El
ibaguereño Jairo Orlando Polanco nunca posa como poeta pero escribe poesía. En
ocasiones sus trabajos parecen la radiografía de un sarcasmo, pero están llenos
de la iluminación maravillosa que genera la ingenuidad y la ternura, el asombro
frente a los descubrimientos de la noche o el asalto de pensamientos con
preguntas que va tejiendo como una telaraña. A diferencia de su primer libro
que juega a la dispersión y esta vez más breve, se advierte un trabajo
consciente para trazar unidad temática, lo que nos ubica dentro de un universo
particular. Su juego está dado en retratar retazos afectivos donde no falta
como siempre el humor, la ironía y el disparo sorpresivo de los finales
inesperados.
Si bien es
cierto Polanco tiene la virtud de no querer aparentar nada y de sólo reflejar
ideas y pasiones sin preocuparse cabalmente de la forma, pareciera un trabajo
hecho al desgaire que no lo intranquiliza, por lo que termina no tanto en la
pose de un extraño o levantisco sino el que ejerce su oficio con autenticidad y
autonomía. No le inquieta semejarse a nadie sino así mismo, aunque el arado que
remueve su verso y le abre surcos, moldee el brinco de los puritanos que sólo
aprueban en su entender inquisitivo lo que les gusta o no para otorgar el
calificativo de poeta. Ese destino lo tiene sin cuidado y sus palabras se
disparan contra lo inescrutable y portan el repliegue de la libertad como lo
vehemente de su fuerza.
Como ya lo
había dicho sobre su primer libro, existen versos que no tienen la fuerza de la
poesía, pero el secreto está en la verdad que siente para volvernos cómplices,
para comunicarnos el placer y el dolor y para enredarnos en la sorpresa de
variados finales que surgen como una trampa o un repentino rollo de coloreadas
serpentinas. No coexiste el maquillaje para ir a la fiesta sino apenas el traje
de la espontaneidad y el deseo de pararse ahí, en mitad de la pista, para decir
que participa de la vida y el poema como le da la gana. Y así está bien porque
estamos cansados de tanta poesía super elaborada que termina siendo lenguaje
sin esencia, rostro sin ojos y espejos apañados.
La jugada
maestra, su primer libro, fue la reunión conspiradora de más de ochenta poemas
donde no todos son afortunados, pero como aquí, en Un día para mi vida, con
cincuenta, también pasean la soledad y la nostalgia, el deseo y la risa,
a veces lo inocente y tradicional. El libro se cubre de poesía verdadera en no
pocas páginas, se llena de momentos luminosos sobre todo en el amor y la
ternura, las evocaciones y las preguntas.
Seguir
cantando y contando es parte de su esencia y su piel, sus entusiasmos y su
vida, y no perdemos el tiempo sino lo ganamos porque existe otra manera de
mirar el mundo.
Un día para
mi vida que es publicado por Caza de Libros, sale siete años después de su
primer compendio, La jugada maestra, una sinfonía inconclusa.