MURIÓ EL DIABLO:
HÉCTOR ESCOBAR GUTIÉRREZ
La inesperada
noticia de la muerte del entrañable poeta y amigo de toda la vida, Héctor
Escobar Gutiérrez, dejó en mi alma un triste estremecimiento y de mis
evocaciones empezaron a brotar algunas de las curiosas historias con él
compartidas a lo largo de casi medio siglo. El reporte llegó a través de La Voz
de Nueva York que dirige otro pereirano apasionado como Zahur Klemak Zapata y
luego fue reproducida y comentada por la revista Luna de Locos a la que estuvo
Escobar vinculado durante muchos años. Lo conocí en 1968 cuando Zahur convocó a
un insólito Congreso Nacional de escritores jóvenes y allí nos vimos también
por primera vez con hoy queridos y admirables amigos y escritores al estilo de
Benhur Sánchez Suárez, Isaías Peña Gutiérrez, Eduardo Escobar, Silvio Girón, ya
ido de este mundo y Jorge Gómez, entre otros. Desde entonces a Héctor ya lo
llamaban El Diablo por sus misas negras y su aparente devoción hacia quien le
daba una aureola particular, pero que no era nada diferente a una forma de
escandalizar y ganarse la vida, lo que hizo igualmente leyendo el tarot. Lo
llamaban El Papa Negro y se presentaba como representante del satanismo mundial
en Pereira, ciudad en la que nació en 1941 y cuyo espacio, como él mismo
lo decía, “era el adecuado para soñar”. Pasó a la historia de Pereira como uno
al que demandaron porque le había robado el alma a una muchacha, pero al no
figurar este delito extraño en ninguno de los códigos colombianos lo dejaron
libre. Fue un hombre culto, agudo, estudioso y loco como deben serlo los poetas
verdaderos y representaba, como dice Germán Herrera, a un poeta moderno con
estilo antiguo. Sencillo, amable, cariñoso, simpático y no pocas veces
deslumbrante, deja un legado literario nada despreciable. Publicó una Antología
Inicial de sus poemas en 1983 y dos años más tarde otros dos poemarios con el
título de Testimonios malditos y Cosmogonías. No cesaba su trabajo y cuando
estuvimos en la fundada en Ibagué Unión Nacional de Escritores, salió bajo su sello
Estetas y Heresiarcas en 1987. Para 1991 salió El libro de los cuatro elementos
y en el 2004 El punto y la esfera. Sus apariciones en antologías fueron
diversas. En Azu, el hombre infinito creada por Zahur Klemak, conocimos sus
primeros textos publicados en la revista número 5 de 1968, así como nosotros en
la revista Pijao dimos a conocer su cuento Sor Pornofrígida. Comentó no pocos
libros como los de Hugo Ángel Jaramillo en homenaje que se le rindiera en
Pereira en 1994 y El ojo y la clepsidra, el nuevo libro para entonces de
Eduardo López Jaramillo, también fallecido, sin contar sus variadas
publicaciones en el diario La Tarde. Amaba a Baudelaire y a los poetas
malditos y decía tener un pacto con el Diablo. Vivía en el barrio Providencia
donde tenía un pequeño templo dispuesto,- en realidad una alcoba grande, en el
que supuestamente se adoraba al Príncipe de las tinieblas. Los símbolos
esotéricos no eran pocos y nos mostró alguna vez el esqueleto de la cabeza de
una serpiente que decía era la del demonio. Hizo una conferencia en la Curia
Episcopal convocada por monseñor Darío Castrillón para los sacerdotes de la
región donde explicó por qué era satanista y aclaró que no era satánico.
Poco antes de su muerte visitó la catedral pero no es señal de arrepentimiento
alguno porque no se creía un mal hombre. No cumplía sacrificios los 31 de
octubre que varios muchachos hicieron ni era amigo de los actos vandálicos de
otros porque ellos practicaban actos que afectaban a la sociedad entendiendo
mal su filosofía. Sus ceremonias, como afirmó Zahur Klemak, eran para
divertirse como en una obra de teatro puesto que resultaban mojigatas. Ese
conocimiento y esa búsqueda le sirvieron para vivir y en su condición de
profesor de filosofía y religión advertía cómo el conocimiento de Dios es
también el conocimiento del diablo quien tiene las claves para llegar a él.
Conceptuaba al país signado por la garra del demonio y poseído por él y
que a los políticos debería llevárselos. Terminó su existencia el sábado 18 de
octubre a los 74 años recluido los últimos tres a una silla de ruedas con un
infarto cerebral del que se recuperaba y allí estuvo siempre Soley Salazar, su
esposa de toda la vida. Su alegría se marchó para siempre dejándonos huérfanos
de su calidez a tantos amigos que esperamos volver a leer sus bellos poemas con
sonetos perfectos.