La muerte del poeta Germán Arango Muñoz



Poetas-sombras
Emilio Rico, Javier Huérfano y Germán Arango
Por Jorge Eliécer Pardo
Es verdad: Colombia es un país de poetas, o mejor, de hacedores de versos, o más certero: versificadores. Sólo hay que tener un poco de sensibilidad para escribir un poema, con la libertad que el lenguaje y el mismo sentimiento da al poeta. Los he visto durante estos años en salas, cocteles, cafés, universidades, parques y calles. Los he admirado no sólo por su capacidad para desentrañar lo más profundo del ser humano, sino porque se atreven a publicar sus desdoblamientos. En algunos, los poemas se vuelven verdaderos, o lo son, en otros, es el armazón de palabras que sumadas pretenden un poema. Esto quiere decir que Colombia no es un país de poetas sino de simuladores de poetas o, por qué no, de fraseología insustancial. Pero no es que un poema surja de la nada o que un poeta se haga construyendo esa pirámide temática o adjetivada.
He llegado a la conclusión de que hay hombres poetas de verdad que muchas veces no escriben versos. O que escriben sin la pretensión de la publicidad. El poeta, a mi parecer, tiene un aura especial. No de santidad, sí de terrenal y demiurgo. No es una pose sino una manera secreta de ver el mundo, o mejor, de internarse en él, o eternizarse en él.

Tres son los poetas a los que he visto la luminosidad de sus entornos. No de luz sino la veracidad en sus voces, la limpieza de las miradas, lo sosegado de las respiraciones. No son eruditos pero tienen la sabiduría elemental de los sentimientos humanos no traicionados. He pretendido ser espía de los artistas. Me he equivocado. Pero debo reconocer que aprendí de tres hombres-poetas o mejor, de tres poetas-sombras el verdadero sentir de la poesía: Emilio Rico, Javier Huérfano y Germán Arango. Los tres están muertos. Los tres son desconocidos, los tres no son olvidados.
Javier Huérfano
En un país donde los poetas o los que creen serlo se vuelven una cofradía, una secta, una logia, donde tú hablas de mí, yo hablo de ti, todos hablamos de todos y todos ignoramos a los demás, los poetas-sombras viven, sin darse cuenta para la literatura, para la palabra y la poética. En distintos tiempos y épocas ha ocurrido el carrusel. Las modas han mandado al ostracismo a muchos de esos poetas-sombra a los que les llegó la magia de la sensibilidad pero no la de la publicidad y menos la de formar parte de grupos con poder. Eso le pasó a mis tres poetas muertos e inéditos.
Mis poetas-sombra soportaron la discriminación de los poetas de salón. Germán Arango, que creció haciendo sus versos y divulgándolos con decoro en ediciones pequeñas, no pudo ser aceptado en su propio pueblo por no ser de los afectos de los poetas de salón o los aprendices de poetas rodeados de otros, universales y cosmopolitas.
Yo quisiera pensar en César Vallejo para que anime mi corazón lleno de pena por los poetas ausentes y su olvido. Mi generación ha llegado a la línea de los adioses de quienes crecieron a nuestro lado. Mientras tanto, muchos siguen dilapidando los exiguos presupuestos divulgando a los poetas de salón mientras Huérfano, Arango y Rico se apropian de la memoria de quienes no tienen afamadas publicaciones sino el discreto silencio que exige la verdadera literatura.
Antonio Machado Lozano y Germán Arango Muñoz
Germán Arango Muñoz y su preparación para el olvido
Por: Carlos Orlando Pardo


