Me produce siempre gran alegría
ver el nacimiento de nuevos escritores medidos esta vez en la publicación de su
primer libro. Es usual que con ellos las editoriales no se atrevan porque se
trata de nombres realmente desconocidos en el panorama de la literatura y sus
apuestas van a otros lados. Por fortuna la editorial Caza de Libros, siguiendo
el ejemplo dado por Pijao Editores en el Tolima, cumple el reto de jugársela
con algunos que demuestran sentido del oficio y desde luego talento. Es lo que
acaba de ocurrir con la presentación de La noche infinita, la novela de Carlos
Andrés Oviedo, un joven ibaguer
eño que asume su tarea con devoción y podría decir con misticismo. No sólo se le ve sino se siente y mucho más cuando detrás suyo se encuentran dos libros más que junto a la noche Infinita conforman su primera trilogía y que en un futuro cercano con las debidas revisiones estará circulando entre los lectores del país. Este sólo hecho desprende cuánta ha sido su dedicación a la tarea de escribir que no la cumple como tantos de manera episódica sino visceral. Debo señalar así mismo cómo no es de aquellos muchachitos vanidosos que miran por encima del hombro y suficiencia sino conserva el evangelio de la sencillez, sin que por ello falte el conocimiento. No puede augurarse aquí sino el nacimiento de un escritor sólido y con futuro que dará de qué hablar en los días del porvenir. Pero aterricemos en la noche infinita. El tema de su obra literaria no es nuevo porque son numerosos los textos que refieren al protagonista de una obra desde “la clarividencia de lo inasible” como bien la define Benhur Sánchez Suárez, pero en literatura no existen los viejos o novedosos asuntos para tratar sino la forma en que se haga. Aquí es una mujer, una niña, Solirio, el personaje central de la historia. Entre descripciones del mundo pintoresco de algunos mitos y leyendas que se encuentran bien escritos pero suenan trasnochados y con olor a lugar común, más propio de la literatura del siglo XIX y las primeras cinco décadas del XX, va generándose la atmósfera de un mundo que luego desde el espejo de la intimidad y la retrospección alcanza momentos luminosos, pero igualmente surgen a veces como mezcla tardía de un existencialismo a ultranza. De todos modos, ello no significa que La noche infinita no tenga suficientes merecimientos ni deje de reflejar a un autor que con la debida reflexión alcanzará una mejor etapa, sin que represente excusa que sea o no un volumen de juventud, puesto que son numerosos los casos de autores que comienzan con paso firme y el pie derecho su carrera y que no menciono para no abundar en listas de directorio telefónico. Resulta eso sí preocupante explorar que no existió un riguroso cuidado en el lenguaje por la repetición absurda de términos, uso de otros que disuenan frente al armonioso ritmo de una prosa vigorosa y mayor atención a la terminación de frases y párrafos que quedan inconclusos. Todos hemos caído y a veces caemos en lo mismo por mucha experiencia tenida porque el combate con el lenguaje es inclemente. No quiero caer en la ingenuidad de relatarles de qué se trata, pero considero interesante que así no más sea nombrada sin meterse en su piel, la ciudad de Ibagué sea el espacio en que transcurre la historia, escenario olvidado en nuestra literatura porque a veces se cree que hacerlo es provincial. Unas cinco novelas apenas la refieren tangencialmente y tal vez Álvaro Hernández es por ahora quien en este género la hace en esta atmósfera. Carlos Andrés Oviedo hace la apuesta y su libro es la campanada de cómo va por buen camino, resultando una lectura grata en medio de las angustias que libran sus personajes.
eño que asume su tarea con devoción y podría decir con misticismo. No sólo se le ve sino se siente y mucho más cuando detrás suyo se encuentran dos libros más que junto a la noche Infinita conforman su primera trilogía y que en un futuro cercano con las debidas revisiones estará circulando entre los lectores del país. Este sólo hecho desprende cuánta ha sido su dedicación a la tarea de escribir que no la cumple como tantos de manera episódica sino visceral. Debo señalar así mismo cómo no es de aquellos muchachitos vanidosos que miran por encima del hombro y suficiencia sino conserva el evangelio de la sencillez, sin que por ello falte el conocimiento. No puede augurarse aquí sino el nacimiento de un escritor sólido y con futuro que dará de qué hablar en los días del porvenir. Pero aterricemos en la noche infinita. El tema de su obra literaria no es nuevo porque son numerosos los textos que refieren al protagonista de una obra desde “la clarividencia de lo inasible” como bien la define Benhur Sánchez Suárez, pero en literatura no existen los viejos o novedosos asuntos para tratar sino la forma en que se haga. Aquí es una mujer, una niña, Solirio, el personaje central de la historia. Entre descripciones del mundo pintoresco de algunos mitos y leyendas que se encuentran bien escritos pero suenan trasnochados y con olor a lugar común, más propio de la literatura del siglo XIX y las primeras cinco décadas del XX, va generándose la atmósfera de un mundo que luego desde el espejo de la intimidad y la retrospección alcanza momentos luminosos, pero igualmente surgen a veces como mezcla tardía de un existencialismo a ultranza. De todos modos, ello no significa que La noche infinita no tenga suficientes merecimientos ni deje de reflejar a un autor que con la debida reflexión alcanzará una mejor etapa, sin que represente excusa que sea o no un volumen de juventud, puesto que son numerosos los casos de autores que comienzan con paso firme y el pie derecho su carrera y que no menciono para no abundar en listas de directorio telefónico. Resulta eso sí preocupante explorar que no existió un riguroso cuidado en el lenguaje por la repetición absurda de términos, uso de otros que disuenan frente al armonioso ritmo de una prosa vigorosa y mayor atención a la terminación de frases y párrafos que quedan inconclusos. Todos hemos caído y a veces caemos en lo mismo por mucha experiencia tenida porque el combate con el lenguaje es inclemente. No quiero caer en la ingenuidad de relatarles de qué se trata, pero considero interesante que así no más sea nombrada sin meterse en su piel, la ciudad de Ibagué sea el espacio en que transcurre la historia, escenario olvidado en nuestra literatura porque a veces se cree que hacerlo es provincial. Unas cinco novelas apenas la refieren tangencialmente y tal vez Álvaro Hernández es por ahora quien en este género la hace en esta atmósfera. Carlos Andrés Oviedo hace la apuesta y su libro es la campanada de cómo va por buen camino, resultando una lectura grata en medio de las angustias que libran sus personajes.