UNA EVOCACIÓN A CLARICE LISPECTOR

Por: Carlos Orlando Pardo
Jorge Eliécer Pardo, Clarice Lispector 
y Carlos Orlando Pardo en Cali, 1974.
Conocí a la escritora del Brasil Clarice Lispector en Cali, tres años antes de su partida definitiva de este mundo. En 1974 estaba al lado de la piscina del hotel Intercontinental con un cigarrillo entre los dedos, un vaso de whisky con hielo y la mirada perdida sobre el agua. A su lado, leyendo un libro, Aidé Jofré, una crítica literaria argentina delgada con la sonrisa permanente. Nos acercamos con mi hermano Jorge Eliécer a saludarla antes de la llegada del almuerzo. Todas aquellas escenas vuelven al saber que viene a la vigésimo quinta versión de la Feria del Libro en Bogotá que fundara el poeta Jorge Valencia Jaramillo y donde se consagrará una exposición en el pabellón dedicado a este país, al ser una de las voces más originales del continente.

Con su cara que parecía disecada y daba el reflejo inicial de ser maléfica, uno no podría imaginar que así era quien escribía algunos libros infantiles.Después supimos que gracias al cigarrillo que no abandonó, la escritora, al quedarse dormida con uno prendido, provocó un incendio que destruyó del todo su alcoba y le dejaría quemaduras en gran parte del cuerpo, la mano derecha afectada sin movilidad y que revestía con un guante misterioso. Su estado de ánimo jamás fue recuperado, lo que la impulsó aquella vez, en el hotel en Cali, a lanzarse con deseos de suicidio desde un tercer piso sin mayores consecuencias. Fue el escándalo del Congreso Literario entre quienes nos encontrábamos alojados allí, pero Gustavo Álvarez Gardeazábal pasó la voz que reprodujeron discretamente Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Agustín Yáñez y Fernando Alegría y la noticia no llegó a la prensa.

Las fotos que conocíamos de ella por la prensa o las revistas literarias, la mostraban como una actriz de cine semejante a Catherine Deneuve aunque sin el pelo rubio.De aquel rostro esplendoroso se semejó al desastre que queda en la cara de las mujeres que la desfiguran a base de cirugías plásticas. Gustavo Álvarez Gardeazábal nos dijo que ella escribía desde los 17 años y era ya una revelación que hasta ahora se presentaba a nuestros ojos. El desconocimiento grande para entonces de la literatura del Brasil que surgía remota y sin interés, salvo los casos de Jorge Amado y Joao Guimarães Rosa, nos hizo preocuparnos por ella para llegar a sus libros, uno de ellos recién traducido por quien la acompañaba, Haydée Jofre Barroso, una agraciada y bonita mujer que nos entregó dedicado su libro sobre Carlos Fuentes y sus técnicas narrativas llena la portada de jeroglíficos geométricos en su pasta azul. Lazos de familia, de Clarice Lispector, lo había publicado en la editorial Suramericana de Buenos Aires y era factible por los precios, puesto que su otro único libro traducido al español y publicado por Siruela, Cerca del corazón salvaje, resultaba muy costoso para nosotros entonces. Al acercarnos en el marco del Congreso de literatura, sonrió con simpatía no forzada invitándonos a tomar una copa. Haydée Jofre traducía nuestras preguntas mientras aquella mujer extraña mantenía su porte aprendido en el medio diplomático de su esposo que la mantuvo de viaje en viaje por diversos países. Ignorábamos que durante la guerra había auxiliado a soldados heridos en hospitales del Brasil, de su tránsito por París, Londres o Berna en la organizada pero fría Suiza, de su intensa tarea periodística y de los problemas anímicos y de la depresión que a veces la asaltaba con intensidad. Supimos con el tiempo que había muerto en 1977 a los 56 años en Río de Janeiro y que fuera de Haydée Jofre, tradujeron sus libros Cristina Peri Rossi, Marcelo Cohen y no pocos intelectuales de su tiempo. De Clarice Lispector hablábamos sólo con Antonio de Corveiras, un español descendiente de portugueses que sí la había leídoy dirigía el suplemento literario del diario El Cronista, antes de nuestra llegada a hacerlo con su viaje a Francia, alegrándose de que la hubiéramos conocido. Algún día nos escribió de París sobre sus nuevos libros, al tiempo que nos enviaba una crónica que hizo allí persiguiendo por las calles a Samuel Beckett, el asistente y discípulo de Joyce que ganara el Premio Nobel de Literatura en 1969.

El reconocimiento que se hace de su nombre en la Feria Internacional del Libro en Bogotá, nos permitió llegar hasta la galería donde se cuelgan sus fotos, se muestran sus libros y se le rinde en Colombia un homenaje al Brasil como país invitado. Aquella mujer que declaraba con razón su amor por Dostoievski, regresó a nuestro recuerdo como el título de su primera novela: La manzana de la oscuridad.