DAVID SÁNCHEZ JULIAO SIGUE 
SIENDO EL REY
Por :Carlos Orlando Pardo
Carlos Orlando y Jorge Eliecer Pardo con David Sánchez Juliao
Alguna vez, David Sánchez Juliao dijo que escribía para que la muerte no tuviera la última palabra. Y así será, en su caso, porque toda su obra está impregnada de sabiduría popular, la que supo beber en cada viaje por pueblos de la costa en su continuo ir y venir de trashumante irredimible. Me parece verlo mostrar  su incomparable sentido de pertenencia con el orgullo de todo un campeón que levanta un trofeo. Y de reclamar, inclusive, su origen tolimense, porque fue precisamente su abuelo, el gallo Sánchez, nacido en Venadillo, quien diera lugar al comienzo de su origen, muchos años atrás, cuando llegó al Ministerio de Educación a pedir su traslado como educador y allí se vería de frente por primera vez con la señora Margoth Cárdenas que se hallaba en las mismas. Al no existir sino la plaza para un matrimonio tras haber pasado semanas a la espera de una respuesta, se encontrarían los dos y para siempre como una bonita jugada del destino. Ahora que se ha marchado de un momento a otro traicionado por su corazón y despertando no risas sino lágrimas en un país que realmente lo quería, vemos que todos los presupuestos tenían descartada su partida porque si algo hizo fue vibrar con la vida y convertirse, gracias al esfuerzo de su palabra oral y escrita, en un símbolo vital de la alegría, el permanente buen humor y en el traductor del mundo de la cultura del caribe arrancado de las raíces populares.
David Sánchez Juliao y Jorge Eliecer Pardo
 Este palabrero entrañable cuya amistad me honró por cuatro décadas, dijo adiós de la manera más inesperada para sacudir nuestro dolor cuando estábamos preparados para recibirlo otra vez en Ibagué con los brazos abiertos. Sólo unas semanas atrás estuvo aquí deleitando con su gracia incomparable, abrazando a sus primos, como los llamaba, Benhur y Héctor Sánchez, haciendo las venias y los reconocimientos respetuosos y de admiración al gran Rodrigo Silva, recorriendo el museo de arte bajo el clima grato del barrio Belén mientras se conocía más de cerca con Darío Ortiz, autor de la carátula de su última novela publicada por Pijao Editores y compartiendo agradado el lanzamiento del nuevo libro de Alberto Santofimio. Desde la pizzería de la plaza de Bolívar o una mesa grande en el Círculo lanzaba sus historias y antes de despedirnos, sin imaginar que era para siempre, entregó uno de sus  libros para niños a mi hija menor con la dedicatoria de su tío David porque se consideraba sin dudar mi hermano como yo mismo lo sentía. Salvo el periplo que lo llevaría de embajador a Egipto o la India y su tiempo de profesor invitado a las universidades norteamericanas o de México donde apenas llegamos a escribirnos, estuvimos ahí, a su lado, a partir de las ya lejanas tardes cuando nos presentó el periodista Enrique Córdoba, estrella hoy de la radio en Miami y oriundo de su amada Lorica. Conocí entonces de primera mano su primer libro aún sin empastar ¿Por qué me llevas al hospital en canoa, papá?, firmado en julio de 1974. No dudé en escribir entusiasmado una larga nota cuando las hacía como comentarista en Radio Nacional, adonde le presenté a su director, el inmortal Germán Vargas Cantillo con quien haría una hermosa amistad.  
Carlos Orlando Pardo y David Sanchez Juliao
De entonces a hoy lo vimos convertirse en una  figura emblemática de la literatura colombiana, en el fundador mundial de los libros cassette o libros audio con El Flecha y El Pachanga, en el autor de novelas premiadas que fueron llevadas con éxito rotundo a la televisión como Pero sigo siendo el rey con 17 estatuillas de la India Catalina, Gallito Ramírez o Cachaco, palomo y gato, en el conferencista que se rapaban a lo largo del país y en ese viajero por más de setenta países de cuya experiencia como agudo observador y mordaz crítico publicó algunos libros con su sabia y humana visión. Su trilogía musical novelística que completara con Danza de redención basado en melodías andinas y dejando los ritmos tropicales como protagonistas en Mi sangre aunque plebeya, dejaban su obsesión por un tema que habitó buena parte de sus horas y que aprendió a matizar desde tiempos tempranos como locutor. Ahí están palpitantes sus fábulas en El arca de Noé y sus Historias de Raca Mandaca, por ejemplo, que fueron dándole la consistencia de un escritor disciplinado y talentoso, para explicarnos en Por qué somos así su capacidad para la sociología y el arte de comunicar. No sólo su empleada wayú que llevaba con él quince años y Katy, su última esposa a lo largo de dos cuatrenios quien administraba con amor su agenda, sino además todos sus innumerables amigos desde expresidentes y políticos hasta colegas en la escritura y gente humilde, hemos sentido su ausencia con un dolor que lastima como si la luz se oscureciera. Antes de partir le dejó a mi hermano Pablo para Caza de libros su primer libro de poemas y a mi el volumen de cuentos Los premios para que fuera parte de la nueva colección de Pijao, adonde apareció su última novela reeditada Aquí yace Julián Patrón. No habrá sino recuerdos grabados en el mármol y de pronto su mirada perdida en Ambalema cuando Mapy Gutiérrez lo invitó para que recogiera historias sobre El Mohan.  Seguro que como dijo su hija Paloma, se fue directo para el cielo a hacer reír a todos en su reino.