LA CONSECUENCIA DE LEER UN LIBRO
Alguna vez José María
Vargas Vila se enorgullecía en uno de sus libros por haber provocado varias
muertes. Se le notaba en sus frases cortas y contundentes el tufillo de orgullo
por aquellos suicidios. Me sorprendió al leerlo porque fui siempre uno de sus
lectores y su admirador, ante todo en la catilinaria política que se asimila a
una ametralladora pegando usualmente en el blanco. Lo suyo es contundente,
ácido y profundo, dicho de manera elocuente aunque retórica. Luego me pregunté
¿Cómo la lectura de un libro puede causar estos extremos? Lo único cierto
cuando se recorren las páginas de una historia que impacta es que no quedamos
igual. No es tanto a veces lo que se cuenta sino la forma de hacerlo que nos
invade con eficacia y nos lleva al cambio. En muchas ocasiones nos vemos
reflejados en una situación como si escribieran nuestra propia vida o por lo
menos aspectos de ella que nos sorprenden y nos conducen a la reflexión. Todo
aquello quedó como un pasaje olvidado de mi oficio hasta cuando llegué a
escuchar de una de mis lectoras, en Miami, que tras leer mi novela Verónica
resucitada, no sólo se detuvo varias veces a llorar,- lo que me confesaron
públicamente varias, sino cómo duró dando vueltas varios días y se dirigió a la
casa de su madre. Llevaba 20 años sin hacerlo y gracias a la lectura de la
novela, decidió perdonarla. No quise preguntar cuál sería su pecado- advirtió
que no era tan grave como el de mi protagonista, pero que sintió cómo su
existencia regresaba a los cauces normales y se despojó del peso que en tantas
ocasiones lo sobrevellaba como una dura carga. Una especie de corrientazo me
recorrió y advertí días después, gracias a Jackie, que por ese solo hecho valía
la pena haberla escrito. La verdad es que no medimos lo que pueda despertar un
libro cuando decidimos abordarlo desde las obsesiones más recónditas ni mucho
menos saber, a la larga, que por encima del deleite estético, vaya a tener
tales efectos. En otras ocasiones, por ejemplo con mi último trabajo publicado,
El beso del francés, los comentarios no se hicieron esperar. Me dijeron que
ignoraban totalmente tantos secretos de los que llegaron a fundar mi tierra
natal, que se dedicaron a buscar en otros libros lo ocurrido tantos años antes
y que por fin sabían los secretos de su prehistoria. Todo esto podría tener
cierta validez, pero se trataba de una novela y no de la historia propiamente,
pero estos lectores se apropiaban de ella como si en absoluto todo lo contado
fuera estrictamente cierto y olvidando, de contera, que hablaban de un libro de
ficción. No hago sino evocar cómo, el inmenso Juan Rulfo dijo alguna vez, de
qué manera la literatura es una falsedad pero no es una mentira. Al final
entiendo que por encima de los medios de comunicación de hoy que son tan
maravillosos, los libros continúan representando un ritual mágico donde un
lector solitario se enfrenta a una ficción y como Supermán, al tomar un carbón
en sus manos, al apretarlo, se convierte en diamante. Aquellas acciones
fingidas en todo o en parte que causan placer estético a los lectores o en
otros casos sufrimiento, genera caracteres, pasiones y costumbres que simulan
un espejo de la realidad, su otra cara, regresándonos a la vieja tradición de
la humanidad en escuchar primero historias y luego leerlas cuando la escritura
surgió. Queremos saber cosas, esculcar en pasajes de otras vidas y sentirlas no
ajenas. ¿Acaso no existe la estación en España, con restaurante incluido, de
donde el señor don Quijote declaró su amor a Dulcinea? ¿No examina uno con
curiosidad la casa y el balcón en Verona, Italia, donde se declararon su amor
Romeo y Julieta? Todo se volvió verdad cuando no era sino parte de una leyenda
y más aún, de una historia contada en libros literarios. Es casi como en la
historia de Ionesco en Seis personajes en busca de autor, donde uno de los
protagonistas asesina al creador de la obra. La responsabilidad de la palabra
escrita no es poca cosa. De ahí la obligación que tenemos los escritores de
verdad para atrevernos a relatar algo. Cuando el texto sale publicado en busca
de lectores ya no nos pertenece y cuando ellos se apropian de la historia como
me ocurrió con la lectora descrita, sentimos alegría pero también la tristeza
del hijo que se fue.