Contados con los dedos de la mano han sido a lo largo de la historia del Tolima los coterráneos que han alcanzado el rango de embajadores en Europa. No es difícil hacer el inventario y ahí entonces aparecen Manuel Coronado y Alfonso Jaramillo Salazar que lo fueron en Noruega, Carlos Eduardo Lozano Tovar en Alemania y Roberto Arenas Bonilla con sede en Ginebra como plenipotenciario. Ahora lo logra en Portugal Germán Santamaría, con la connotación frente a los otros que no ha ejercido la política sino en esencia el periodismo y la literatura. Desde luego el vigoroso narrador del Líbano ha sido embajador del talento colombiano en su condición de cronista coronado y memorable cuando obtiene premios internacionales en su campo. Pareciera con él continuarse aunque hoy en forma excepcional, el del significativo ejemplo de otra época cuando muchos escritores eran embajadores en el viejo continente como Octavio Paz y Pablo Neruda, ambos premios Nóbel, José María Vargas Vila y Jorge Edwards. Seguro que cumplirá su papel como todos los suyos con profunda eficacia, mucho más cuando va con funciones puntuales para Marruecos y toda la Unión Europea. Merecido homenaje le hace el presidente Santos al cinco veces galardonado con el Premio Simón Bolívar de periodismo y al que 25 años atrás internacionalizó a Omayra con sus crónicas sobre la tragedia de Armero, precisamente por las que obtuvo el Merhengiger en Canadá. El ganador del premio latinoamericano de novela en Chile con No morirás traducida al inglés, italiano, chino, francés, en la colección de obras representativas de la literatura universal de la UNESCO, el presidente por dos ocasiones del Círculo de Periodistas de Bogotá y uno de los más importantes cronistas de todos los tiempos, inicia su nuevo periplo como viajero impenitente porque ha transitado no pocas veces por el mundo. Germán Santamaría ya había sido representante diplomático de Colombia ante el gobierno de los Estados Unidos en Nueva York y ahora en esta visita a mi casa en Ibagué, evocamos su trabajo en el desaparecido diario El Cronista, la tarea cumplida por doce años como director de la revista Diners, su oficio como cronista estrella del diario El Tiempo donde permaneció por catorce años y hablamos de su primer libro Los días del calor, sus cuentos de 1970, de Marilyn, los memorables relatos que salieran por Pijao Editores y Morir último en 1978. Ahí está su oficio de narrador literario sin contar las historias guardadas que aún no quiere dar a conocer sino pulir debidamente en Lisboa, mientras continuará escribiendo crónicas para volverse libros como las publicadas por el Instituto Tolimense de Cultura en 1982, luego con varias ediciones en Oveja Negra. Ahí están igualmente sus libros Rastros de Colombia y Ambalema, la antología de Dos siglos de periodismo colombiano y finalmente Colombia y Otras Sangres, sus crónicas difundidas por editorial Planeta. Y ahí está preparando maletas el libanense nacido en la vereda Pantanillo que mantiene intacta su sencillez y el insobornable sabor de la amistad, la certidumbre de tener más futuro que pasado y el orgullo de representar a su tierra y al país con la guardia en alto.