LA MUJER EN EL TOLIMA
Por: Carlos Orlando Pardo
Oportuno resulta exaltar a la mujer en el departamento ahora que se cumple su día en todas partes. En medio de discursos, flores, serenatas y elogios merecidos, continúan tapándose sus problemas frente a la discriminación y equidad, su poco espacio en la participación política que sigue siendo machista, las condiciones de vida indignas en una gran parte de la población  y la supervivencia de los factores de violencia contra ellas, lo que resulta aparatoso, mucho más cuando  en el Tolima un poco más de la mitad de la población está integrada por mujeres. El desconocimiento que tapa los problemas de discriminación en plena primera década de este siglo XXI, es el mismo que se ha tenido históricamente ignorando su ejemplar actitud en búsqueda del beneficio de la sociedad toda inclusive a costa de la propia vida. Si bien es cierto en la equidad de género se ha avanzado en el mundo y en el país desde hace unas décadas, en toda la historia de la humanidad, hasta ahora, se cumplen 100 años del reconocimiento de su día. Mi amada Jackeline Pachón en el primer ensayo que nos descubrió con rigor intelectual su paso desde los tiempos lejanos de la prehistoria hasta los días que corren y publicado en el Manual de Historia del Tolima, muestra en el balance del papel de la mujer en la región cómo se les ve enfrentar las reglas establecidas y luchando contra las injusticias con una importante participación en el desarrollo social, cultural y político del territorio. Muchas de ellas, afirma, se han perdido en el olvido inmerecido, pero abrieron espacios desde décadas anteriores a la conquista hasta los días que corren. Esta mirada de conjunto muestra su quehacer como parte de la lucha colectiva, al tiempo que se destaca su participación y contribución incondicional a las gestas de libertad y a la búsqueda de la paz, la justicia y la democracia. En el recorrido las encontramos como lo han sido en el mundo, algunas veces como diosas, mitos, esclavas, seductoras, brujas, heroínas, sirvientas, amas de casa, reinas, trabajadoras, o en general como seres a los que se ignora. Sufrieron y aún sufren la incontingencia del subdesarrollo como una imagen real de sojuzgamiento del trabajo, del parto, del matrimonio o del divorcio, del abandono o la explotación. El itinerario nos permite visibilizar prácticas discriminatorias y ordenamientos socioculturales que favorecen la inequidad, al tiempo que salta a la vista no sólo la diferencia ejercida en su condición social, sino que, por encima de una práctica de poder que legitima su injusta posición de dominada, se observa también una lucha por cambiar estas situaciones y unos movimientos que indican la ruptura frente a tal diferencia. Este trashumar las sitúa detrás del hombre como si la jerarquía, en su condición de seres humanos, apenas les correspondiera de ese modo y como si reconocerlas, por lo menos en lo equivalente, estuviera en contra de la moral. De nada parece haber valido que por ejemplo la Cacica Gaitana, muy nuestra, sea un símbolo importante de la cultura colombiana y como un mito aún de los indígenas. Trae referencia el estudio de Jackie a la presencia de Talima, una pitonisa de los Pijaos que los españoles tuvieron presa en Chaparral en forma inútil porque volaba por donde quería o la misma Dulima, una diosa raizal que los conquistadores quemaron en hoguera públicamente, para que al final de tanta lucha terminaran las pocas sobrevivientes en la servidumbre y en la esclavitud. No fueron escasas las que el período de la Independencia sacrificaron sus vidas en aras de la libertad y otras que fueron desterradas y que finalmente, después de un largo viacrucis, pudieran votar gracias al plebiscito de 1957, es decir hace poco más de medio siglo, marginándose muchas veces de este deber y este derecho espantadas por la corrupción política y con cierto asco hacia el ejercicio con tan despreciables ejemplos.  Hoy en su día debe recordarse que ella encarna lo mejor que tenemos y en el fondo lo que nos representa dignamente aún dentro de los mitos, leyendas y tradiciones populares como en el caso de la Patasola, la Candileja, la Madremonte, la madre de agua, la llorona, la muelota, la comadre del charco del Briceño y el ánima sola. Y que el aporte además del respeto, del amor sincero, de convertirnos en vigilantes de la no violencia intrafamiliar, sea acompañarlas solidarios en la búsqueda de la igualdad y en la lucha también por mejores perspectivas en la vida y la política. No se trata tanto que como en la ranchera no quede otro camino que adorarlas, sino sumemos sin tacañería solidaridad amorosa y permanente