Carlos Orlando Pardo - VERONICA RESUCITADA.
Pijao editores, 2012
Narrar historias de familia ha sido objeto literario, hacerlo con maestría es sin duda asunto de experiencia en el manejo del discurso.
Hace muchos años y por motivos académicos tuve el placer de leer  LA SAGA DE LOS THIBAULT,  que le mereció a su autor ROGER MARTIN DU GARD, nada más ni nada menos que el premio nobel de literatura en la primera mitad del siglo XX. Pensando en la literatura colombiana, que es el tema que ha ocupado nuestras reflexiones durante un largo tiempo, no puedo dejar de asociar el interés temático del presente escrito con una novela que escribió el antioqueño Mario Escobar Velásquez [i], que recoge retablos derivados de la vida, actitudes y acciones de la abuela, desde la cual se derivan otras historias de hijos nietos y bisnietos. El listado sin duda podría ser mayor, un pensador de América Latina en su literatura, sostenía que el escritor siempre estará tentado  a recorrer su espectro vital, el personal e inalienable, luego la familia y después los temas del escenario público. Lo anterior no es camino forzoso, ni es el caso de Carlos Orlando Pardo, pero en Verónica resucitada sin duda existe un ejercicio de recomposición del recuerdo, de alguna manera el predicado sobre el que se monta esta novela es el de cargar de nuevos sentidos los recuerdos. Y claro con ello se cumple lo que en una ocasión le oí al maestro colombiano, el antioqueño autor de La casa de las dos palmas, que está igualmente nucleada por el concepto de familia y de fundación, Manuel Mejía Vallejo, que sólo se escribe bien sobre lo que bien se conoce.
Este enunciado nos permite recordar que justamente los estetas de todos los tiempos comenzaron el camino literario repensando el sentido de las fundaciones o lo que nos es fundante. Ahí está el origen de la literatura épica, aquella que se da cuando el hombre necesita explicarse “el tiempo prestigioso de los orígenes” como señaló Mircea Eliade en El mito del eterno retorno.
Incluso el siglo XX se inicia y concluye con dos obras mayúsculas sobre Irlanda. Y las dos desde distintas maneras de narrar tocan el mismo asunto. El Ulises de Joyce con la que se abre la contemporaneidad literaria en occidente enfoca a Dublín desde la perspectiva de enunciar la historia cotidiana, preñada de focalizaciones discursivas sobre el sentido de la vida y el periplo del hombre en elementos especialmente potenciadores de lo que significa fundar: paródicamente la ritualidad religiosa trasvasada a un ordinario desayuno, cargada de ironía muestra a tres estudiantes, bajo la dirección de Stephen Dedalus, desacralizando el concepto de la religión dominante, o a Molly recordando sus avatares y devaneos amorosos que son en definitiva los que señalan el norte de su vida precaria al lado de un hombre ramplón  que prepara desayunos dominicales con vísceras de animales.  Y al final de siglo otra manera de ver o de aproximarse a la visión de lo fundacional está en ese monumento al recuento de la vida, de los viajes, de la construcción y deconstrucción familiar en una novela de autor irlandés que se convirtió en el libro de mayor éxito editorial. Novela esta que da buena cuenta de lo que significa como dice su autor en el párrafo de apertura: nada más terrible que ser irlandés, pero aún más terrible ser irlandés y católico, peor aún ser irlandés, católico y pobre. En LAS CENIZAS DE ANGELA esa es la premisa a partir de la cual el autor Frank MCourt narra el desplazamiento  de una familia de pobres, católicos  e irlandeses a Estados Unidos de América en pos del sueño americano.
Todas estas expresiones de alta literatura tienen como referente de llegada y también como punto de partida la construcción desde la epicidad funcional, reconstruir el valor la dificultad y el azar, en juego con otros elementos para resignificar el aludido epos fundacional o de un país, o un grupo étnico o simplemente una familia. 
Volvamos a VERONICA RESUCITADA, novela de reciente factura, después de haber escrito novelas, cuentos, publicado antologías, armado colecciones, compuesto canciones y endechas amorosas en la diestra pluma de Carlos Orlando Pardo.
Qué es  VERÓNICA RESUCITADA?. N o es novela de amor o desamor, ni de traiciones y quimeras rotas, es eso y mucho más. Yo la asumo como un texto que con 52 capítulos y en considerables 295 páginas su autor resuelve entrar en los huesos formadores de sus propios recuerdos, con nombres propios y ciertos allí aparecen doña Inés y su hermana Sofia, al lado de Pablo y Don Eloy, sus esposos, y junto a ellos, la figura dominante de la madre de las hermanas que han quedado en la orfandad, por la muerte “presunta” de su madre Verónica.
La historia desde el nivel argumentativo es simple: una mujer en los albores del siglo XX se rebela contra la monotonía del matrimonio y del hogar, las obligaciones contraídas para atender a su esposo e hijas, el encuentro con una nueva piel y otras miradas y la inminente traición y el abandono. Verónica, la protagonista, fundadora de esta zaga de familia tolimense, resuelve romper el nudo gordiano en los brazos de un amante, un trapecista, hombre de circo, que vuela en  las cuerdas y en el amor con la velocidad que le brinde la ocasión. Al final la novela reinstala a Verónica con su hija Inés y muere en medio de una familia, la suya, que anheló pero nunca quiso, después de haber logrado hacer su vida con relativa independencia y autonomía.