Carlos Orlando Pardo y Germán Arango. Ibagué, 1997


Vernos cada año en la Feria Internacional del Libro fue un ritual cumplido y celebrado. Lo hacíamos con el entusiasmo que uno se carga cuando se encuentra con auténticos amigos del alma, tan escasos en estos tiempos fríos donde el sentimiento fraterno parece una vergüenza. Ahí estaba con la elegancia que supo conservar hasta el último día desde cuando era un adolescente y con esa cara indagante de quien quería saber todas las cosas. No he conocido un poeta que en jornada continua permanezca tan impecable de pies a cabeza hasta en los actos cotidianos como si estuviera preparado siempre para una ceremonia. Pero no era una pose sino una actitud connatural a su manera de ser que inclusive en el lenguaje de todos los días manejaba términos que parecían versos recitados. Lo veo en las bancas escolares con sus buzos de lana que sólo examinábamos en las películas de la nueva ola en artistas como Enrique Guzmán o César Costa, con su estilográfica de tinta verde y los zapatos que simulaban un espejo. Lo miro salir de su casa grande en la calle real encabezando una tropa de diez hermanos rumbo al Instituto Nacional Isidro Parra y sus cuadernos bien forrados. Lo examino con el ceño fruncido y una mirada aparentemente perdida en la bruma de las montañas que rodean el Líbano. Lo evoco con su acordeón grande de teclas de piano marca Honner llevando el ritmo de nuestro conjunto de música Los monarcas del ritmo que él mismo bautizara como su director. Lo traigo con su sonrisa satisfecha de vencedor al recibir aplausos por el estreno de una de sus canciones dedicadas a las novias que desfilaron por su primera juventud. Lo acompaño a que nos deje consultar su biblioteca particular, la única que existe entre los muchachos por aquel entonces y paseo la mirada por las enciclopedias de lujo que Lalo Arango, su padre, le ha comprado diligente. Lo sigo junto a mis compañeros cuando solitario se dirige a tomar su cerveza costeñita en una cantina de la zona de tolerancia. Lo escucho dar tres pequeños golpes con sus zapatos negros para indicarnos el momento en que iniciamos una canción y me quedo mirándolo cuando es el único entre nosotros que prende y apaga cigarrillos sin que importe la presencia de los grandes. Lo persigo en la piscina de las Brisas yendo y viniendo por debajo del agua como un anfibio resistente y lo escucho contar sin rubor que días antes ha peleado ahí con un pulpo gigantesco o le entrego la plata de mi recreo con tal de ir a conocer una tribu de pigmeos que sólo él frecuenta rumbo al alto de la Polka con cara al nevado del Ruiz. Me río de verle su talante enamorado mientras le ofrecemos una serenata a Luz Delia Amado o Dolly Jaramillo y mucho más cuando damos veinte rondas en una sola noche para recoger fondos con destino al paseo de nuestro fin de año. Lo vigilo haciendo versos o declamando a los poetas de entonces con su memoria privilegiada y su voz de locutor antiguo. Le recorro su incomodidad cuando del Isidro nos expulsan y paramos en el colegio Claret en medio de todos los rivales de nuestro equipo de basquetbol. Nos aplaudimos al llegar a la junta directiva del centro literario de aquel tercero B y siento aún su abrazo fuerte cuando nos despedimos de la adolescencia en el Líbano al momento de nuestra partida desplazados por la atmósfera de la violencia. Me quedó en la memoria su ascenso como un escarabajo en la doble en bicicleta del Líbano a Armero donde él fue campeón y yo alcancé el segundo puesto. Celebramos durante varias noches nuestra hazaña a pesar de no ser sino dos competidores. Después son contados los encuentros durante muchos años, hasta que sólo regresó a los congresos de escritores que organizaba en Ibagué o en los lanzamientos de libros en la Feria. Al final son conversaciones de pocos minutos donde me hace entrega de su último volumen de poemas dedicado en la primera página con su letra grande. Por último la súbita noticia sobre su cáncer de pulmón que recorre como un escalofrío sin fin todo mi cuerpo. Había dejado de fumar muchos años atrás y de beber un poco menos y ya se trataba de vicios que conservábamos entre los recuerdos, sin que los placeres de ayer no quedaran sin su cobro en el presente. Desde la clínica me llamaba dos o tres veces por semana para contarme de su delicado estado de salud y para que le ayudara a agilizar la venta de sus libros y poder comprar medicamentos formulados fuera del Plan Obligatorio. Fueron muchas las horas y los días transcurridos entre la desazón de su próxima partida y la enumeración de los múltiples recuerdos.

Alberto Amaya, Manolo Pineda, Rodrigo García, Carlos O Pardo, Germán Arango, Carmenza Perdomo, Ibagué, 1997


Supuse que todas esas noticias no eran otra cosa que una nueva invención suya como la de los pigmeos y que su imaginación lo llevaba a inventarse la enfermedad y la proximidad de su viaje. Y aparece la muerte, seguro que con un poema de Eduardo Cote Lamus en los labios como si las palabras dichas por sí mismo fueran a acompañarlo en la travesía de su larga y última marcha al infinito. Lo diviso ascendiendo de nuevo por esa carretera llena de curvas como perdiéndose en lo alto de la montaña hasta diluirse por completo. Sólo quedan las evocaciones que se agolpan para decirnos que un hermano se ha ido, al tiempo que suena su acordeón entre la lejanía y lo veo aparecer de nuevo entre la bruma de la memoria y el afecto.
Los Monarcas del Ritmo, murga donde el poeta Germán Arango es el acordionero. De izquierda a derecha: Haydy González, Jorge Eliécer Pardo, Carlos Orlando Pardo, Germán Arango, Dairo González, Rodrigo García y Miguel Perdomo.
El Líbano, 1964


