlas y venderlas. Esta es su principal fuente de ingresos, lo que le permite vivir decentemente y dejar pago su entierro porque no quiere que su último adiós sea al estilo de los artistas: en la miseria.