EL SESQUICENTENARIO DEL TOLIMA
La Academia de historia del Tolima se prepara para celebrar el sesquicentenario del departamento. Como no todos los días se cumplen 150 años, la nueva Junta Directiva de la entidad estará haciendo presencia en todos los rincones porque debemos cumplir la tarea de identidad que se pierde en muchas ocasiones y nos deja nadando a la deriva. Con la presidencia y la primera vicepresidencia de los prestigiosos historiadores Álvaro Cuartas Coymat y Hernán Clavijo Ocampo, las reuniones tendrán altura académica, lo que no significa aburridas sino tertulias y simposios, publicaciones y encuentros que serán como el espejo dónde mirarnos para no sólo recorrer una etapa crucial en la construcción de nuestro territorio, sino para proyectar lo que seremos y lo que deberíamos ser tras aciertos y equivocaciones del pasado. El Tolima ha sido tan descuidado en su tradición, que hace poco más de un lustro nadie sabía cuándo era su cumpleaños. Gracias a la profunda investigación que realizara la Academia de Historia de nuestro territorio, se logró establecer, tras un año de deliberaciones, que fuera precisamente el 12 de abril, la fecha clave de nuestro nacimiento. Todo porque el general Tomás Cipriano de Mosquera, en el Alto del Raizal, cerca de Guaduas, soñando con el futuro, firmó un decreto que nos permitiera ser desde el punto de vista legal. Desde luego, dos mil años atrás, nuestros indígenas se movían como venados dueños del aire y de la tierra, había mitos, leyendas, costumbres, comida, lenguajes y un aroma de libertad que se respiraba en cada rincón de nuestro territorio. Con la llegada de los españoles en 1550, para muchos pareciera que es el comienzo de nuestra creación. Como todos los hombres de la conquista, impusieron lenguaje, religión y leyes, fundaron ciudades, distribuyeron territorios y se convirtieron en amos de nuestras fronteras. Desde hace apenas cinco años, el Tolima celebra su aniversario. Y si bien es cierto necesitamos recorrer nuestra historia para aprender de ella, también lo es que, basados en este diagnóstico, tenemos la obligación de proyectar nuestro camino. Es mucha el agua que ha corrido debajo de los puentes. Muchos los muertos, muchos los sueños, muchas las esperanzas, muchas las realidades y muchas las frustraciones. Fueron 28 los presidentes del Estado Soberano y han sido 92 los gobernadores hasta hoy, quienes acompañados de la clase política han forjado nuestras virtudes y nuestros defectos. De todos modos no fuimos hechos de la noche a la mañana sino somos el resultado de los esfuerzos de varias generaciones para gozar o sufrir lo que tenemos. Lo que parece importar ahora es no dejar que nuestros forjadores ingresen en el territorio del olvido ni que quienes están empeñados en nuestro presente y en nuestro futuro queden huérfanos de apoyo. Y es bueno afirmarlo porque apenas parece que hemos heredado de nuestros indígenas la antropofagia para comernos vivos y no para protegernos como bien se debiera. En síntesis, vale recomendar que no sólo la bandera vino tinto y oro se despliegue en instituciones y casas sino que tengamos el propósito común de desarmar los espíritus, de amar mejor la tierra y preguntarnos, como diría el presidente Kennedy, no qué puede hacer la patria por nosotros sino qué podemos hacer nosotros por ella. Encarnamos un pueblo joven, así contemos con los antiguos vicios de los viejos sin su altura ni su desarrollo. La bondad de cumplir años cuando se está vivo, como ocurre con el departamento del Tolima, no ofrece otra salida diferente a la del festejo porque somos un departamento que tiene más futuro que pasado.