CAMILO MEDINA
EL RITO DE ACTUAR Y PINTAR
La tarde el primero de marzo murió en Bogotá a los
85 años uno de los protagonistas del Tolima en el Siglo XX y una figura
nacional de importancia. Camilo Medina, quien de niño demostró inclinaciones
por la pintura y quien naciera en Ibagué un 23 de octubre de 1928, jamás soñó
con convertirse en uno de los mejores actores que la televisión y el cine
colombiano hayan tenido en su historia. Realizó sus estudios de primaria
en la Escuela Pública y los de secundaria en el Colegio San Simón de Ibagué,
ingresando luego al Conservatorio de Música del Tolima donde toma clases de
canto y de pintura, esta última con el maestro Jorge Elías Triana.
Mientras tanto, Medina trabajaba en el Teatro
Imperial de la ciudad para poder pagar sus estudios. Es allí, tal vez, donde
fue naciendo su inclinación por la actuación, cuando desde el cuarto oscuro
daba rienda suelta a los proyectores, embarcándose así en el mundo mágico del
cine. Al mismo tiempo que Bogotá se mostraba como el siguiente paso,
Camilo Medina es llamado a prestar el servicio militar mientras el maestro
Jorge Elías Triana comenzaba a mover todas las influencias necesarias para que
el joven Medina pudiera obtener una beca departamental que a la postre resultó
y le permitió, luego de evitar el servicio, iniciar sus estudios en la Facultad
de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, cuando corría el año de
1951.
El maestro Triana le ofrece su residencia ubicada
en el barrio San Victorino, que se convertiría en su casa durante poco más de
seis meses. En las mañanas, Camilo Medina asistía a la universidad y en las
tardes, por sugerencia de su amigo David Manzur, tomaba clases en la Escuela
Colón de Arte Dramático, en un intento por realizar una formación artística
integral más que por una real inclinación hacia las artes escénicas. Día a
día, Medina iba descubriendo cómo el andamiaje de los escenarios y los nombres
de Chejov, Shakespeare y otros, comenzaban a ser tan parte de su vida como los
óleos, lienzos y pinceles, todo lo cual, en comunión, comenzaba a vivir con él
al lado de los textos que el artista recitaba en la intimidad de su cuarto.
Sus primeros trabajos fueron la escenografía para
el montaje del Diario, de Ana Frank, y la actuación tímida que
realizó en la obra La Vanidosa. Con esto comienza a ungirse al yugo
del mundo de las tablas y la televisión. Durante seis años, el escenario
de la Escuela Colón vería cómo este coloso, interpretando los más variados papeles
ante un número escaso de apasionados, haría estallar en llanto o risa a su
auditorio. Poco tiempo después de la llegada de la televisión a Colombia,
y luego de un concurso que Manuel Drezner, reconocido musicólogo y compositor,
organizara para conformar un grupo de actores nacionales que empezara a
convertirse en la vanguardia de la televisión colombiana, Camilo Medina logra
el primer premio gracias al esfuerzo, la constancia y la experiencia que le
habían dado las tablas. Así comenzó a convertirse en el actor más buscado
por los directores de la época. Filas enteras de jóvenes querían encontrar en
él la voz y el testimonio de una lucha que, entre el hambre y la nostalgia, fue
construyéndolo hasta llegar a ser uno de los mejores actores que han hecho tránsito
por la televisión y el cine colombianos.
Actuó en La mala hierba, donde hizo
famoso al cacique Miranda; en El Taciturno, una producción
colombo-venezolana; representó a Páez en la serie Revivamos nuestra
historia en el pasaje Páez, el león de Apure, en donde una
investigación histórica y sociológica lo llevó a conocer con alguna profundidad
el pueblo llanero. Participó en la película Tres Cuentos Colombianos y
en innumerables telenovelas al lado de figuras como María Cecilia Botero, María
Eugenia Dávila, Judy Enríquez y Raquel Ercole, compañeras de uno de los mejores
galanes que ha pasado por la televisión nacional, aunque son sus papeles dramáticos,
con personajes duros y recios, los que más recuerdos han dejado entre el
público colombiano.
Camilo Medina, uno de los pocos actores de
profesión gracias a un feliz accidente, pero pintor por vocación, se rodea
ahora de cuadros que enseñan las montañas del alto de Gualanday, elaborados con
tal delicadeza que a más de uno harían dudar de que son ejecutados por el mismo
y conocido actor. De su familia hablaba con la satisfacción de encontrar
en sus hijos unos cómplices de su labor artística y evoca los momentos en que
su padre llegaba a la casa tiznado de negro luego de las arduas jornadas que
debía cumplir en los ferrocarriles nacionales para observar los dibujos que
desde pequeño ejecutaba su hijo.
Este hombre, tan sensible como nadie, graduado en
la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional y quien declinara un
nombramiento como profesor de pintura en la Universidad del Tolima, es
licenciado de la Escuela Colón de Arte Dramático. Amante de la música clásica y
del silencio, sentía en el aire y los objetos la presencia perfecta de Dios, a
quien señalaba como dueño de su obra y de sus días, y vivió rodeado de la
atmósfera de equilibrio y paz que desde siempre anhelara. Para los tiempos
que corren, cuando su nombre era ignorado por los directores de televisión del
momento, Camilo Medina se dedicó a su verdadera y única pasión: la pintura,
oficio con el que soñara desde pequeño, cuando esperaba, todas las tardes, el
regreso de su padre desde la estación del ferrocarril.