ALVARO MUTIS JARAMILLO
EL VIAJE INFATIGABLE POR LA AVENTURA
Carlos Orlando Pardo R.
Acá al Tolima y en concreto a Ibagué, en Coello Cocora
donde está la confluencia de dos ríos, regresará el inmenso poeta Álvaro Mutis
envuelto en un cofre que tendrá sus cenizas. Luego se regarán en estas aguas
que tanto lo acompañaron en sus recuerdos y en su obra, ante todo cumpliendo su
voluntad de que así sea, como lo dejó escrito con claridad en su testamento.
Pero no es gratuita su última petición porque allí el consagrado escritor
conoció lo que él denominara el verdadero paraíso. En su casa de México y en el
amplio solar, mantuvieron matas de café y plátano como un vivo testimonio de
este afecto. Y todo porque las vacaciones más fructíferas de la literatura
colombiana fueron aquellas pasadas por el hoy consagrado escritor en la finca
de Coello-Cocora, ubicada a diez minutos de Ibagué, como lo afirma Juan Gustavo
Cobo Borda. Toda su poesía, como dijo el mismo Mutis, proviene de aquel sitio
que a comienzos del siglo compró su abuelo Jerónimo Jaramillo Uribe, un
vendedor de café con oficinas en Hamburgo, a más de fundador de haciendas de
café y caña en el viejo Caldas, oficio que lo trajo al Tolima, precisamente a
ese lugar en la confluencia de dos ríos y que fue heredado por la madre para
dotar al poeta-novelista de un espacio
paradisíaco donde pasaba vacaciones con su hermano Leopoldo.
A sus raíces se agrega la de gente de campo de origen
paisa: su abuela nació en Salamina, su madre en Manizales. Su padre, quien a
los 18 años era secretario privado del presidente de Colombia, se graduó luego
en derecho internacional para coronar prontamente una carrera diplomática que
lo llevó a Bruselas donde muere a los 33 años.
Fue su tatarabuelo Manuel Mutis, hermano del sabio José
Celestino. Sinforoso Mutis, otro de sus antepasados, pidió borrar su nombre del Acta de Independencia de
Colombia cuando supo que en realidad lo que se quería era separarse de la
corona española. Su bisabuelo, Ricardo Angel, dictaba la ley y el orden en
Salamina, Caldas.
Alvaro Mutis Jaramillo nació en Bogotá el 25 de agosto
de 1923 y vivió nueve años en Bruselas
donde cursó primaria y parte de la
secundaria en el colegio jesuita de San Michel, descubriendo, apenas cumplidos los once, a escritores como
Conrad y Dickens. El trópico americano y en particular sus viajes a
Coello-Cocora, en el Tolima, serán reconfortantes luego de sus viajes en barco
y las imágenes captadas en estas travesías reaparecerán más tarde en sus
libros. Este trópico, que le produce un
“desgaste placentero”, lo marcará para
siempre e irá a plasmarse ampliamente en su obra desde el primer poema con sus infaltables
referencias al mundo del café y la caña, las trilladoras, los trapiches y el
guarapo. Sobre su impacto en él, dice Mutis: “Nunca me había enfrentado a una
naturaleza tan inmediata, tan agresiva, tan húmeda y efectivamente tan hermosa,
la que me produjo un efecto que aún está
intacto y me lo sigue produciendo la tierra caliente: absoluto descanso, distensión
y placidez y esto no falla. El calor siempre me enriquece. Por eso, cuando yo
volvía a Europa, al colegio, volvía triste de retornar a esa Europa severa, ya
hecha, llena de compromisos y de seriedad”. Y así evocará al Tolima:
Sólo entiendo algunas voces.
La del ahorcado de Cocora, la del anciano minero que
murió de hambre en la playa cubierto inexplicablemente por brillantes hojas de
plátano; la de los huesos de mujer hallados en la cañada de La Osa; la del
fantasma que vive en el horno del trapiche.
O también:
...y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
grita hasta el alba su vocerío vegetal.
En Ibagué cumplía religiosamente el ritual de ir cuando
menos tres veces por semana a la Plaza de Bolívar, a la panadería de las Santos,
“donde se comía un pan maravilloso”. Visitaba también a sus primos maternos
Alberto y Beatríz Jaramillo o amigos como Alberto Chávez Santos. Su estupefacción por el paisaje, la
vegetación y la confluencia de los ríos, le hará decir, una y muchas veces, que
para él ninguna experiencia en sus setenta y dos años de vida lo ha marcado
tanto como su encuentro con el Tolima, con los tolimenses, con Coello y la
gente del campo. Allí habría de volver, muchos años después, en 1991, a la
ceremonia triste de lanzar las cenizas de su hermano Leopoldo en el río Coello
tal como se lo habían prometido.
Regresa de Bruselas para tratar de terminar
infructuosamente el bachillerato en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario, pero el billar y la poesía pueden más, aparte de que, según él, “tenía
cosas más importantes que hacer para perder el tiempo estudiando”. Todo su tiempo de esta época lo llena la
lectura de Julio Verne y libros de viaje mientras hace vida literaria en los
cafés y ejerce su oficio de conversador incansable.
