EL CONDE GABRIAC SURGE ENTRE LAS CENIZA DE LA HISTORIA.

Un exempleado de banco que fungió alguna vez de director de un periódico local, estuvo empeñado durante no pocos años, al igual que lo hacía con tantos temas, en negar de tajo la existencia del conde Gabriac quien habría dado a Ibagué el nombre de ciudad musical. No sólo lo escribió varias veces sino que lo dijo por radio y hasta en un documental de televisión, cómo el conde no era más que un mito, una leyenda lugareña sin ninguna prueba, alguien inventado por un bohemio del siglo XIX. Su respuesta era tajante y lo decía con la suficiencia de quien se considera un intelectual cuando solo ha contado plata y chismes, para que ahora pública y documentalmente quede en ridículo, aunque de alguna manera nunca representó nada diferente a eso. La prueba se debe al historiador Álvaro Cuartas Coymat, quien con justa alharaca acaba de publicar su pequeño texto descifrando el asunto. Otra lección para los especialistas en ideas generales que asumen pose de matones con una metralleta en la mano para despertar no respeto sino temor y estimular burla cuando no desprecio. Pero se trata de contar la historia de Gabriac, a quien descubrí por arte del azar cuando investigaba sobre los franceses llegados a lo que iba a ser Colombia como parte del necesario proceso para la novela que escribía entonces, El beso del francés. En la bibliografía de los no pocos libros a los que tuve acceso, estaba referenciado uno de los libros de el Conde, Viaje a través de América del Sur,  1866, que causó mi alegría como para gritar. Me impulsó el hallazgo llamar de inmediato a mi viejo amigo Álvaro Cuartas para comentarlo y esa misma tarde llegó a mi estudio donde disfrutamos el mapa del tesoro. Supimos que se hallaba en la sección de libros raros y curiosos de la Biblioteca Nacional,  cuyos dos tomos referentes forman parte de mi colección. De una vez, con el entusiasmo que el investigador tiene para estas cosas, me dijo que se iba a Bogotá y pasaron unos dos años comentándome de qué manera llegó al texto y pudo degustarlo, sin que antes no se hubiera puesto los guantes exigidos y tomar algunas fotografías, ante todo de los dibujos que aparecen ilustrando lo que era el territorio de entonces y en particular el de Ibagué. Aunque el historiador habla francés y lo lee de corrido, no se atrevió a la traducción y dio varias vueltas buscando la persona indicada. Ahora me entero que terminó siendo una profesora de la Universidad de Ibagué, Astrid Caro Greinffenstein y que el texto ha salido. No pude para mi deseo acompañarlo en su presentación y terminé perdiéndome el concierto del maestro Zambrano con la música arrancada de las partituras del Conde y supe que fue un acto envidiable, digno de la noticia y del autor. Ahora registro complacido su tarea, que como otras muchas han sido fundamentales en el rescate de la memoria histórica del Tolima y la ciudad, convirtiéndose en un historiador más que indispensable para la comprensión de los sucesos que ocurrieron y terminaron otorgándonos el perfil de lo que somos hoy.