ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ
Y EL MALOGRADO MINISTERIO DE JUSTICIA
Hubiese sido más que grato para el Tolima y el país el anuncio sobre la designación de Alfonso Gómez Méndez como nuevo Ministro de Justicia. Parecía la crónica de un nombramiento anunciado, pero entre los avatares del juego de los roles y la política nada estaba escrito, mucho más cuando Olivo Saldaña, como con todo calculado, decidió sin razón mencionarlo en sus usuales atrevidas y aventureras declaraciones. Fue una gran decepción, porque a la trayectoria del dilecto hijo de Chaparral que fuera precandidato por su partido a la Presidencia de la República, sólo le faltaba este gran paso para ratificar su prestigio en la nación, pues su luminosa trayectoria en cargos de alta responsabilidad como la Fiscalía General o la Procuraduría, le otorgaban todas las opciones, convirtiéndose, de haberse culminado, en un nuevo homenaje de Juan Manuel Santos al departamento del Tolima, sobre todo a un profesional que ha asumido el derecho como ciencia social y que es fruto de su propio esfuerzo a partir de una familia humilde.   
No es sino repasar la historia que me contara cuando lo entrevisté para dejar su testimonio en mi libro Protagonistas del Tolima Siglo XX. Allí se demuestra, cómo el deseo de salir adelante en medio de las dificultades sin que importaran las condiciones económicas, tiene aquí otro caso exitoso. Cuando Alfonso Gómez Méndez se paraba en la puerta de su casa, a la hora en que el sol marcaba las cinco de la tarde en el llano tolimense, para ver pasar los niños que regresa­ban de la escuela, a la cual no podía asistir por no haber cumplido aún los siete años de edad, requisito para la época, preguntaba sin falta a su padre, que trabajaba hasta altas horas de la noche en la sastrería, por qué Molina sí podía asistir a la escuela y él no. La escena se repetía muchas veces sin que el niño imaginara que el destino lo conduciría más tarde desde la escuela a su encuentro en la universidad con el derecho, carrera que lo vincularía siendo aún joven con los asuntos del Estado en el cargo de Procurador General de la Nación durante el período presidencial de Virgilio Barco. Su padre, un hombre culto a pesar de su escasa educación formal, le inculcó desde muy temprano el hábito por la lectura, en especial por la historia y la política, dos materias que marcarían desde ese momento y para siempre su vida personal y profesional. Su facilidad de expresión lo llevó a participar en los actos culturales del colegio Manuel Murillo Toro, donde cursó sus estudios de primaria y secundaria y participó en diversos eventos como declamador. Así fue cultivando el arte de la oratoria, elaborando y pronunciando discursos que desde el comienzo ya tenían una carga política. Cuando Leovigildo Bernal lo invita a Coyaima para que participe en una concentración política, Gómez Méndez pronuncia su primer discurso de plaza pública con el resultado de que el pueblo lo paseó en hombros. Fue la época en que con un grupo de compañeros llevaron al cura Camilo Torres a Chaparral, momento en el cual Alfonso Gómez Méndez confirma que su vida estará dedicada de lleno a la política. Tras graduarse con honores como bachiller y pronunciar el discurso de grado a nombre del curso con tan buena acogida que el párroco de la época decidió conservarlo, pasa a desempeñarse por un tiempo como maestro de álgebra en una vereda del municipio tolimense de San Antonio. Su verdadero destino, sin embargo, lo esperaba en Bogotá.
Corría el año de 1967 cuando Gómez Méndez llega a la capital. Atrás, en Chaparral, habían quedado la familia, los amigos, las tardes de la tierra que lo vio crecer, el primer amor y la huella imborrable de la violencia. Fue profesor de historia y geografía en colegios nocturnos donde le pagaban a diez pesos la hora con lo cual se ayudaba para sus gastos. La búsqueda de un cupo en alguna universidad había sido infructuosa hasta el día que en la carrera séptima con calle doce se encontró con un amigo de Chaparral que le habló de la Universidad Externado y de un coterráneo suyo que era profesor allí. Concertaron con el amigo una cita para la mañana siguiente a la cual el paisano nunca asistió. Alfonso Gómez Méndez tendría entonces un arresto de valor que cambiaría su vida. Alfonso Reyes Echandía, decano de la facultad de derecho y con quién entablaría una amistad que perduraría hasta su trágica muerte, lo recibió en su despacho de la universidad con la solemnidad acostumbrada que muchas veces lo hicieron parecer hosco. Gómez Méndez salió aquella mañana con la promesa de uno de los más grandes juristas de todos los tiempos en Colombia. Reyes Echandía cumplió. Gómez Méndez fue aceptado inicialmente como asistente. Su talento y brillantez, su conocimiento de la historia de Colombia, de los problemas y necesidades del país, hicieron que de asistente pasara a ser aceptado en el mes de junio como estudiante de la universidad. Gracias a la ayuda de Jaime Castro entra en contacto con el funcio­namiento del Estado apenas a sus cortos 21 años cuando es nombrado por decreto - cursaba quinto año de derecho - abogado auxiliar de la Presidencia. Trabaja en ese cargo un año y se retira luego para ser juez de circuito de Bogotá.
La disciplina y el estudio llevaron a Gómez Méndez a dominar dos idiomas, el francés y el alemán, a estudiar en Francia derecho constitucional y en Alemania derecho penal. Regresa a Colombia con la idea fija de dedicarse a la docencia, tarea que aún hoy ejerce en la misma universidad donde estudió y publicó sus primeros artículos en revistas especializadas. Du­rante el gobierno de Alfonso López Michelsen ocupa el cargo de Secretario de Administración Pública del cual se retira para ejercer su profesión de abogado que alterna con la cátedra universitaria ininterrum­pidamente hasta 1985, año en que es postulado por un sector político del Tolima como candidato a la Cámara de Representantes.

Se desempeñaba como parlamentario cuando recibe una llamada del presidente electo de la época, Virgilio Barco, para ofrecerle su nominación a la Procuraduría General en momentos que en el país se recrudecía la violencia por el narcotráfico y la guerri­lla. Su paso por la Procuraduría, uno de los primeros cargos del país desde el punto de vista de las respon­sabilidades, fue fructífero a pesar de las vicisitudes que se presentaron. El tema del enriquecimiento ilí­cito y el de los derechos humanos, asuntos que por primera vez se cuestionaban legalmente en el país, la creación de las procuradurías departamentales y provinciales, la procuraduría del menor y de la familia, el reorganizamiento administrativo de la institución, fueron algunas de las labores que bajo su gestión se adelantaron. Al término de sus funcio­nes como Procurador es nombrado por el presidente César Gaviria como Embajador en Viena y las Naciones Unidas. Durante el gobierno de Ernesto Samper fue nombrado Fiscal General de la nación y fue precandidato presidencial en el año 2009. Ahora no cargará sobre sus espaldas la reorganización de un ministerio que le estaba haciendo falta a la nación.