Conoce en 1947 a escritores como Cardoza y Aragón, León
de Greiff, Aurelio Arturo, Camacho Ramírez y Jorge Zalamea, entre otros,
quienes apoyan sus comienzos literarios y en 1948-49 aparecen su primer poema El miedo y su primer trabajo en prosa, El viaje. El 8 de abril de1948 publica su primer libro
bajo el título de La balanza, que comparte con Carlos Patiño. En la revuelta
del 9 de abril de ese año, ve arder un
libro suyo publicado dentro de las ediciones del grupo de los
cuadernícolas. En 1950 conoce en Cartagena a Gabriel García Márquez, con quien
mantendrá a lo largo de su vida una entrañable y solidaria amistad.
Su libro Los elementos del desastre aparece en 1953, publicado por la editorial
Losada, en su colección Poetas de España y América, dirigida entonces por el
consagrado poeta español Rafael Alberti.
Casado -por primera vez-, a los 18 años, reemplaza a
Jorge Zalamea en la dirección de un programa de actualidad literaria en la
Radio Nacional que dura seis meses. En la misma emisora trabaja primero como
redactor y luego como locutor de seis noticieros al día y hace de radio-actor
en el grupo formado por Bernardo Romero Lozano donde interpreta un personaje de
Luna de arena, obra de Arturo Camacho Ramírez. Es designado director de
propaganda de la Compañía Colombiana de Seguros que editaba la revista Vida,
donde escribe algunos ensayos. Alcanza
la Jefatura de Relaciones Públicas de Lansa, empresa de aviación que antecede a
Avianca y viaja por Cuba y el caribe. Pasa después por la gerencia de una
emisora y participa en el noticiero Onda libre, hasta que en Bavaria es nombrado en el departamento de relaciones
públicas donde conoce a Hernando Téllez, crítico literario que bautizó a los
cuadernícolas y quien escribirá sobre su poesía en 1954, año en que es nombrado
Jefe de Relaciones Públicas de la Esso.
Desde allí otorga patrocinio a empresas culturales independientes como
la emisora H.J.C.K. y a figuras por
el estilo de Marta Traba, Arturo Camacho
Ramírez y Fernando Botero, a los cuales encarga trabajos para Lámpara, revista
editada por la compañía.
En 1956 Mutis abandona Colombia, por Medellín, rumbo a
México, donde reside desde entonces. Abandona el país a raíz de una acción judicial en su contra
que lo acusa de malos manejos de los fondos destinados para relaciones públicas
de la compañía bajo el pretexto de ayudar ficticiamente diversas obras de
beneficiencia. En la capital azteca, por tal cargo, es recluido 15 meses en la
cárcel de Lecumberry donde lee apasionadamente a Proust y otros clásicos, al
tiempo que dirige El cochambre, obra de teatro escrita por uno de los presos.
Con dos hijos y una esposa esperando el tercero, el tiempo de la cárcel, como
anota Juan Gustavo Cobo Borda, lo afecta profundamente. Allí escribe su libro Diario
de Lecumberry, el Poema de lástimas a la muerte de Marcel Proust y el relato La muerte del estratega que, más
tarde, en 1959, publica la Universidad Veracruzana.
Una vez libre, Mutis trabaja en publicidad con la
agencia de los Barbachanos, también realizadores cinematográficos y luego se
vincula a empresas trasnacionales como la Twenty Century Fox y la Columbia
Pictures, vendiendo películas para televisión como gerente para América Latina.
Este cargo le permite viajar por lo
menos cinco meses de cada año por todo el continente, a partir de 1966. En
1968 la editorial Era publica su libro
de poesía Los trabajos perdidos.
Refuerza sus conocimientos sobre poetas diversos, hace
traducciones para la Revista mexicana de literatura en 1957, dicta conferencias y mantiene una
columna periodística, Bitácora del reaccionario, a partir de 1977, en diversos
diarios mexicanos. Colabora asiduamente en
revistas dirigidas por Octavio Paz como Plural y luego Vuelta, dejando lugar en aquel exilio
mexicano, compartido con García Márquez, para encontrar las claves de su obra
y perfilar sus “esencias” colombianas y
las características de la tierra caliente del Tolima que impregnan sus textos.
La nostalgia, escribe Cobo, acentuará su afán de poseer una comarca que
sustituya lo perdido y poco a poco, mediante la escritura, la irá inventando y
apropiándose de ella. Será el mundo de Magroll el Gaviero, con mapa propio.
En 1973 aparecen Summa de Magroll el Gaviero en Barral Editores de Barcelona, libro que reune toda su poesía
escrita hasta entonces y La Mansión de Araucaíma, en Suramericana, con sus trabajos en prosa. En
1974 recibió el Premio Nacional de Literatura.