Pero ese argumento es sólo un trampolín para recrear un escenario superior, como ocurre en novelas de este tipo que teniendo como eje aglutinante una historia familiar extienden su mirada a un todo mayor. La fundación del partido comunista colombiano, el surgimiento de la televisión, el apogeo del teatro, las escuelas de formación en dramaturgia, el principio del poder político, la fuerza y dominancia del partido liberal, la sombra de Jorge Eliécer Gaitán, las figuras de los presidentes de la república López y Lleras Restrepo, hasta la presencia de Luis Carlos Galán hacen parte del escenario público que aparece ubicado en esta novela que  muestra  el proceso cultural de buena parte del siglo XX colombiano. Junto a figuras como la de Alicia del Carpio y  propuestas como Yo y tu, o la academia de Don Eloy y la presencia de Sofia, la tía entendida en teatro, marionetas y discursos estéticos que como la abuela de la academia montaba para generaciones de colombianos,  aparecen de la mano junto a otros elementos que tienen que ver con un tema que Pardo lo maneja en toda su producción : la  NOSTALGIA.
Y la mejor manera de entender el peso y el valor de la nostalgia que cabalga sobre los seres humanos a título individual o colectivo está en la conceptualización que de la misma hace Milán Kundera: “En griego, ´regreso´ se dice nostos. Algos significa ´sufrimiento´. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. (…) En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morrina del hogar”.2
Y desde ese concepto de Kundera entendemos parte de la propuesta de Pardo con su personaje Verónica. La abuela que abandona a sus hijas pequeñas y al esposo, se aleja de su hogar no solo físico sino interior. Sin embargo la necesidad del regreso es lo que le confiere estatura a VERONICA RESUCITADA. Volver para encontrar que tampoco es parte de lo hallado, volver a escrutar los ojos de las hijas desde cerca y desde dentro pero no para encontrar amor  ni perdón solo la mirada de unos mundos definitivamente perdidos que nunca fueron suyos ni lo serán en los días finales de su aparente “resurrección”.
 Esta novela tiene el arrojo de descubrir el alma femenina en una Colombia en la cual no era pensable la independencia ni la autonomía de la mujer. Supeditada al varón según la costumbre, o more social,  romper los lazos de dependencia sin duda no sólo era tarea titánica, sino casi imposible. Verónica, cuyo primer nombre fue Esperanza, con tres madres a cuestas, cada una llamándola de manera diferente, y eso es elemento sintomático para esta protagonista, cuyo precario sentido de pertenencia se ve atropellado desde el acto de ser nombrada y permanecer con la misma designación : Fue Arturo el que me dijo que era de origen hebreo y significaba verdadera imagen. Para mí era mentira porque la real también se la habían robado como a mí y yo ya no era Esperanza sino lo contrario” 3 .
Verónica, Esperanza, la abuela, la trapecista, la vieja o simplemente la oficinista, describe su drama, el de desear ser ella, encontrarse en su particular capacidad de decisión, su autonomía ignorada, y no podía hacerlo desde la voz de un narrador externo, por el contrario la densidad de su voz se hace audible en el texto en monólogos en bastardilla, que le dan fuerza a la novela y al tiempo abre la polifonía narrativa, con ese espacio íntimo, que alcanza ribetes de suave lirismo para transparentar el alma femenina: “ Me empequeñezco estando sola como si apenas el público exclamándome me retornara la estatura porque en silencio, sin la gente de flores y sonrisas notaba la falta de pureza, la velocidad de mi locura y mi maldita vocación por los acontecimientos peligros. Es ahí donde todo me pesa y agradezco haberme quitado tanta carga de encima atravesándose para cumplir mis sueños y mis ganas de sorber la libertad. “  P 87
Y es ese grito de libertad de Verónica el que seduce, sin que ello signifique el ahogamiento de los otros personajes que la acompañan en su recorrido vital. Pero es la fuerza de su gesto el que le da curso a la novela que Pardo la resuelve en la nostalgia de lo perdido y el deseo de regresar, como lo afirma Kundera en su novela “la ignorancia”, en donde su personaje Irina, Uliseada femenina, proyecta al abandonar París después de haber vivido en él dos largas décadas, retoma el camino para ir al encuentro con sus compañeras de colegio, con el aire y el espacio y los sueños que de adolescente había tenido y sentido y sufrido y amado en su pequeña y distante Polonia. A su turno Verónica volverá al Tolima, atrás queda el circo, la piel recorrida por las pasiones sucesivas, el trabajo en Palacio, sólo importa el encuentro con sus hijas. En una y otra novela ( la de Kundera y la de Pardo) el resultado señala idéntico camino: la nostalgia es sólo eso, el deseo impostergable del regreso, el nostos de la lejanía, la saudade íntima y frente a ello la presencia absolutamente ingrata de una realidad que ya está tan lejana de los tiempos idos, irremediablemente ausentes.
CECILIA CAICEDO
Primera lectura, felicitaciones mi caro amigo