El año del verano que nunca llegó
La nueva novela de William Ospina

La ventaja de un buen mago es la de asombrar cada vez que se presenta al público y se anuncia un nuevo número, al igual que deben hacerlo los escritores empeñados en no dejar su oficio y en capturar cada vez afectos y admiraciones a lo suyo. Nos acaba de ocurrir con la lectura voraz que hicimos de El año del verano que nunca llegó y que se remonta a hechos literarios, culturales e históricos ocurridos e imaginados en el Siglo XVIII. El juego que presenta el autor es diverso y si alguna vez Álvaro Mutis quiso escribir una novela gótica de tierra caliente, esta es de tierra fría por el país donde transcurre y por las cosas que se cuentan. Si miráramos la estructura nos encontraríamos con un rompecabezas donde el tono autobiográfico, el diario de viajes, la poesía, la historia y hasta la biografía cumplen su papel protagónico, centrándose la acción en villa Diodaty donde tiene lugar un curioso encuentro de tres días de noche entre un grupo de talentosos, geniales y extravagantes escritores que no sólo son parte de la historia de la literatura sino de la leyenda. Allí se reúnen Shelley, su esposa Mary Wollstonecraft, Lord Byron, Klara Klermont su amante y hermana de Mary Wollstonecraft, lo mismo que Polidori, médico del poeta. La hermana de Mary es la única que les sobrevivió a todos, puesto que sus protagonistas desaparecieron en un plazo de ocho años muriendo jóvenes y de manera trágica.  Es en villa Diodaty la sede de sueños y pesadillas de donde salen personajes como Frankenstein y el primer vampiro que daría lugar a Drácula.

Días o noches de espanto por el crudo invierno cuando debía haber verano debido a la explosión de un volcán en Indonesia y en donde la imaginación conspira para dar nacimiento a personajes literarios que aún persisten en la historia de la humanidad, el cine y la literatura. El escritor nos declaró un día y a propósito de esta novela que aún se encontraba escribiendo, cómo “La ficción es eso, es un clima de libertad en el que uno no cuenta cosas ficticias sino cosas reales jugando a que son ficticias. Eso deja mover las alas. A veces, la sensación de que uno está contando con rigor hechos que ocurrieron de los que se tiene que respetar todo, lo deja a uno maniatado, uno se libera y rompe las ataduras”.

Al estilo de las grandes novelas norteamericanas que ambientan y describen el escenario en que van a moverse sus personajes, el lector se tropieza inicialmente con capítulos que relatan cómo fue el invierto en el año 1816, otro donde se cuenta cómo trascurre en la China porque allí tampoco hubo verano y hasta lo que pasa en Indonesia porque es allí la erupción del volcán, sucediéndose lo que al narrador le pasa en Buenos Aires donde se encuentra con la historia y empieza a buscar. Las recurrentes visitas del escritor a lugares como Ginebra cuando visita la casa de los poetas, objeto de su libro, sus búsquedas y obsesiones con el tema en el que van profundizando con pasión, irán conformando el desarrollo del libro donde el lenguaje cumple el papel de imán y seduce, puesto que en literatura no cuenta a veces tanto lo que se cuenta como la manera de hacerlo.   

Podría para muchos resultar una historia fría, aunque con la persecución del relato se pase por varios climas. Uno ve a veces un diario de viajes y advierte que es la primera vez que el autor habla en primera persona de sus circunstancias. Quizá este tono que revela los secretos de un oficio cuando el escritor queda atrapado por el tema y los protagonistas sea un gran hallazgo, en particular para el estilo de Ospina. No son pocos los libros y las películas que han aparecido a lo largo del tiempo alrededor de la vida de sus escogidos, pero aquí existe una versión particular que resucita a los poetas y escritores desaparecidos. Lo único cierto al final es que se trata de una excelente novela por cuyo apasionante viaje vale la pena incursionar en sus páginas. Y también que William Ospina continúa encarnando a unos de los grandes escritores de este tiempo.