Su obra poética


Cumplió cuatro décadas en el ejercicio de escribir. Esa profunda lealtad a la palabra que se tornaba poesía, la convirtió en la sombra toda de su existencia que demostró no tener otro camino. No se trataba entonces de un hombre con sus primeros entusiasmos sino de un escritor curtido en la metáfora. Quince fueron sus libros, con no pocos versos memorables, los que me gusta recitar en algunas noches bohemias como la mejor manera de entregar un regalo exquisito para mis contertulios. DesdePreparación para el olvido, los Poemas de ausencia, su ensayo sobre Bolívar en elCentauro Americano, pasando por Los caminantes del alba, Cuando pasa la tarde oCuando las hojas caen, uno va descubriendo su sentir poético, su autenticidad, lo espontáneo y no maquillado de su trabajo bajo la palabra escrita de una manera diferente. En Más allá del silencio o Este día de sol y Cantos de soledad hasta La huella de tu paso, los cuentos para niños de El barquito de Arzayús y los poemariosDesde la otra orilla, A través del espejo, Memorias del asombro y El eco del viento, puede uno advertir que nos proyectan, sin lugar a la duda, un reflejo del mundo que sin su palabra no podría ser descubierto y que nos reveló cada vez su profundo sentido del oficio. Tuve la fortuna de caer otra vez en sus escritos bajo la sombra grata de sus libros, donde la madurez y la magia de su poesía se vuelven huracán para envolvernos. Silvia Lorenzo o Sonia Truque, Jorge Pardo o Germán Vargas se refirieron con entusiasmo al trabajo de quien nació y creció como hacedor de versos de incontenible emoción, bajo un indesprendible fondo de naturaleza y campo que surca por siempre con el tema del amor, sus dolores y sus alegrías. El desarraigo y la búsqueda, la angustia y el olvido, la memoria y el recuerdo van siendo el hilo conductor de un poeta que recorre la infancia o la adolescencia y se estaciona en lo bravío del tiempo de hoy, lejano de los puertos, las puertas y la esperanza, expresando multiplicidad de voces con un eco a lo Walt Whitman, Miguel Hernández o Federico García Lorca como lo define Sonia Truque. Su tono es siempre intenso y sin enredarse en nada distinto a la sencillez, logra la carga impactante de la complicidad. Resulta curioso que algunos de sus lectores si no ven a Borges o a otros maestros rondando en sus palabras, lo tilden de menor y por el simple hecho de que no les agrade lo descalifiquen con dureza desde sus tribunales aldeanos de inquisición literaria. Se trata de un poeta que valió la pena y que siempre me da gusto leer porque no me enreda en el disfraz hipócrita del seudointelectualismo sino en el sentido y el sentimiento profundo de la vida. El que se le fue a la madrugada de este día de San Juan como si fuera a hacer una fiesta en otro lado, mientras el sentimiento doloroso por su apresurada partida nos cubre de neblina en el celaje de las evocaciones.


Clara Pardo, Alberto Amaya, Manolo Pineda, Carlos Orlando Pardo, Dairo González y Germán Arango. Ibagué, 1997


Germán Arango M., nació en el Líbano en 1946. Fue ante todo poeta pero también músico, vendedor de libros, periodista ocasional y director de talleres literarios. Publicó 15 libros y apareció en varias antologías. En 1986 bajo el sello Pijao Editores editó Preparación para el olvido; después vendrían Poemas de ausencia, 1987; Más allá del silencio; El centauro americano, 1992; Caminantes del alba, 1999; Cuando pasa la tarde, 2005; Cuando las hojas caen, 2006; Este día de sol ,2006; Cantos de soledad, 2007; La huella de tu paso, 2008; El barquito de Arzayús, cuentos infantiles, 2008; Desde la otra orilla, 2009; A través del espejo, 2009; Los días perdidos, 2010; Memorias del asombro, 2010; El eco del viento, 2011.

Muestra de poemas
Selección COP
ABISMO

Sí, llévatelo todo
las horas del reloj...
las que se mueven,
el aire que no está y que se respira...
la música que se oye
las palabras umbrosas
conque formo tu nombre
y digo mi agonía.

Puedes tomarlo todo...
yo tengo un día sin tiempo
un aire, un sol,
un viento
sin matiz asequible
a los sentidos
donde tan fácilmente
y dulcemente
te vivo en honda vida.

Que si lo cojes todo,
este es un todo tuyo
nunca mío.

Sólo es un casi todo
siempre aunque tú lo ignores
me dejas el abismo de dulzuras
que hay después de nosotros
no más mío que tuyo.
no más tuyo que mío
y de los dos.

LA PREGUNTA

Una pregunta a veces casi segada
mientras nace sitúa
mi pensamiento al borde del vacío
cuando en la torva noche
me despierto
y miro la tiniebla y me hablo solo
y se me van abriendo los días
que viví como las hojas
cerradas de una puerta...

¿Adónde he de mirar
que no salgan preguntas?
Aquí la sombra mide la distancia
que separa mi cuerpo de mi sueño:
juntos están...
mentiras y verdades
en la interrogación
de cada día...

LIBERTAD

El harapo del vagabundo
trama
carnal en cuyos hilos
se abriga el cuerpo errante, vive
su caminar como el chorro
del sueño del sueño, hecho de humildes letras
diarias
de quebrantos tejidos
en la noche, y es más puro
que la virtud, más abundante
que la opulencia, cristal donde
la fundación del mundo se trasluce
más desnuda, porque nadie
puede ser tan humano
como esta libertad.