Cobo Borda, quien escribió para la colección Clásicos
Colombianos, de Procultura, un libro sobre su vida y obra, lo describe
acertadamente como un hombre “alto, de arrolladora simpatía y sonrisa de
tiburón, que combina los desenvueltos modales de relacionista público con el
temblor alcohólico de sus manos y algún ocasional ataque de gota. Obsesivo con
el orden, ha mantenido una doble vida de trabajo mercenario y de vocación por
la literatura, de la cual muchos escritores colombianos posteriores a él se han
beneficiado, gracias a su generosidad y entusiasmo sin límites, tales los casos
de Umberto Valverde y el tolimense Héctor Sánchez”.
En México no deja de participar en la vida cultural, ya
sea en calidad de animador en programas de televisión como Encuentro, de
Televisa, o en diálogo con escritores.
El premio Xavier Villaurrutia le es otorgado en 1988 a su novela Ilona llega con la lluvia.
Su poesía, la cual considera otra forma del fracaso y
la única prueba concreta de la existencia del hombre tiene, junto a su prosa,
en Magroll el Gaviero la figura central que unifica toda su tarea creativa. El
representa al poeta, al barco, al vigía, al alter ego imposible en un trópico
doble: el de la naturaleza y el de la conciencia. “Un trópico triste, en donde
acontece la destrucción (...), donde las cosas y las gentes se usan y se
desgastan, donde el poder decae y el esplendor se degrada, donde también es
placentero vivir, o sobrevivir”, dice Cobo.
Un mundo de ficción propio expresado indistintamente en
prosa y verso puede apreciarse fácilmente en sus textos La muerte del estratega,
1960; La mansión de Araucaíma, 1973 o El último rostro, 1978, relato sobre los
últimos días de Bolívar que dará pie a El General en su laberinto, de Gabriel
García Márquez.
A partir de 1986 ingresa a una “impaciente eclosión
creativa” cuando publica cuatro novelas en cuatro años: La nieve del Almirante,
1986; Ilona llega con la lluvia, 1987; Un bel morir, 1988 y La última escala
del Tramp Steamer, 1989. En ellas, recurriendo siempre a su personaje básico,
Magroll el Gaviero, lo pone a prueba en diversos escenarios: un viaje por el
río a través de la selva; la fundación en Panamá de un burdel con azafatas
disfrazadas; un contrabando de rifles y dinamita por los altos riscos de la
cordillera y, finalmente, como testigo mudo de una arrasadora historia de amor
en un barco deshecho. Así mismo,
puntualiza y explaya algunos de sus temas fundamentales: la lucidez, la
incomunicabilidad, la soledad y la
desesperada esperanza “por el goce inmediato de ciertas probables y efímeras
dichas”, las que constituyen razón suficiente para vivir y que casi siempre se
hallan ligadas a la fuerza del paisaje o al fraternal afecto de ciertas figuras
femeninas, tal las mujeres de las cuatro novelas señaladas: Flor Estévez, Ilona
Grabowska, Amparo María y Warda Bashur, que sostienen, a su modo, estas narraciones.
Su consagración internacional ha sido justa y
deslumbrante. En 1989 le otorgan el Premio Médicis, en Francia, en la categoría
del mejor libro extranjero traducido al francés por su novela La nieve del
Almirante.
El 19 de noviembre de 1993, Alvaro Mutis recibió en
París, igualmente, el Premio Roger Callois, reconocimiento dado al conjunto de su obra y
que antes ganara José Donoso. Realza el acta del premio su carácter de viajero
infatigable y la figura mítica de Magroll. El otorgamientio de este
galardón coincidió en Francia con la
publicación de la obra poética completa de Mutis bajo el título general de Los
elementos del desastre. Tres días
después, en la Casa de América Latina de
París, fue nombrado Caballero de la Orden del Mérito, distinción otorgada por el presidente
François Mitterrand. “En el colegio
-dijo entonces-, fuí muy mal estudiante y nunca gané ni una sola
medalla. Ahora, al cumplir 70 años, ya era hora de que ganara alguna”.
Con ocasión de sus setenta años, Mutis fue objeto de
otros homenajes en diversos lugares del mundo. El Congreso en pleno de
Norteamericanos Colombianistas, en la Universidad de Irvine, California,
realizó las sesiones en su honor y elaboró estudios sobre varios aspectos de su obra. El
presidente César Gaviria, al otorgarle la Cruz de Boyacá en el grado de Gran
Cruz, advirtió en sus palabras que el homenaje se proponía “sacar de las manos
un viejo aplauso que teníamos contenido durante muchos años”. En la Universidad del Tolima, el 18 de mayo
de 1995, estaba prevista la entrega de un doctorado honoris causa que debió
aplazarse por diversas razones.
Sólo le faltó el premio nobel porque obtuvo en América
Hispana todos los más importantes. Pero el más bello para él era ser coronado a
la tierra que le encantara desde niño y sobre la cual escribió tantas y complejas aventuras que han difundido el nombre de Maqroll
el gaviero por el mundo.