PALABRAS PARA EL POETA FERNANDO DENIS.

POETA FERNANDO DENIS.

Usualmente los poetas mueren del mal de olvido. La indiferencia y el desdén de muchos para los oficiantes los deja en tumbas sin nombre, mucho más en un mundo pragmático donde los intereses corren agitándose hacia otros lugares. No son pocos los poetas que logran un nivel decoroso y hasta lindando con las fronteras de la genialidad, pero la indiferencia los consume. Recuerdo ahora la noticia del periódico de época cuando se registró la muerte de José Asunción Silva y en una pequeña columnita decían de él para cerrar el registro: parece que hacía versos. Aquí, sin embargo, esta mañana de septiembre en Ibagué, tenemos un caso atípico como el de Fernando Denis, quien apenas en trece años de vida literaria ha logrado una consagración pública y un merecido reconocimiento. No es fácil que antes de cumplir los 30 años, con su primer libro, La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner, en 1997, ya se le calificara como uno de los mejores publicados en el Siglo XX y que su libro anterior, Geometría del agua, de reciente aparición, haya sido considerado el mejor libro de poemas del año por la lista Arcadia que publica la revista Semana.
La vida sobre una hoja antigua, antología personal que hoy presenta en su admirable trabajo mi hermano Pablo Pardo con Caza de libros, es el sexto volumen de Fernando Denis, quien a lo largo de 59 poemas se reconfirma como una voz particular en toda América Latina.
Buena parte de los medios dan cuenta en grandes titulares de su trabajo, pero usualmente se enfocan en la vida tormentosa de Fernando durante buena parte de su periplo. Por fortuna, y él mismo lo ha declarado en extensos reportajes, se ha tropezado con hadas madrinas y mecenas que lo han tolerado con una larga paciencia. Desde el director de cine Nieto Roa hasta nuestro pintor estrella Darío Ortiz, por ejemplo, han tendido su sombra protectora entendiendo que estaba ebrio de poesía y era un cazador de libélulas. Debo señalar no únicamente los dos dibujos de Darío Ortiz que aparecen en el libro, sino varios óleos que conozco con su cara asustadiza de asombro y de espera.
No en vano grandes personalidades de la crítica y la literatura como nuestro amado poeta William Ospina, Juan Gustavo Cobo Borda, Antonio Caballero, Ramón Ripoll, entre centenares de admiradores suyos, han dejado su testimonio escrito del significado de la poesía de Fernando Denis. No hay con él, como ocurre con tantos otros, las solidaridades privadas y las negaciones públicas.
El encanto de sus poemas que juegan como un imán para dejarnos atrapados sin salida distinta, está en el placer de verlo combinando con razonado equilibrio su juego entre la naturaleza y la cultura universal. Los que tuvimos la fortuna de nacer y crecer en la provincia, amamos los árboles y los crepúsculos, el bosque y el agua, el mar y los pájaros, por ejemplo, elementos esenciales en la obra de Denis, la que entremezcla con la pintura, los colores y desde luego las mujeres, otra columna vertebral de su poética, inclusive tomando la voz de Salomé o la Mohana, Remedios la bella o Manuelita Sáenz, Helena de Troya o Elvira Silva y sin dejar por fuera las sirenas.
Rimbaud, Van Gogh, Dante, su adorado William Turner y los unicornios desfilan por sus versos. No quedan por fuera los poemas en colaboración como el hermoso pájaro lector que hiciera con William Ospina. Sus imágenes y versatilidad, sus provocaciones y asombros,  el mundo que señala y nombra, el que nos descubre y nos vuelve sus cómplices, nos convierte en sus creyentes. Mucho más cuando dice con seguridad: Vengo del desierto, mi reino está en la palabra.