CUENTOS CORTOS PARA VIDAS
LARGAS
Terminé con agrado la
lectura del nuevo libro de Ruth Aguilar Quijano que acaba de salir. En una
hermosa edición de 155 páginas, es envidiable la atmósfera que sabe imprimir a
sus historias y de qué manera va más allá de lo externo para incursionar en lo
que no todo el mundo se fija respecto a un personaje, pero que conforma por su
talento la gracia de sus acciones, las que al final nos dejan que se asome la
nostalgia por un mundo perdido. Uno se despierta a la reflexión sobre lo
aparentemente fatuo de la vida que se convierte en fundamental. Sumados los
relatos vienen a conformar la historia de unas vidas entre el pueblo y la
ciudad en el inefable proceso de las ilusiones y el envejecimiento, la soledad
y las ausencias, el anhelo de armar el paraiso del descanso y finalmente el
tedio frente a la rutina. Son testigos excepcionales de las habitantes de casas
centenarias que ordenan su vida en la vejez bajo el oficio de tejer
incansables, los muchachos que de pronto envejecen haciendo encargos y se
defienden con un mundo imaginario, el símbolo de la ringlera donde se guardan
todas las llaves de la casa para encarnar un ábrete sésamo, las casonas
abandonadas, las visitas inoportunas de extraños personajes, la prostituta ya
ida de la cama que mayor se dedica a los oficios domésticos como empleada y a
defenderse con la locura, los asesinos incubados desde su infancia, los
secretos que rebotan de una casa a otra en las vecindades pueblerinas, e
inclusive las blasfemas de oficio que muestran otra cara en la vida
social. Suceden historias que parecerían arrancadas de la imaginación
como La tumba vacía y esa desgarradora intimidad que descubre en el relato La
muerte, donde sin advertirlo queda el patio de la casa antes lleno de amigos
apenas habitado por el vacío y los recuerdos. Al fin y al cabo es el retrato
del despojo que va rindiendo el tiempo con los seres y las cosas que amamos,
incluidos los perros de la casa que son parte cálida y luminosa de la vida en
familia. Pero el libro no se queda en la provincia que apenas se ama
profundamente desde las evocaciones, sino va a las costumbres de la gran ciudad
donde sus protagonistas han tejido la vida y sus ensueños. Desde la enorme
biblioteca que se va tomando la casa y la nueva que por otros requerimientos
van haciendo los hijos, desde el lenguaje angustioso de los sordos que se tratan
o la gente inmutable encerrada en la burbuja de su soledad, el volumen avanza
en un retrato íntimo y poético que implica sorpresas, evocaciones e inclusive
una radiografía del aislamiento construido en los conjuntos residenciales donde
todos se conocen en apariencia pero son extraños. Lo del diario vivir entre
rememoraciones decembrinas, la visita de personajes despoblados en apariencia
por dentro, la farsa social, las cercanías y las diferencias entre una familia
grande, van completando un gran fresco renacentista que nos deja el sabor
de la melancolía, sin que estén ausentes el humor y la gracia de ciertas
conductas que solo aprendemos con el ejercicio de vivir. Hermoso libro este de
Ruth Aguilar, una veterana y prestigiosa psicóloga cuyo oficio en diagnósticos
de este tipo le han sido demasiado útiles en su oficio como escritora. Había
leído en el 2014 su primer volumen editado por Códice bajo el nombre de Todo lo
mío, un bien logrado texto autobiográfico de 300 páginas que pareciera la sala
de ensayos para llegar a la literatura propiamente. Pero algo mágico sin
contar, es cómo además de su experiencia en clínicas o en la cátedra
especializada en universidades, ha vivido con pasión de cerca el mundo de su
esposo, nadie menos que el maravilloso escritor Eduardo Santa.