EDILBERTO CALDERÓN Y SU MEDIO SIGLO DE TAREA ARTÍSTICA

Celebra el corazón y el recuerdo exposiciones como la que exhibe el Museo de Arte del Tolima del maestro Edilberto Calderón. El Ibagué que hemos vivido lo tiene a él de referente obligado porque ha sido parte esencial del paisaje en el tema de las artes plásticas y el de un activismo cultural desde los lugares que han sido su existencia. Esta retrospectiva del artista empecinado durante más de medio siglo en una paciente pero constante disciplina por hacer una obra, muestra en esencia su talento y unos cuadros que marcan diferentes períodos y ante todo, el sello de su estilo tan identificable como el de los grandes maestros. 
El cazador de libélulas de Edilberto Calderón
No ha sido fácil ni es de la noche a la mañana que se logra tal meta donde disfrutamos a un artista verdadero. Los premios obtenidos desde los comienzos de su carrera, dan buena cuenta del respeto despertado logrando fundamentalmente prestigio antes que fama. Para quienes hemos tenido el privilegio de ser sus amigos a lo largo de no pocos años, existe la convicción de cómo no es de quienes posan de artistas sino que lo son y de qué manera lo tiene sin cuidado el elogio y hasta la consagración misma que plumas prestigiosas han dado a su obra. Ha sido su tarea huir al mundo superficial en el que caen con facilidad tantos supuestos pintores persiguiendo el laurel de la nombradía, la fugaz figuración en las páginas sociales y el aplauso fácil. La suya se encarna en la búsqueda permanente de la expresión estética mediante diversas técnicas y materiales como revelándose contra sí mismo y ejerciendo experimentos que no lo dejan consumir en la rutina de lo muerto. Por eso ahí se encuentra su universo de buceador por óleos y acuarelas, de collage o de serigrafías y el que va del mural al pastel, de la aguatinta al acrílico y hasta el de ilustrador de carátulas de libros. En todo, por fortuna, se dimensiona la luminosidad que da fulgor a los objetos grises, a las mujeres melancólicas o a los hombres apesadumbrados. No existe la alegría en sus obras porque son el reflejo de los abusadores o de los subyugados y surgen como un reproche a las iniquidades o una evidencia airada de su inconformismo desde el arte contra todas las formas de violencia. Sin embargo, por eso, no cae en la trampa del cartel o la pancarta, sino en el equilibrio de la sensibilidad que no rompe su rigor artístico ni desborda su calidad estética, mucho más cuando encontramos en su obra la dimensión onírica y el fulgor alucinado e imaginativo que nos lleva al deleite de los encantamientos. Medio siglo de labor artística puede recorrerse en esta anhelada exposición que el museo nos debía a los tolimenses y al maestro y que nos reconforta cuando examinamos con detenimiento su tarea sustancial y su significativa reiteración estética.